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Denarios: Londres

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Como todos los días, Augusto despierta a las siete en punto de la mañana, al desperezarse, recuerda que no está en casa, sino en un   elegante Hotel en Londres, ciudad a la que llegó hace dos días y que ha visitado ya anteriormente en varias ocasiones. Se endereza en la cama para tomar la bata de seda, que coloca cada noche a sus pies, se calza las pantuflas, descorre las cortinas del gran ventanal, que le permite observar una vista de la ciudad, que sorpresivamente amaneció sin neblina y con un sol brillante, por lo que desde el sitio en el que se encuentra, puede divisar la torre del icónico Big Ben, localizado a un lado del Palacio de Westminster.

​Al terminar de bañarse, frente al espejo observa con cuidado su figura: barba y bigote muy bien cuidados, cejas gruesas, ojos negros y nariz finamente trazada, cabello entrecano, complexión delgada y 1.80 de estatura. Regresa a la habitación para vestirse con el atuendo que previamente escogió la noche anterior: camisa azul cielo, pantalón gris Oxford, saco casual azul marino y zapatos negros, impecablemente boleados.

​Tocan a la habitación y un mesero uniformado, entra con el carrito que lleva su desayuno: café, jugo de naranja y tostadas con mantequilla. Lo deposita sobre la mesa y antes de retirarse, pregunta:

—¿Se le ofrece algo más?

—No, muchas gracias.

Cuando el mesero se va, y antes de sentarse a disfrutar los alimentos, recuerda que si estuviera en casa escucharía a su madre decir:

—Augusto, baja a desayunar, la mesa está servida.

​Y ante esa voz de mando, solo queda contestar:

—Enseguida bajo, mamá.

​Siente un gran alivio de poder librarse de esta costumbre y algunas otras más, que su madre ha impuesto y a las que no puede oponerse ni negociar. De tal manera que viajar le proporciona, entre otras cosas la posibilidad de tomar los alimentos que se le antojen y a la hora que quiera.

​Augusto es hijo único, estudió la licenciatura en Derecho, y trabajó en un reconocido bufete de abogados, hasta la repentina muerte de su padre, por causa de un infarto. Esto fue para él un golpe muy duro, porque su padre se sentía muy orgulloso del desempeño que tenía en el bufete, donde era reconocido por su esmero y conducta intachable, lo que le permitió hacerse cargo de los asuntos más relevantes y difíciles. Su padre siempre lo alentaba diciéndole:

—Tienes un camino de éxito muy grande, hijo. No te detengas.

​ Su mamá, después del fallecimiento del padre,  esgrimiendo que se sentía muy sola, empezó a solicitar su presencia por cualquier motivo y él fue desatendiendo su empleo, hasta que decidió renunciar y dedicarse al cien por ciento a su cuidado, dejando a un lado sus aspiraciones y deseos, incluyendo los planes de matrimonio que ya tenía en puerta. Él acepta todo para poder contar con las sumas de dinero que ella siempre está dispuesta a darle. Así, a sus cincuenta años volvió a ser hijo de familia, sin necesidad de trabajar, porque la situación económica de su madre es lo suficientemente sólida. 

 

 

“Tienes un camino de éxito muy grande, hijo. No te detengas”.

 

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