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Recorre su historia creativa

Foto(s): Cortesía
Agencia Reforma

CIUDAD DE MÉXICO.- En las salas del Malmö Konsthall, en Suecia, hay un vocho desarmado, que cuelga bajo tensión, como si estuviera suspendido en gravedad cero. Es Cosmic Thing, de Damián Ortega, quien escogió ese auto porque le gusta trabajar con objetos cotidianos.
La pieza emblemática de su carrera se presenta por primera vez en Suecia, en la retrospectiva Casino, una revisión del trabajo del "antiguo" Damián, aquel que no encontró en las escuelas de arte un camino para él.
A cientos de kilómetros, en Edimburgo, se presenta el nuevo Damián, al que ya no le da miedo ni precaución utilizar materiales tradicionales del arte, como la arcilla. Su muestra Estados del tiempo abrió la semana pasada en Fruitmarket Gallery, un pequeño museo público.
Más al sur, en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro, en Madrid, adscrito al Museo Centro de Arte Reina Sofía, figura el Damián actual, quien retoma en El cohete y el abismo sus lenguajes del pasado, como la historieta, para recordar sus épocas como dibujante de cartones políticos en periódicos.
Cerca de los 50 años, el artista nacido en la Ciudad de México muestra sus facetas en tres ciudades distintas de Europa, un ejemplo de su influencia internacional, al pertenecer a la primera generación de artistas mexicanos que aprovecharon la condición global de su trabajo para exhibir fuera del país.
Su actual buena racha refleja un momento de vitalidad.
-Nunca pienso mucho en la carrera -es lo primero que dice en entrevista telefónica desde Edimburgo. -Es un momento placentero. Estoy contento; estoy en una buena condición para poder crear.
Aunque no son los museos estrella de Europa, Ortega les encuentra muchas bondades.
-No son estos grandes monstruos, pero son muy agradables para trabajar; son muy libres, muy independientes. Es algo que yo prefiero, que me gusta mucho.
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Hoy, Damián Ortega ha tomado las salas de esos tres museos de Europa con exposiciones individuales, una coincidencia poco usual para un artista mexicano.
Ortega empezó su carrera como cartonista en diarios capitalinos y luego tomó el camino del arte.
A finales de los 80, el artista fue discípulo de Rafael Barajas El Fisgón, pues le interesaba la caricatura política. Después se unió al Taller de los Viernes, en la casa de Gabriel Orozco, compartiendo con Abraham Cruzvillegas, Gabriel Kuri y Dr. Lakra.
Como el resto de sus compañeros, Ortega se fue a vivir fuera de México, a Berlín. Expuso en el país en 1996 y no volvió a hacerlo hasta 2011.
En esos años, desarrolló la serie The Beetle Trilogy, piezas trabajadas a partir del Volkswagen sedán, vehículo que décadas atrás se convertiría en un icono de las urbes mexicanas; no había nada más cotidiano de las calles del país que un vocho.
Por muchos años, sus piezas, hechas con objetos cotidianos, eran partículas de éstos colocados en forma separada, pero que podían volver a armarse fácilmente.
Juan Villoro escribió que Ortega se la vive dislocando y volviendo a articular el universo.
Como al resto de su grupo de colegas y amigos, al artista no le interesaban los lenguajes tradicionales del arte. El grafiti le era más llamativo, aunque se enfocó en hacer esculturas e instalaciones.
Poco a poco, su obra fue entrando a colecciones nacionales, como Jumex, Coppel, MUAC o Femsa, e internacionales, como la del MoMA o el Guggenheim, que lo consideran un referente esencial de la historia contemporánea del arte.
Fiel a su espíritu de caricaturista político, a Ortega se le dan bien el humor y la ironía.
En la comisión para el Reina Sofía, retomó un par de piezas, como la Torre Latinoamericana y el Titanic, para hablar de arquitectura y tragedia.
-Lo que hice para el Reina Sofía fue algo nuevo y fresco para mí. Fue algo muy divertido, haciendo historieta y cómic, que lo realicé hace un tiempo, pero que lo fui dejando por hacer escultura e instalación. Es un regreso a esta parte más narrativa. Conté una historia a partir de fragmentos y objetos encontrados -dice.
Esa capacidad de regresar a lenguajes anteriores la ve como libertad, no como un riesgo.
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De niño, Damián Ortega jugaba con barro, hacía figurillas, pero luego, cuando se decidió por el camino de las artes, no lo tomó en cuenta, porque era muy académico y tradicional.
Sin embargo, en un año fructífero como éste, con varias comisiones para exposiciones, sobre todo en Europa, el artista se sentó en su estudio, sin tanto espacio ni energía, y de ahí surgieron las piezas de barro que exhibe hoy en Escocia.
Tomó un libro de geología y estudió cómo se van erosionando los valles.
-Quise jugar con la idea de realizar paisajes hechos en arcilla, y llevarla a distintos estados, crudo, líquido... De un libro de geología tomé los procesos constructivos y destructivos, de cómo se van erosionando los valles -cuenta el artista.
Vistas en fotografías tomadas con zoom, pareciera no haber diferencia entre sus piezas y el parque californiano Yosemite.
También recreó la historia de las herramientas, una narrativa instrumental de los objetos que se han utilizado para la transformación, desde las más arcaicas hasta las tecnológicas.
Desde que regresó a vivir a México, Ortega empezó a armar de nuevo un taller, en lo que tardó más de dos años.
Ahora ya está bien instalado, dice, con un ritmo que parece imparable y con disposición y capacidad para seguir experimentando.

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