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Lecturas para la vida: "El tambor de hojalata"

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Fausta Ibáñez Ríos

Plasmar en la escritura los afectos que nos haya despertado una lectura, una película, o una experiencia personal, en ocasiones va de la mano con el estado de ánimo en el que uno se encuentra. Otras veces, nuestras creencias, ideologías o preocupaciones personales ocupan un lugar preponderante.

Hace algunos años leí "El tambor de hojalata"; me impresionó la manera en que Günter Grass plantea una crítica mordaz a la política y moral en la época de la postguerra en Alemania, valiéndose de las experiencias y el sentir de un niño en medio de la vorágine y conflictos de los adultos.

La libertad creadora y el sentido del humor de Günter Grass vertida en "El tambor de hojalata", convirtieron esta historia -del niño que no quería crecer como protesta contra las crueldades del pasado- publicada en 1959, en una obra fundamental de la literatura mundial en el siglo XX; con ella llegó su primer gran triunfo como novelista. 

Oscar Matz Rath -protagonista de la historia-  fue internado en un hospital psiquiátrico a los 29 años de edad. Era observado detrás de la mirilla por el ojo castaño de su enfermero Bruno Münsterberg, con quien estableció una relación afectiva. Cuando el enfermero entraba a su cuarto, le contaba algunos sucesos  de su vida e intercambiaban opiniones acerca de sus aficiones y saberes.

Un día, Bruno preguntó a Oscar si querría comprarle un paquete de hojas vírgenes; y al terminar la tarde,  Bruno regresó con el encargo. Al entrar a la habitación, Oscar trata de no hacerle plática a su enfermero, para que éste salga pronto de la habitación y pueda comenzar a escribir.

Las primeras preguntas y cavilaciones que se hace, son por dónde empezar; si por la mitad y sembrar audazmente la confusión, o ir de adelante hacia atrás. Así que decide iniciar con lo que recuerda de su abuela, que tiene que ver con el momento en que fue engendrada su madre.

Argumenta que "nadie debiera describir su vida si no es suficientemente paciente para, antes de documentar su propia existencia, recordar al menos a la mitad de sus abuelos"

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