Por Daniela Clarisa Concha León
Cada persona tiene en su interior una fuerza que lo puede llevar a elevarse o a caer hasta profundidades desconocidas —convirtiéndose en un alma sin rumbo— donde el cuerpo, en un acto desesperado, pero paradójico, se deja ir en su intento de salvarse. Es como si, de forma deliberada, optara por aquello que lo destruye, siéndole más atractivo que la paz y serenidad de la que tanto se habla.
Múltiples libros y películas podrían ilustrarnos sobre este tema: el dilema que se presenta a las personas entre responder ante los eventos que suceden a su alrededor de manera destructiva y el deseo de encontrar una motivación real para actuar de forma libre y pacífica.
Ejemplo de esa constante pelea de emoción y razón se puede encontrar en la animación japonesa “Bakemono No Ko” dirigida por Mamoru Hosoda que se estrenó en 2015. Esta historia gira en torno de la figura de Ren (Kyuta). El protagonista pierde a su madre y con ello, la confianza de estar en el mundo.
Él solo quiere una de dos cosas: estar con su madre (lo cual ya no es posible) o estar con su padre, lo cual es difícil, ya que ni él ni sus familiares saben dónde encontrarlo. Ese dolor y el abandono son suficientes para que Ren prefiera escapar y estar solo, con la premisa de que no necesitará de nadie para cuidarse. Tras su escape, descubre que en su pecho se ha creado un vacío: cuando mira su reflejo, sólo ve una mancha negra que no sabe explicar, pero que lo atrae y lo aterroriza al mismo tiempo.
Es en ese momento cuando Ren descubre a Kumatetsu, una "bestia" que, sin importar las diferencias, le ofrece “adoptarlo”. Ren no acepta, pero de alguna manera sus pasos se dirigen a esa bestia que lo atrae a un mundo paralelo al de los humanos; donde hay más especies como Kumatetsu, pero donde, curiosamente, no se aceptan personas, pues las consideran débiles y susceptibles de caer en la maldad, porque su corazón es frágil ante el odio. Es así como Ren queda atrapado en una realidad paralela.
