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Lecturas para la vida: No leer...

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Mónica Ortiz Sampablo

“El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta ‘el modo imperativo’. Yo siempre les aconsejo a mis estudiantes que si un libro los aburre, lo dejen; que no lo lean porque el autor o autora es famosa, o porque el libro es moderno o antiguo. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz”, frase atribuida al gran Jorge Luis Borges, una píldora difícil de digerir cuando se tiene tan arraigada la costumbre, la consigna de que se debe leer al menos cinco, ocho, doce libros al año.

De pronto nos apremia llenar esta expectativa, impuesta por quién sabe quién; el numeral monstruoso nos da un coletazo cuando la escolarización dicta que leer es obligatorio. He sido parte de este sistema, no siento orgullo de decirlo, pero es pertinente reconocerlo. Daniel Pennac, en su libro "Como una novela", parafrasea lo dicho por Borges: “el verbo leer no tolera el imperativo”; esta novela cierra con un decálogo sobre los derechos del lector, mismo que me invitó a repensar el acto de leer; aquí solo verteré mi reflexión sobre el punto número uno que es "El derecho a no leer".

Cuando leí por primera vez este derecho, pensé que había leído mal; traté de comprender la frase, creí que se trataba de una ironía, pues no concebía que pudiera existir tal cosa. Venía de una formación en la que leer era un deber, una obligación; sinceramente, en más de una ocasión cerraba el libro, me quedaba dormida, para despertar presa de la angustia a causa de las avasallantes preguntas del profesor. La lectura obligada robó tiempo a mis lecturas clandestinas, esas que despertaban en mí un sinnúmero de sensaciones, las que me erizaban la piel, las que me hacían anhelar que no llegara la noche porque entonces había que apagar las luces. En más de una ocasión deseé no leer, no leer lo que se me imponía; muchas veces no leí, solo respondía a mis profesores por mera intuición; algunas atiné, otras no. Dejé de leer por mucho tiempo.

Ejercer el derecho a no leer me enseñó que muchas veces si no lees no pasa nada; sin embargo, lo peor que puede ocurrir ante el hecho de no leer, es que llegues a sentirte marginado; peor aún, humillado. Es por ello que creo en la importancia de dar a conocer el derecho a no leer y estar atentos a lo que sucede después.

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