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LECTURAS PARA LA VIDA; Cuentos del Doctor Lector: Un peluche viejo

portada-segunda
Foto(s): Cortesía
Redacción

José Luis Ortega González

 

Primera de tres partes

 

Existen recuerdos que inevitablemente duelen o perturban, que deseas borrar en lo posible o esquivar a toda costa, sin embargo, un pequeño pabilo permanece encendido dentro o fuera de nosotros, para iluminar y abrirse paso a lo largo de los senderos de nuestra vida.

 En nuestra vida no hay lugar para los pentimentos.

 −Doctor, dame ese animal feo que traes en el toscopio− me dijo Lucía esa mañana; era su tercer día hospitalizada; con su sonrisa habitual, entre inocente y pícara, refiriéndose a una rana de tela vistosa, que traía amarrada en el auricular del estetoscopio. 

−No se llama toscopio Lucía, se llama es-tes-to-copio− comentó Regina, su compañera de habitación.

−¿Verdad, doctor?− agregó Regina, levantando las cejas y con las manos en la cintura.

−Se llama estetoscopio, pero como le quieran llamar está bien para mí− les dije en tono neutral, mientras revisaba las hojas de signos vitales.

Regina estaba inquieta, era la hora de la visita médica matutina; un día antes había quedado en pre-alta, sólo esperaba una última palabra que le indicara que por fin saldría del hospital. 

La situación de Lucía era distinta. Llegó tres días atrás con dolor de cabeza muy intenso, luego de un largo peregrinar por distintos consultorios privados y unidades de atención médica primaria, durante los últimos dos meses. 

−Doctor, tienen que hacer algo por mi hija, casi a diario amanece con fuerte dolor de cabeza; al principio era esporádico, pero conforme pasa el tiempo es más frecuente y fuerte, le dura casi todo el día. Al principio le daba pastillas y al mediodía se sentía mejor. Ahora ya no se le quita con facilidad, a veces hasta vomita. Le han dado medicamentos para “las migrañas”, para los parásitos y la gastritis. Hasta me dijeron que tal vez necesitaba verla un psiquiatrame dijo la mamá el día que conocimos a Lucía en el servicio de Urgencias. 

Me encontraba formado en la fila para acceder a la caja 3 del banco cercano a mi hospital. No sé por qué recuerdo tan bien, la caja 3. Me entretenía, haciendo cuentas mentales de mis ingresos y descuentos en el talón de cheque quincenal. Volteaba a ver el reloj en la pared, detenido en la hora uno, desde quien sabe cuándo, una de la madrugada, una de la tarde; quién sabe, en todo caso, por pasar el tiempo, lo volteaba a ver una y otra vez.

Continuará el próximo miércoles…

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