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Alejandra Pizarnik, los gritos interiores y sus cartas

Foto(s): Cortesía
Redacción

Mónica Ortiz Sampablo

 

Ansiedad, angustia, desesperación, fueron esas gruesas hebras que entretejían la vida de Alejandra, estuviera donde estuviera. París le sentaba bien, desde ahí le escribía a León Ostrov, quien fue un muro de contención para ella; él siempre respondió a sus cartas que en la mayoría de las veces mostraban el desgarramiento interno de la poeta. Al parecer, Alejandra no se creía dueña de un gran talento, tampoco manifestaba estar contenta con su físico: "Una mujer tiene que ser hermosa. Y yo soy fea. Esto me duele más de lo que yo creo”, expresaba.

Ostrov, con quien la relación fue más bien paternalista, buscaba la manera de ayudarle con su autoestima, de darle ánimo pese a la brumosa distancia; pero Alejandra necesitaba una contención presencial, y fue por ello que recurrió a una psiquiatra.

“No deseo dejar de comunicarle que he iniciado un leve tratamiento con una psiquiatra. Ha sido por azar, si existe. […] Estoy, pues, convulsa, contraída, temerosa, con toda la extensión de mi sentimiento de abandonada frente a mí, recreando viejos horrores y no sabiendo, como siempre, qué hacer con tanta confusión. En verdad no espero nada, ni siquiera resultados maravillosos. Solo quisiera comprender, ver claro o no claro, pero ver algo de esto que no me deja. La expresión «nostalgia materna» no me ayuda. Tampoco yo me ayudo. Vieja cuestión: ¿puede alguien ayudarme? Naturalmente, deseo saber qué piensa de lo que le cuento”.

En la siguiente carta continúa:

“Lo que hago con ella es una psicoterapia de conversación […] No sé si me ha ayudado hasta ahora, no sé si me podrá ayudar. Mi única metamorfosis (notable según mis amigos) es hasta ahora física, corporal. Mi cuerpo se ha estilizado, cambiado muy favorablemente y, lo que es asombroso, mis manos no son las de antes: su delicadeza actual me da miedo”.

Mirar el mundo de Pizarnik es caer en esta espiral de locura, de contradicciones, de oscuridades, atraídos sin remedio por el imán de la belleza. Aquí un fragmento de su poema "Sala de psicopatología", escrito el mismo año de su muerte.

¿Qué cosa curar?

Y ¿por dónde empezar a curar?

Es verdad que la psicoterapia en su forma exclusivamente verbal es

casi tan bella como el suicidio.

Se habla.

Se amuebla el escenario vacío del silencio.

O, si hay silencio, éste se vuelve mensaje.

Continuará el próximo miércoles…

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