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Estampas para mis nietos: Nenecita y el limonar

jardin-casa
Foto(s): Cortesía
Giovanna Martínez

Con la chiquilla revoloteando a nuestro alrededor -ansiosa de que le muestren lo que envuelve el rebozo-, cruzamos el zaguán ancho flanqueado por bancos de herrería que sostienen grandes macetas que, orgullosas, presumen las conchas de verdes hojas que están sembradas en ellas. Este zaguán nos lleva al patio rodeado de jardineras con geranios y rosales de diversos colores. Al frente hay un pequeño balcón con una buganvilia grande, que comienza a enredarse en sus barrotes.

Nos detenemos, por fin, junto a una puerta y la nana, quitándose el rebozo, orgullosa, me muestra mientras dice:

—Mira, Nenecita. Es un limonar.

—Es muy chiquito, nana.

—Sí, pero cuidándolo y con mucha agua, crecerá.

Colocado en el piso, la niña se acerca más a mí. Con mucho cuidado acaricia mis hojas y le dice a la nana:

—Yo te ayudaré a cuidarlo; pero, ¿dónde lo sembrarás?

—Aún no lo sé, por lo pronto se quedará aquí. Mañana tal vez pueda sembrarlo.

La nana entra a la casa y yo permanezco afuera con la niña que sentada junto a mí, parece cuidarme ya que, muy quedo, me dice:

—No tengas miedo, yo estaré siempre contigo.

Conchita Ramírez de Aguilar

Se escuchan unas voces y aparecen corriendo dos niños, se detienen frente a mí y antes que se acerquen demasiado, la niña les dice que tengan mucho cuidado porque pueden lastimarme. Sin que le pregunten, les dice que soy un limonar y que pronto me sembrarán. Ellos observan un rato y se retiran gritando.

Empieza a oscurecer, y ahora comienzo a extrañar la vista que tenía del crepúsculo en el terreno de Inés, el viento que nos acariciaba y el aroma de las plantas y flores con las que convivía. Antes de que mi tristeza crezca, llega la niña y con una regadera empieza a bañarme y vuelve a decirme:

—No tengas miedo, todos te queremos; además, puedes platicar con las flores y plantas que hay aquí, todas están felices por tu llegada. Duerme tranquilo, hasta mañana.

Al día siguiente, cuando la aurora comienza a mostrarse, aparece la nana con su escoba y, como si bailara, comienza a barrer las hojas y flores de la buganvilia y de las demás plantas. Después, con una jícara, nos riega a todas antes de retirarse a la cocina para preparar el desayuno.

Más tarde aparece la niña que muy alegre, dice:

—Mira, mamá. Este es el limonar que trajo mi nana. ¿Verdad que es muy bonito?

—Sí hija, es muy bonito, ya verás que crecerá mucho.

—Mi nana dice que pronto lo sembrará y yo lo cuidaré.

—Estoy segura que así lo harás. Ahora apúrate, se hace tarde para la escuela, tus hermanos están esperando.

—Sí, ya voy.

Un poco más tarde, desde el lugar donde me encuentro, veo regresar a la mamá que con paso rápido entra a la casa. El resto de la mañana transcurre con tranquilidad, hasta la llegada de los niños que vuelven de la escuela y que, corriendo y saltando, pasan por el patio sin detenerse. Solo la niña que muy contenta llega frente a mí y con una gran sonrisa dice:

—Ya estoy aquí, voy a quitarme mi uniforme y regreso.

Unos minutos después vuelve con su mamá que sostiene en sus brazos a un bebé y muy orgullosa dice:

—Mira, es mi hermanito, el más pequeño. Vino a conocerte. Ah, y la señora que está en el balcón es mi abuelita. Solo te falta conocer a mi papá, lo verás cuando regrese del trabajo.

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