Pasar al contenido principal
x

Lecturas de la vida: Cuentos del Doctor Lector

tasa_vapor
Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Carolina E. García García

Meses después, la señora Ana llega a casa contagiada del virus; Emma se encontraba jugando bajo un árbol; al intentar acercarse para abrazar a su madre, ella da pasos atrás por temor a contagiarla.

Se aísla en un cuarto; desde afuera, a través de la ventana, Emma escucha esa horrible tos.

 —Corre apresuradamente hacia la cocina mientras su padre ayuda a su amada esposa a recostarse; la niña, muy serenamente toma unas hojas de eucalipto, las vierte en el agua; cerrando sus ojos y con infinita devoción de su alma, le pide a los "devas" de aquella planta para que curen a su madre del terrible virus; después le da a beber el gran elíxir, junto con una infusión donde el vapor trasciende como nubes hacia sus pulmones.

La tristeza de Emma golpeaba sus días, sobre todo porque no le permitían entrar al cuarto para estar junto a ella; solo por la ventana sonreían con el parpadeo de sus ojos.

—Quiero estar con mi madre— le dice a su padre muy enérgica. —Han dicho que los niños no pueden contagiarse. No le tengo miedo al virus, si mi madre muere…. yo muero junto con ella.

Le decían que su madre ardía en fiebre. A través de aquella ventana le pasaba a su padre los lienzos fríos para aliviar la fiebre, estaba al pendiente de sus medicamentos, así como de su alimentación, con exquisitos guisos preparados por ella. Todos fueron contagiándose, hasta que ninguno quedó sano.

Aquella noche se colocó su cubrebocas, envolvió sus zapatos con una bolsa de plástico; cubriendo todo su cuerpo con una sábana blanca, ingresó al cuarto de su madre. Estuvo así por varios días, cuidándola, durmiendo junto a ella. Mientras su madre se recuperaba, también cuidaba de los demás, con el poderoso elíxir que con gran fe y amor les daba a beber.

Al pasar unos días, poco a poco fueron mejorando. Su abuela, junto con su madre, al salir del encierro se dirigieron hacia el patio buscando a Emma, mientras el padre con una sonrisa las observaba desde un angosto camino. Ella estaba sentada entre los destellos del sol de un nuevo amanecer. Se abrazaron fuertemente.

-¿En qué pensabas?— preguntó su madre, acariciando su fino rostro.

 —En que no todos han vencido al virus, muchos han partido, nada volverá a ser igual; a veces pienso  que solo es un sueño en el que suenan las campanas  del recreo y que aún no despierto; por eso, la mejor manera de pensar es no pensar.

[email protected]

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.