Mónica Ortiz Sampablo
Primera de tres partes
Ernest Hemingway fue un maestro de la ficción sin límite; descubrió su pasión desde muy temprana edad; aunada a su hambre de ser el mejor, estaba el hambre de retratar toda vivencia que, como periodista, en un principio logró atrapar. Años más tarde se consagró como escritor, con cuentos, novelas, guiones y ensayos.
Creció en el seno de una familia en la que el padre médico y la madre música, forjaron sus primeros años; por un lado, ella empeñada en dejarle el cabello largo y vestirlo con ropas de niña para que junto a su hermana Marcelline pasaran por gemelas, mientras que el padre buscaba reforzar su masculinidad durante las vacaciones en la casa de campo con actividades como la caza y deportes “propios de los hombres”.
Ernest es uno de los escritores que escribió entre seis mil y siete mil cartas, mismas que conforman una obra en sí mismas. Sandra Spanier, catedrática de la Universidad de Pensilvania, se ha dado a la tarea de recopilar estas cartas en doce volúmenes, de los que ha publicado los cuatro primeros.
Una biografía nos ayuda a conocer grosso modo la vida de alguien, pero en las misivas nos adentramos a una minuciosa labor de encontrar la personalidad más de cerca, las pinceladas de un autorretrato. En este caso me atrevo a decir que es el retrato de un hombre que sostuvo cruentas batallas con sus demonios mentales.
Leer cartas de escritores conlleva riesgos, que consisten en descubrir comportamientos que pueden chocar con las propias creencias, valores, posturas ideológicas, en fin, esta tarea precisa de tener la mente receptiva y el ojo muy acucioso, para finalmente reacomodar el cableado, es decir, leer cartas de escritores brillantes muchas veces puede descolocarnos. Las reflexiones derivadas de ello ayudarán a mirar al ser humano en su crudeza.
Continuará el próximo miércoles…
