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Lecturas para la vida: Justiniana

señora-lavando
Foto(s): Cortesía
Aleyda Ríos

Mónica Ortiz Sampablo

Justiniana se acostumbró a vivir en el improvisado cuartucho que su nieta le prestaba. En ese lugar invadido de humedad, la techumbre de lámina era una amenaza durante el tiempo de lluvias. En el suelo intentaron acomodar burdamente algunas piedras para que la señora no se batiera en el lodazal cada vez que entraba en la pieza que, además, generaba un peculiar olor cuando a medio día se convertía en una sauna. En ese momento, la abuela prefería sacar su destartalada silla a la calle para orearse mientras bordaba.

 Pese a su resistencia al trabajo, la nieta le endilgaba el cuidado de sus cuatro hijos, muchas veces se desaparecía por días con el pretexto de estar trabajando. Justiniana se enfadaba, ya que los niños, dada su naturaleza, gustaban de hacer travesuras entre gritos y pleitos que ella no lograba acallar. En más de una ocasión emitía quejas sobre lo desobligada que era su nieta; pero con voz lastimera de buena samaritana decía que si ella no le ayudaba, ¿quién lo haría? Los niños necesitaban de alguien que les echara la vista.

Las cosas iban en aparente normalidad hasta que llegó a nuestra vida una enfermedad y con ella la incertidumbre, el miedo. Me encontraba tendiendo la ropa recién lavada cuando llegó Justi con su consabido saludo:

—¿Doñita, ya sabe que hay una enfermedad que se está llevando a los abuelitos?

—Eso dicen, ayer pasó el periódico y mi marido salió a comprarlo— le dije. —Lo mejor es no salir de la casa, en las noticias de la mañana están dando información, porque es una enfermedad causada por un virus muy extraño— finalicé, tratando de hacerle ver que lo mejor era que en ese momento se metiera a su casa, y no saliera más o al menos no para saludarme, pues no quería exponerme, pero ella continuaba:

—Yo mejor me voy con mi hermana al pueblo, porque me he sentido muy cansada. Estos chamacos dan mucha lata y su mamá no les deja nada para comer, el dinero ya se me está acabando y todavía falta para que den el siguiente pago.

—Sí, es mejor que se vaya con su hermana. Discúlpeme, pero voy a terminar mi quehacer— ya no dije más, di un par de pasos hacia atrás y después me di la vuelta.

Continuará el próximo miércoles…

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