Juan Márquez Jiménez/ Última de cuatro partes
El horario se modificó, más temprano o más noche para evitar en lo posible encuentros con menor número de gente y de esa manera disminuir las probabilidades de contagio con el coronavirus. Durante el paseo por las calles se le pedía no jalonearse con la correa, pero cuando veía a otro perro le ladraba como queriendo pelear, sin importar lo grande que el perro estuviera.
"Moz, compórtate, te puedes lastimar el cuello; además, ese perro puede traer coronavirus y correríamos el riesgo de llevarlo a casa, donde puede contagiarse algún integrante de nuestra familia".
Una vez terminado el paseo, el acompañante pasa primero por el tapete sanitizante, posteriormente tira la bolsa de excretas y guantes utilizados; a continuación, le lavan las patitas a Moz con jabón suave, enjuagan y secan, le dicen que es necesario para eliminar los virus posibles que traiga en ellas, después le asean el pelo, por lo que protesta enojado con gruñidos. Esta rutina se repitió durante las primeras semanas.
" ¿Por qué me lavan las patitas si no están sucias?"
Día a día se fue acostumbrando a este hábito y actualmente en ocasiones levanta solo sus patitas para realizar la sanitización.
"Estoy de acuerdo con este hábito para proteger a todos los integrantes de mi familia", gruñe suavemente.
El acompañante procede a lavarse las manos con agua y jabón, después se aplica gel antibacteriano, explica a Moz -aunque no lo comprenda- sobre la importancia de estas medidas de sanitización para evitar el contagio. Una vez terminado este procedimiento le quita la correa y feliz agradece el paseo; corriendo, mueve la colita, sube las escaleras.
" Ya llegué, me fue muy bien, ya me lavaron mis patitas y mi lomo para no contagiar a mi familia", expresa alegre.
Luego va a tomar agua por la sed producida en la caminata y a descansar.
FIN
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