Antía Alfonso
Las novelas de amor siempre van más o menos de lo mismo. A y B se enamoran y enfrentan una serie de circunstancias para al final tener un final feliz, uno trágico o en el menor de los casos uno abierto. Muchas veces, la expectativa es lo que hace al lector terminar el libro, saber qué va a pasar con A y B, si terminarán juntos o acabarán muertos.
En "El Amante" esa expectativa no existe, desde el principio se advierte una terrible nostalgia por lo que no fue, pero también una resignación absoluta. Marguerite Duras no lo dice de forma textual, sino lo escribe con tinta invisible en cada una de las páginas: el amor no lo puede todo ni lo conquista todo.
Esta derrota del amor se muestra en el idilio de la protagonista de 14 años con un hombre chino y millonario, en la posible relación incestuosa con su hermano menor, en la fragilidad del vínculo afectivo con su madre y sobre todo, en el hecho de que a nadie parece importarle lo que haga con su vida sexual y afectiva a una edad tan temprana.
La autora es la protagonista misma, despersonalizada, narrando con los ojos del tiempo su juventud como la recuerda, llamándose a ella misma la niña, diciendo lo hermosa que era antes de que los años destrozaran su piel y lo mucho que dolía amar.
"El Amante" es una novela autobiográfica de amor, es cierto, pero su importancia no sólo radica en la relación imposible que cuenta o en el contexto histórico que refleja, sino en el hecho de que Marguerite se adueña de su propia historia y su propio erotismo, como la mujer que era y como la adolescente que alguna vez fue.
El libro está plagado de situaciones que aún hoy en día resultan tabúes, es una narración valiente, pero no por ello menos conmovedora, tan parecida a la vida real, que asusta y deja en el aire la interrogante de hasta dónde se puede querer sin condenarse a una vida infeliz.
