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Cuentos del Doctor Lector: Macabro destino y una voz de esperanza

hombre
Foto(s): Cortesía
Redacción

Raúl Héctor Campa García/Cuarta de seis partes

Él tenía llaves de la casa y de su cuarto, donde se encerraba a dormir todo el día. Antes de salir, cuando empezaba a oscurecer, comía algo de lo que su madre le dejaba en el refrigerador o en la mesa.

En una de esas frecuentes salidas, Macario no regresó a casa. Su angustiada madre, preocupada por él y por la enfermedad de su esposo, realizó llamadas a la Cruz Roja, lo reportó a la policía del lugar, lo buscó en varios hospitales, pero nadie le daba razón.

Por mera coincidencia, una trabajadora social, que había conocido en una ocasión que fue internado como consecuencia del síndrome de abstinencia, se ofreció a ayudar a la angustiada madre para localizar a su hijo. Efectivamente, le informaron que él se había marchado de la ciudad con un grupo de amigos y se desconocía el rumbo que habían tomado. Ninguno de los familiares de esas otras personas supo hacia dónde se dirigieron. Solo supieron que viajaban con mochila al hombro sin destino alguno. La madre dio gracias a Dios, porque estaba vivo. Expresión que escuchó la trabajadora social y en silencio ella misma se cuestionó: “¿Vivo?, ese muchacho es un muerto en vida desde hace años”. Desde entonces, al comentar el caso, con unos de los médicos que lo atendieron en una de sus tantas hospitalizaciones, habían concluido con un fatal pronóstico: Adicto de difícil recuperación.

Seis meses pasaron sin saber el paradero de Macario. Una fría tarde de noviembre, un hombre desaliñado, con el cabello largo y sucio, de aspecto demacrado, taciturno, con la vista perdida, se bajaba de un autobús de pasajeros de segunda clase, en alguna parte de la ciudad. Se encaminó con paso lerdo hacia algún lugar que conocía perfectamente bien, a pesar de su obnubilada mente. De repente detuvo sus pasos, y empezó a hurgar en sus bolsillos del viejo saco que le quedaba demasiado holgado, para después buscar en las bolsas del mugroso pantalón; de una de ellas, extrajo unas llaves; eran las de su casa, que desde hacía mucho sus padres le habían heredado en vida. Retomó su andar dirigiéndose por inercia al lugar deseado. En un noble flashazo de lucidez, pensó que sus padres estarían esperando a que retornara, como siempre lo hacían.

Continuará el próximo lunes.

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