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El lector furtivo: Leonard Cohen

leonard_cohen
Foto(s): Cortesía
Redacción

Rafael Alfonso

 

Hoy en día, las canciones son la expresión contemporánea más extendida del género lírico. Es difícil apreciar lo anterior a causa de la evidente orientación comercial que tiene la música popular desde el siglo pasado, pero no podemos descartar que grandes voces líricas se expresen a través de la composición de canciones. Una de esas voces, por supuesto, es la de Leonard Cohen (1934-2016).

Antes que considerarse músico y cantautor, Cohen se consideraba poeta, y con pleno derecho. Escribió poesía y ficción, primero que canciones, y su obra tenía la influencia de grandes autores como William Butler Yeats, Walt Whitman y Federico García Lorca, por mencionar algunos.

"The favourite game" (1963) y la escandalosa "Beautiful losers" (1966) -un triángulo amoroso con escenas sexuales a lo Henry Miller, y ahora considerada una de las mejores novelas canadienses-, fueron su incursión en la narrativa. Por aquellos tiempos, también salieron a la luz cuatro libros de poesía: "Comparemos mitologías" (1956), "La caja de especias de la tierra" (1961), "Flores para Hitler" (1964) y "Parásitos del paraíso" (1966), la mayoría de ellos escritos en Grecia.

Pero estos intentos que abarcaron la década de los 60 no fueron suficientes para Cohen, de manera que regresó a América. Si hemos de dar fe a su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias, el joven Cohen -guitarrista mediocre, como él mismo se llamaba- aprendió una secuencia de acordes de guitarra flamenca gracias a un muchacho español que conoció en Montreal, mientras visitaba a su madre. Las clases de guitarra terminaron inesperadamente el día en que el joven maestro se quitó la vida. Con esos pocos acordes y algunas canciones que de ellos derivaron, se trasladó a Estados Unidos y probó fortuna como cantautor en el género que caracterizaba aquel momento, el folk,  en el cual reinaban Joan Baez y Bob Dylan. Por cierto, John H. Hammond, quien fichara a Dylan para Columbia Records, hizo lo propio con Cohen. Aquí podríamos abreviar con la frase “el resto es historia”.

Desde su disco debut "Canciones de Leonard Cohen" (1967), quedó claro que el poeta ya tenía una voz y solo necesitaba tener un instrumento y una canción. Su trayectoria ha sido exitosa como pocas, y es cosa de agradecer que sus canciones hayan llevado poesía a los oídos de una gran cantidad de melómanos. Es el caso, por ejemplo de las canciones "Suzanne" y "Aleluya", versionadas en múltiples ocasiones por grandes intérpretes.

Existe el consenso de que las canciones de Cohen se escriben desde la conciencia poética, con estructuras muy bien cuidadas, con mecanismos complejos y varias capas de significación. Sus canciones de amor, por ejemplo, hablan de impresiones efímeras, antes que de historias. Se dice que Cohen escribía versiones kilométricas de sus canciones para, al final, quedarse con lo mejor.

Entre los galardones a los que Cohen se ha hecho acreedor, se encuentran su entrada al Salón de la Fama del Rock and Roll, la Orden Nacional de Quebec y, por supuesto, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

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