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Lumiere

perro-mascota
Foto(s): Cortesía
Redacción

 Oliver Alberto

A la orilla de una carretera, cuando el sol comenzaba a esconderse y el cielo empezaba a teñirse de ese moribundo tono naranja, un par de perros descansaba sin menor preocupación. Sus nombres eran Beny Rod, un chihuahua y un maltés, respectivamente, los cuales gozaban de una paz casi inmutable descansando uno sobre otro a otro a la orilla de esa carretera.

Sin embargo, esta paz terminó desvaneciéndose cuando, repentinamente, el sonido de un auto que se derrapaba y el aullido doliente de un perrito, hizo que este par de amigos de carretera despertara de su largo descanso cotidiano.

-¿Has escuchado eso?– preguntó confundido Rod.

-Sí. Será mejor ir a ver– respondió el chihuahua.

Caminaron un poco hasta encontrarse con la triste escena. Por un lado, una de esas máquinas transporta humanos se había impactado con un enorme hueso brillante. Cerca de la máquina habían miles de esos pedacitos resplandecientes, quizás miles y miles de collares habían volado por los cielos. Además, un humano se hallaba a unos escasos pasos de perro de su máquina. Estaba pintado de rojo y se encontraba tomando una siesta en una posición muy incómoda. Un grupo de humanos se había reunido muy cerca del hombre durmiente.

Por otro lado, un joven perro callejero descansaba muerto cerca de unas piedras. Era Lumiere, un conocido de Ben y de Rod, quienes al verlo sin vida empezaron a conversar sobre la muerte del mismo.

-¡Oh, pobre chico!– exclamó Ben-. Seguramente un humano distraído. Ya sabes Rod, con sus máquinas transportadoras andantes y esas varas de humo.

-Es una buena teoría, Ben–dijo Rod, contradiciendo a su amigo-. Pero seamos realistas, Lumiere era un perro joven, mucho más que nosotros. Tal vez, la imprudencia de la juventud lo ha incitado a cruzar la carretera sin mirar antes de hacerlo.

-¡Silencio, peludo! En vez de ladrar tantas barbaridades, movamos a este pobre saco de huesos a un lugar más seguro.

Ambos amigos movieron a Lumiere a la orilla de la carretera, detrás de unas piedras lo suficientemente altas para ocultar el cadáver. El difunto perro no era para nada pesado, pues se trataba de un pequeño beagle joven que había sido abandonado por sus dueños a la orilla de la misma carretera cuando tan solo era un cachorro, por lo que resultó relativamente fácil para nuestros amigos el moverlo con cierta agilidad a un costado de la misma.

A unos cuantos pasos de perro más, Elisa, una schnauzer un poco entrometida, observaba y escuchaba con meticulosa curiosidad la plática de ambos machos. La perrita, al ver cómo estos movían el cuerpo del difunto can, decidió acercarse un poco más para ver que estaba pasando.

-¡Hueso mío! ¡¿Pero, qué ha pasado, si se puede saber?!– preguntó Elisa, exagerando sus gestos para verse más dramáticamente interesante y los machos le prestaran atención.

Joven e impulsivo

Rod, queriendo darse la razón, ladró de la siguiente manera:

-Lo que pasa es que Lumiere, al ser demasiado joven e impulsivo, cruzó la carretera sin girar la “maldita cabeza” antes de hacerlo. ¡Y helo aquí! Tan vacío como un plato de esos ricos huesos de pollo que suele arrojarnos la señora Silvia cada miércoles al mediodía. Al igual que Rod, Ben también quiso hacerse notar en aquella plática que empezaba a volverse cada vez más una discusión en torno a la muerte del difunto Lumiere.

-Lo que la “bola de pelos” sugiere es una buena “teoría”, eso no lo pongo en duda. Sin embargo, la idea… ”mi idea” de que algún humano distraído fue el responsable, es mucho más razonable, ¿o tú qué crees, Elisa?

