Juan Pablo Reyes Ortíz
Primera de seis partes
Afuera del servicio de urgencias, sentada en el borde de una banqueta, Biani sollozaba sobre su sombra; el amanecer se oscurecía con la tristeza de sus ojos. Siempre había encontrado opciones para mantener una sonrisa ante la desesperanza de perder a su hijo. A veces, racionalizaba el valor de la fe, para que se dejara canalizar; en otras ocasiones lo condicionaba con premios para acudir a sus quimioterapias. Cumplía toda indicación médica, por lo que el personal del hospital los adoptó como familia en el interior de cada sala.
Los últimos cuatro meses dormían de servicio en servicio. Maiken, su hijo, mejoraba un día y empeoraba otro, pero ésta era la fecha temida. Recibió la noticia, franca, fría, concreta, sin lugar a negociaciones: lo sentimos, su hijo ha muerto, despídase de él, dele un besito, espérenos afuera, ya le llamamos para hacer trámites. Ni siquiera la habían dejado llorar, en realidad ella no sabía si tenía que hacerlo. Sólo dio unos pasos hacia fuera de la sala de urgencias, para ingresar al ensordecedor silencio y sin sentido de la noticia. En un santiamén se complicó todo, el mundo giró al revés retorciéndole el corazón, introduciendo su alma al vacío. De repente reaccionó e intentó regresar con el médico de urgencias, pero el estruendo de la noticia la paralizó en la banqueta.
Las personas veían la teatralidad de sus palabras, repitiendo el mismo libreto una y otra vez. "¡Esto no puede ser verdad!", reafirmaba, sobre la humedad de sus lágrimas, la negación de la noticia. Las enfermeras, padres de familia y otros trabajadores del hospital, con el corazón en la mano ofrecieron palabras de consuelo que ella nunca llegó a escuchar. Simplemente estaba perdida, llenaba poco a poco la bomba de emociones que explotó en llanto desconsolado.
Continuará el próximo miércoles…
