Azucena Delgado Ochoa
Cuando tengo mi tablet y pongo mi videojuego, no necesito a nadie. Mi concentración es solo en ella, en lo mucho que me gusta y entretiene.
Desde que inició la cuarentena me permitieron tenerla cada vez más tiempo, tanto, que antes me dolía el cuello, pero me gustaba seguir jugando mientras todos estaban ocupados. Ahora encontré una posición más cómoda poniéndome boca abajo con mi aparato recargado en el brazo del sillón.
A veces veo de reojo que alguien pasa, también oigo las conversaciones a lo lejos, pero en otras ocasiones no me doy cuenta de nada, hasta que al voltear descubro que alguien está mirándome con ojos impacientes, gritando mi nombre:
— ¡Carlitos!— y me hace salir de mi mundo divertido y fantástico; eso me hace enojar.
— ¿Qué quieres, mamá?
—Esa no es una manera amable de contestar, Carlitos.
— Dime mamá, ¿qué necesitas?— hace que yo repita esa frase, corrigiendo mi respuesta.
—Sí mamá, ¿qué necesitas?— le contesto mejorando mi tono.
—Por favor levanta tu plato, terminaste de comer y lo dejaste en la mesa.
— ¡Mamá, estoy jugando! ¿No lo puedes llevar tú?
—Sí puedo, pero las reglas dicen que cada uno levanta su plato y lo lleva al fregador y si quieres, también lo puedes lavar.
—Está bien, voy.
Me levanto rápido, tomo el plato, lo llevo al fregador, lo dejo allí y me voy sin lavarlo; al fin, mi mamá siempre lava todo. Al pasar por el refrigerador lo abro. Acabo de comer, pero siempre es agradable saborear algo mientras me divierto con mis videojuegos.
Regreso con un yogurt; para acompañarlo, también unas galletitas.
Mi mente está pensando en los bocadillos, pero a la vez está pensando en más estrategias para ganar vidas. Regreso al sillón y sigo con el juego. Que feliz soy, voy ganando.
Continuará el próximo lunes…