Alterando ambas teorías y con cierto aire de superioridad, Elisa ladró lo siguiente: 

-Creo que ambos pueden tener cierta razón; no obstante, pienso que si bien, la inmadurez de Lumiere y la distracción puedan ser dos posibles respuestas a tan trágica interrogante, no nos vayamos a un simple atropello. Tal vez… se trate de un asesinato bien planeado por los humanos.

-No digas estupideces, querida– exclamó algo molesto Rod-. ¿Un canicidio? ¿Es en serio? -Tus deducciones no son precisamente muestran algo precisamente “revelador”, “bola de pelos”- respondió Elisa furiosa.

-Por mí pueden seguir peleando todo el tiempo que quieran. Es más que obvio que la teoría más hermosamente acertada es la mía– intervino Ben con un tono bastante burlón hacia sus compañeros.

-Puedes ir a revolcarte en el pasto con los demás “cachorritos”, “pequeñín”, este asunto de perros adultos– dijo Rod, respondiendo al comentario burlón de su amigo.

-¡Vuelves a llamarme “pequeñín” y no necesitarás un veterinario para castrarte, idiota!

-¡A ver, par de zoquetes! Será mejor que se tranquilicen y acepten que mi teoría es la más “inteligentemente” deducida–intervino la orgullosa y un poco exaltada Elisa.

-Ahora resulta que la “señorita barbuda” va a decirme en qué creer –exclamó Rod, sarcástico.

-¡¿Cómo me llamaste, “bola de pelos”?!

-Se-ño-ri-ta bar-bu-da.

-¡Eres perro muerto!

Torpe melodía

La discusión siguió un buen rato. Las piezas de este rompecabezas parecían dispersarse cada vez más. A lo lejos, más de lo que estos pequeños podrían llegar a mirar, Rupert, un viejo perro labrador, los observaba con especial atención desde hacía ya un buen rato. En cuanto vio que la discusión se volvía más y más acalorada, finalmente decidió ir a ver qué pasaba. Rupert era ya un poco viejo y tenía una de las patas traseras fracturada desde hace tiempo, por lo que le era difícil avanzar con rapidez.

-¿Qué ocurre aquí? ¿Porqué tanto alboroto?– preguntó el viejo Rupert a los tres jóvenes canes. Ben, sin prestar mucha atención a la inadvertida aparición del viejo, respondió entre alterados ladridos:

-Este par de necios no aceptan que mi teoría es la más acertada de todas.

-¿Y se puede saber cuál es esa famosa “teoría”?

-Sígame –ordenó Ben. Tanto Rupert como los demás siguieron al chihuahua hasta las rocas donde momentos antes habían dejado el cuerpo sin vida de Lumiere.

-¿Ve a este perro muerto?

Ben sabía que la pregunta había sonado tonta, pero por alguna razón, salió de su boca casi de manera instantánea, sin previo aviso a su hocico de que ese cuestionamiento saldría como una torpe melodía.

-Por supuesto. Seré viejo y cojo, más ciego y tonto, hijo– replicó Rupert un poco confundido por tal pregunta.

-Bien– prosiguió Ben-.Pues mi teoría es que su muerte se debe a que los hombres son seres distraídos y…

-¡Oh no, no, no, no!– Interrumpió Rod-. No le haga caso a este enano, no sabe lo que dice. Es claro que mi teoría…

-¡Detente “Bola de pelos”! Es obvio que el señor no quiere perder su tiempo escuchando teorías tan vacías…

Parecía que otra larga discusión se avecinaba. Sin embargo, y con una postura de sabio, Rupert pidió silencio y prosiguió ladrando de esta manera:

-Creo que es conveniente que yo formule la mía, ¿no lo creen?

Los tres jóvenes canes se miraron atónitos, asombrados ante tales palabras, pero decidieron que el viejo perro continuara con su ladrido.

“Este individuo fue víctima de algo tan poderoso que es inevitable no caer en sus efectos: la realidad. Vio la vida a través de ella. Un paraíso lejos de serlo. Un mundo donde ya no existe la bondad o la clemencia: un infierno en la tierra. Así que solo buscó la libertada y en un petardo de desesperación, encontró la paz liberadora".

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