Última de dos partes
Rosa María Vázquez Cázares
No llegaba la ambulancia; decidieron llevarla al hospital más cercano, la cargaron delicadamente, Sofía la tomó entre sus brazos; llegó al hospital inconsciente, la diagnosticaron con fracturas de cráneo y hemorragia cerebral.
Tras horas de espera interminables, sin decir ni una palabra estaba ella con la mirada, fija en el piso, las lágrimas rodando amargas y silenciosas por sus mejillas.
Franz con una mirada dura, acusadora.
Finalmente salió un médico para informarles que Yady había fallecido. Tuvieron un largo y penoso duelo, tres años, sobre todo ella. Hundida en un dolor profundo, desolada y con la mirada inquisitiva de Franz atormentándola.
Sofía dejó el cuarto de Yady intacto, con la ropa, juguetes y sus fotos casi a manera de altar. Ellos no tenían intenciones de buscar otro embarazo, sin embargo, se dio. Sorpresivamente, Sofía recibió la noticia de un nuevo bebé, lo tomaron como una señal: un regalo que Yady les envió.
Fue un niño a quien llamaron Saíd, muy parecido físicamente al papá; vivaracho, inquieto, curioso, quien con su alegre existencia cambió la vida de Franz y Sofía. Desde muy pequeño, sus papás le contaban que él tenía una hermanita en el cielo, que era como un ángel que había llegado a la vida de la familia con una estancia muy breve, pero feliz. Le mostraban las fotos que tenían en el pequeño sitio especial para Yady; le decían que seguramente ella lo había enviado para que no estuvieran solos y tristes.
Saíd está creciendo, ahora que el semáforo de pandemia está en amarillo, sus padres me lo han traído a consulta, le cuentan que hacían lo mismo con Yady. Me sorprende al pedir que le platicáramos cómo era su hermanita cuando vivía y mientras le platico, su mirada se dirige al cielo, a través de la ventana, sus ojos muestran el poder de su imaginación.
Le cuento que Yady era una niña linda, sonriente, con una mirada vivaz, con “chispa”; quienes la conocimos, así la recordaremos por siempre, como una estrella fugaz.
