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El lector furtivo: Los malentendidos más populares al escribir poesía

libros
Foto(s): Cortesía
Redacción

Rafael Alfonso

 

A nada de celebrar el Día Mundial de la Poesía, es de lo más común escuchar la afirmación de que la poesía no sirve para nada. ¿Es que acaso todo debe tener una utilidad? Al sustraerse, aparentemente, de este imperativo, la poesía adquiere cierto encanto. Lo decía Hölderlin, es “la más inocente de las ocupaciones”, en tanto inocua y hasta un tanto inútil.

Así que no le falta razón a quien afirma, desde tal perspectiva, que la poesía carece de utilidad, puesto que a muchas personas no les sirve en absoluto; pero históricamente, la poesía también ha sido la forma en que la humanidad ha razonado el mundo que habita.

Este mundo, plagado de espejismos, alienta una serie de ilusiones como realidades y quienes escribimos, por mucho tiempo hemos estado dispuestos a creer en ellas. Haré un grotesco símil. Desde el público vemos cómo el mago dibuja en el aire un pase mágico y un elefante desaparece: aplaudimos porque nos sorprendemos y nos conmueve aquella sorpresa. El error de muchos es querer subirnos a ese mismo escenario pensando que, al dibujar en el aire un pase mágico, el elefante va a desaparecer. Cualquier aspirante a mago debería saber que el pase no es mágico y que el elefante no se desvanece, tan sólo se oculta; es decir, la pretendida magia no es real, sino un artificio. Ocurre lo mismo con la poesía.

De las hondas impresiones que nos dejan los buenos (y malos) poemas se desprenden varios malentendidos practicados por poetas noveles —y aun algunos ya crecidos—, mismos que paso a enumerar.

Que el poeta es rehén de las musas. Al pensar en el poeta como una suerte de iluminado que sólo puede salir avante con el auxilio o de la inspiración, se desestima que un poema es una obra intelectual que exige el conocimiento de recursos, técnicas y procedimientos racionales, además de competencias y aptitudes que se cultivan y fortalecen, como la disciplina.

Que la poesía tiene el fin de expresar los sentimientos del poeta. Todos tenemos sentimientos, si este malentendido fuera cierto, bastaría transcribir nuestro sentir a un papel para hacer poesía. Para simplemente desahogarnos existen actividades mucho mejores, una charla entre amigos, con la familia, una visita a la cantina o a un terapista. ¿Quiero decir con esto que nunca se expresan sentimientos genuinos en la poesía? No, sino que la tarea principal de un poeta no es expresar un sentimiento, mucho menos “sentir”, sino tomar una serie de decisiones formales para construir una obra. Discursivamente, los poemas amorosos son más una reflexión sobre el amor, que una manifestación de este.

Que hay que ser un reventado. Considerar la poesía como el imperio del placer, es una idea bastante seductora. Que se lee y se escribe por placer y que, en ese sentido, el cultivo de los placeres nos hace buenos y mejores poetas, es algo que emociona a muchos aspirantes. Bukowsky es el ejemplo paradigmático, por la presencia constante de sexo, alcohol y drogas en su obra. Muchos imitadores (los hijitos de Bukowsky), están bien dispuestos a seguir sus pasos sin considerar que dicho autor era, antes que un vicioso, un talentoso y muy bien informado poeta, y no tendríamos que reducir a sus temáticas provocadoras toda su valía.

Continuará el próximo domingo…

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