Pasar al contenido principal
x

Lecturas para la vida: Cuentos del Doctor Lector

mujer
Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Rosa María Vázquez Cázares

Mucha gente caminaba por la calle, cerrada al tránsito vehicular, parejas de diferentes edades iban y venían, algunos nos veían sorprendidos  o con curiosidad. Los empleados de los negocios cercanos se asomaban a ver el espectáculo de gente formada.

Ya dentro del espacio de cajeros, no faltó quien se quiso pasar de lista para entrar pronto, pero las personas formadas se defendieron externando la queja al personal que vigilaba la puerta. Entré al banco, realicé mi pago, me retiré de prisa entre el remolino de gente sin tomar en cuenta la tan recomendada sana distancia.

Creí que estaba haciendo lo correcto, todas las medidas de higiene y sanitización. Salí lo menos posible, solo lo inevitable como el banco. ¿En qué momento pasó? ¿Quién? ¿Cómo fue? No lo sabré, pero ya qué más da, finalmente me contagié.

 El martes 14 de julio tuve sibilancias, estertores leves y sensación de opresión en el pecho. Acudí al neumólogo, quien me dio tratamiento de nebulizaciones y antibiótico; por una imagen pulmonar derecha de vidrio despulido sospechosa,  indicó aislamiento en casa, sugirió que estuviéramos en comunicación porque podía cambiar los síntomas en cualquier momento.

Efectivamente, sucedieron los cambios cuatro días después; disminuyó el apetito y empecé con disfonía (mi voz sonaba de tono bajo, ronco), dolor de cabeza, fatiga, fiebre hasta de 40 grados, dolores musculares de las articulaciones sobre todo las muñecas, inquietud e insomnio, pesadillas, sudoración profusa nocturna, misma que hacía que tuviera que cambiar mi pijama y la funda de mi cojín en la madrugada porque estaban empapados de sudor. Esto duró cinco días.

En alguna de mis noches de insomnio febril, no sé si soñé o recordé a mi mamá, que decía: “los seres humanos venimos a este mundo con una misión, tenemos que encontrarla, llevarla a cabo, dar lo mejor de cada quien, y dejar huella de nuestro paso mientras estemos aquí”.

La señora Isabel, que me ayuda en casa desde hace treinta años, me dijo:

-No se preocupe, ahorita es tiempo de la “canícula”, a mí también me duelen las rodillas, los brazos y las manos en este tiempo. Hay que tener cuidado porque en la “canícula” es un desviejadero, las enfermedades se complican, y las heridas se infectan.

Continuará el próximo lunes…

[email protected]

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.