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El lector furtivo: El amor y Occidente

el amor y occidente
Foto(s): Cortesía
Luis Ángel Márquez

Rafael Alfonso

 

Para nosotros los occidentales, el amor es mortal y, por lo tanto, es amenazado y sujeto por la desdicha. No es de extrañar que así sea; quien pretende llegar al amor sin la intermediación de Cristo -la única vía-, solo puede encontrar la decepción. Más o menos así podríamos resumir la historia del amor occidental, por un lado aturdido y condenado por las pasiones humanas, y por el otro lado, idealizado, sublimado y lleno de pretensiones místico-religiosas.

A diferencia del amor oriental que aspira a fusionarse con el universo, el amor en occidente se revela como una dicotomía entre el cuerpo y la divinidad (el espíritu), misma que se hereda del platonismo, enquistado en una base judeocristiana y enriquecido con principios orientales como el zoroastrismo.

El amor ciertamente tiene un origen noble, pero hablamos de los tiempos en que los nobles europeos, lejos de la sofisticación de la que hoy hacen gala, comían con los dedos y eructaban en la mesa; además de que no temían mancharse las manos de sangre si con ello quitaban del medio a un pariente que amenazaba su estatus o la posesión de algunos terrenos.

Hablamos de los tiempos en que la Iglesia Católica romana -el último vestigio del antiguo imperio- afianzaba a golpe de espada su poder económico-ideológico; aunque también es cierto que subsistían expresiones religiosas vernáculas que sostenían otros puntos de vista acerca del sentido de la vida y de la divinidad.

El escritor y filósofo suizo Denis de Rougemont publicó  en 1938 "El amor y occidente", una colección de ensayos que da cuenta, de una manera apasionada -como tiene que ser cuando se habla de amor- de casi todas las influencias que conformaron el ideario amoroso occidental: neoplatonismo, zoroastrismo, catarismo, misticismo cristiano y nuevos elementos que se fueron agregando, como la teoría psicoanalítica de Freud.

En su momento, la hipótesis más controversial de Rougemont fue la influencia decisiva del catarismo en la poesía provenzal, cuyo tema fundamental es el amor cortés, que después devendrá en el amor romántico.

La doctrina cátara es producto del cristianismo primitivo probablemente influenciado por el maniqueísmo iraní y, entre otras cosas, rechaza la encarnación de Cristo, ya que Dios es bueno y la materia es “mala”; por lógica, Dios no pudo haber encarnado en materia. De lo anterior se deduce que la crucifixión, un hecho fundamental del cristianismo, no fue más que una ilusión; peor aún, el principio espiritual de esta ecuación -que correspondería al espíritu Santo- se concibe como femenino. Ni qué decir que esta concepción atenta contra el dogma central de la iglesia cristiana, la Trinidad, en un momento en que la tolerancia religiosa no tenía cabida en el panorama europeo.

El escritor suizo apunta que los cátaros encontraron en el lirismo la clave para mantener a flote sus creencias en un momento de álgida persecución por parte del Papa y sus aliados. La amada inalcanzable -a la que el trovador promete entregar la vida y soportar torturas antes que develar el secreto de su devoción, todo a cambio de un solo beso- no es otra que su perseguida y añorada religión.

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