Pasar al contenido principal
x

Denarios: Los designios del Señor

denarios-portada
Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Filiberto Santiago Rodríguez

Ese día de abril, el sol se acercó de más a la tierra para torturar a los trabajadores con su calor agobiante. Macario y Eufrosina se esforzaban cortando tomates en los campos de Arizona. La falta de trabajo, además de las lluvias irregulares, los habían obligado a irse de su pueblo abandonando familia y hogar. Su hijo William, de 7 años, se quedó al cuidado de los abuelos paternos.

Santo Domingo de las Cabras es una comunidad que se aferra a la vida, justo en la frontera entre dos mundos opuestos; por un lado, el bosque exuberante y por el otro, el llano desértico. Es una especie de oasis y abismo. Este lugar tiene un río que, al fluir como un latido agónico, le recuerda a los habitantes que, aunque sea mínima, aún hay vida.

Acostados dentro de su galpón, los migrantes soñaban con su casa. A través de la distancia, sus manos acariciaban las paredes rugosas hechas con adobes negros. Pensaban en las tejas rojas de la techumbre, tan viejas y rotas, que parecían un colador para el escaso líquido de las nubes, permitiendo que fluyera debajo de la cama en busca de cultivos sedientos.

El pequeño William, después de un rato de juegos, dormía bajo la sombra de un árbol, cuyo tronco estaba tan retorcido que parecía una serpiente saliendo de la tierra. Sintió sed. Con la pereza de un oso, levantó su cuerpo y fue a la habitación en busca de algo para beber. William abrió el refrigerador. Tomó un vaso. Cuando vertió un poco de agua del jarro, se sintió aliviado al instante. El líquido frío le pareció sacado de un manantial, y con gran placer, entornó los ojos mientras bebía.

En un instante, el vaso se precipitó al suelo, y se desintegró en mil pedazos, como si cada fragmento fuera un destello de diamantes que ascendía al cielo. El estruendo atrajo a los abuelos, quienes se precipitaron hacia la escena del accidente. Al levantar el cuerpo inerte de William, intentaron reanimarlo, pero fue en vano. Sus ojos, que antes resplandecían con vida, ahora estaban apagados como una noche sin estrellas. Su mirada fija en el infinito observaba a sus padres trabajar en el campo de tomates de Arizona.

Los presentes probaron el agua del jarro, con la cautela de quien se asoma a un despeñadero, temiendo encontrar algo oscuro y desconocido; pero la bebida era tan pura como el rocío de la mañana. El médico, con su aguda percepción, inspeccionó al niño en busca de cualquier indicio, pero no encontró rastro alguno de enfermedad cardiaca, ni de ninguna otra índole.

Al sepelio acudió todo el pueblo de Santo Domingo de las Cabras. Durante el traslado del cuerpo al panteón, se escucharon murmullos, sollozos y cánticos seráficos.

“La partida de William, es como un viento frío que nos corta el aliento. Un vacío que no puede llenarse con palabras ni lágrimas. Pero debemos recordar que ese pequeño ser, no se ha ido del todo, sino que ahora habita en otro plano, en un lugar donde el dolor y el sufrimiento no existen. La sonrisa de William nos invita a no cuestionar al Señor por llevárselo a su reino, pues sus designios son inescrutables”.

Así habló el cura aquella tarde, como si el misterio de la vida y de la muerte se encontrara incrustado entre las ranuras enmohecidas de aquel templo viejo y anacrónico.

"Los presentes probaron el agua del jarro, con la cautela de quien se asoma a un despeñadero".

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.