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LECTURAS PARA LA VIDA: Cuentos del Doctor Lector; Los desaparecidos

desaparecidos
Foto(s): Cortesía
Redacción

Vicente Estudillo Castillo

 

Sexta de once partes

 

En otros, los rezos no fueron suficientes, pues ya comenzaban a mostrar signos de fatiga y elevando la voz dijo uno de ellos:

–Hey, por qué no paramos un rato, o mejor esperamos a que aclare por la mañana, a lo mejor los niños están dormiditos, y si pasamos cerca de ellos ni nos van a sentir.

Detuvieron la marcha y se silenciaron los rezos. 

 Cleofás fue el que habló esta vez:

–Los que se sientan cansados, que se regresen pa' ontán las carretas, y que nos alcancen por la mañana; los que quieran seguir, aunque seamos pocos, llegaremos hasta onde podamos.

Pues muy a fuerzas, todos siguieron. 

Un viento helado comenzó a soplar conforme subían la montaña; los densos matorrales y los grandes árboles se tornaban en figuras de variadas formas; en algunas áreas estaba tupido de bejucos, lo cual dificultaba el caminar, tenían que ir abriendo brecha. 

Un relámpago de mil formas iluminó por segundos aquel grupo, algunas miradas se percibían fatigadas, otras con miedo. Un trueno hizo que aquel grupo se hiciera más compacto, pues todos buscaban estar cerca de alguien.

Volvieron los rezos, una frágil y helada lluvia comenzó a caer, los sombreros de palma poco a poco se fueron humedeciendo. 

 No habían encontrado ningún rastro, ningún destello, nada que indicara que los niños habían pasado por ahí. Comenzó a llegarles un aroma de flor del amanecer, flor de campo, y otros aromas silvestres; junto con ellos los primeros rayos del sol. Habían andado toda la noche infinidad de kilómetros, la marcha cada vez era más lenta, las miradas fijas al suelo. 

Fueron pocos los momentos en que el matrimonio dejó de escapar las lágrimas, parecía que cada momento que pasaba y no los encontraban, surgían de la inagotable fuente del alma. La fuente del alma de los padres que son los hijos. 

Sobre una porción de terreno que estaba en una pequeña planicie, donde aún se conservaba intacta la huella del rocío, caminaba lentamente Marcial; algo llamó su atención e hizo que sus pesados ojos negros se abrieran en toda su circunferencia: unos piecitos dibujados en el polvo.

Continuará el próximo miércoles…

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