Empieza a clarear el día, cuando Jesús tira la última palada de tierra mojada sobre la fosa. Corta dos ramas de un ocote cercano, forma una cruz y la entierra en la cabecera. En la cara de Chucho, así lo conocen en el pueblo, las gotas de lluvia se mezclan con sus lágrimas. Sus labios se entreabren y emanan un susurro: “Adiós Tata. Descanse en paz”.
Con prisa, carga la pala en su hombro y baja la colina.
Cuando Jesús cumplió 7 años, sus padres emigraron al otro lado en busca del sueño americano. Prometieron regresar por él, pero ese día nunca llegó. Sus abuelos lo criaron. Aunque lo mandaron a la escuela, sólo asistió un año. Con apenas 10 años, vio morir a su abuela. Un día, ella se quejó de un fuerte dolor de cabeza. Él corrió a traer a la curandera; a su regreso, su abuelita estaba dormida, un sueño del que nunca despertó. Desde entonces vivió con su Tata, quien le enseñó a amar el campo. Ve con tristeza los terrenos que antes lucían fértiles, rebosantes de maíz, frijol y calabaza; hoy parecen un pantano.
Tan absorto está, que se sobresalta cuando escucha su nombre:
-Chucho, Chucho.
-Buenos días, padrino- le responde.
El anciano dice:
-La “riuma” no me dejó ir al entierro de mi compadre, pero ¿a dónde vas tan rápido?
-A la capital.
- ¿A qué vas? Quédate en el pueblo a cultivar la parcela de tu Tata.
-Ya no nos pertenece. No pudimos pagar la deuda de las medicinas.
-¿Entonces, tú quieres irte a la ciudad?
-No lo sé. Ya me quedé sólo.
-Espera, hijo. Te doy la bendición.
Una mezcla de sentimientos lucha en su interior, por un lado la emoción de conocer lo desconocido, la gran ciudad, un lugar de éxito; al otro extremo está el miedo a fracasar, a no encontrar trabajo.
Aún así, hace el viaje. Llega a las cinco de la mañana, hace mucho frío. Un pasajero que se hizo su amigo, le dice:
-Vámonos a la explanada del mercado. Muy temprano pasan unos señores a contratar peones para la construcción de casas, acarreo de materiales y arreglo de jardines. El pago es por día. ¿Cuántos años tienes compa?
-Diecisiete.
-Tú di que tienes más de 18 años, si no los contratistas se ponen como “perros”. No te dan trabajo o te pagan menos.
Mientras cruzan el mercado, Jesús escucha que anuncian frutas, verduras y remedios. La gran cantidad de frutas y yerbas apiladas en grandes camiones le recuerdan la bondad de la tierra. También respira la pestilencia de heces y agua estancada.
Cuando llegan al lugar señalado, ve un tumulto de peones con morrales donde guardan sus herramientas de trabajo. El hombre le dice quedito: “Aquí te dejo, amigo”, y lo mira irse de la mano de una mujer.
Con fervor le reza a la virgen del pueblo, le ruega que no lo escojan. Así puede regresarse y decir que lo intentó. Su temor se vuelve silencio.
Un señor robusto y panzón, con voz altanera grita: “Necesito a diez para una construcción, pago a 150 el día”. Chucho esconde la cabeza entre sus manos, no quiere ser visto. Siente una palmada en la espalda y oye un “Tú”. Sube con lentitud a la redila, mira al cielo y murmura: “Es mi destino ser un hombre de ciudad. Dios así lo quiere”.
RECUADRO
“Muy temprano pasan unos señores a contratar peones para la construcción de casas, acarreo de materiales y arreglo de jardines. El pago es por día”.