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Lecturas para la vida: Un domingo, de madrugada

carretera
Foto(s): Cortesía
Redacción

Rafael Alfonso

Doña Felícitas no cabía de emoción porque su hijo había conseguido trabajo. Era la primera noticia buena desde que el chico desertó del bachillerato. No era de su agrado que se pasara las tardes enteras vagando con los desocupados de la colonia. Es bien sabido que los ociosos terminan entregándose a las malas mañas. La señora se jesuseaba pidiendo a Dios que su hijo no se diera a la borrachera o a la delincuencia.

En realidad, Domingo no era borracho ni malintencionado, era vago nomás. Le gustaba reunirse con sus amigos y platicar las horas, para después, en casa, ver la televisión hasta tarde, dado lo cual no tenía costumbre de madrugar. Sabiendo esto, doña Felícitas puso el despertador a las 4:30 de la mañana para poder levantar al muchacho, quien solo tomando el colectivo a las cinco podría llegar a tiempo, pero cuando abrió los ojos ya eran casi las 5:30. Alarmada, corrió al cuarto de su hijo solo para encontrarse la cama vacía.

Domingo se había levantado poco antes de las cinco y tomó una taza de café con pan. Salió a la calle encontrándola oscura y desierta, y enfiló hacia la carretera para buscar transporte. Para su sorpresa, vio que otras personas hacían lo propio. Reconoció a la señora que vendía gelatinas afuera de la clínica, y a la que veía diariamente a las 6:30, cuando todavía asistía a la escuela. La saludó y, como notó cierta desconfianza, se presentó y le dijo que hoy era su primer día de trabajo. Pasados unos minutos, la señora ya le estaba diciendo a qué hora había que tomar el transporte para llegar al centro y otras cosas que —fuera del horario regular— no eran tan evidentes, como las rutas, ya que unos agarraban camino por las riberas del río desembocando directamente en la Central de abasto y no pasaban por el centro.

Domingo subió al colectivo junto con la señora de las gelatinas, a la que incluso ayudó con las bandejas. Calculó cuánto tardaría en llegar y supo que estaría a tiempo. Mientras el sedán avanzaba, los nervios comenzaban a invadirlo, pero también cierta emoción inédita. “Mi primer día de trabajo”, se dijo a sí mismo y sonrió.

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