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Consultorio del alma: cuenta conmigo | ¡Qué difícil es ser adulto!; los desafíos de la vida cotidiana | Última de dos partes

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Rafael Alfonso

Continuando con la nota anterior, hemos de decir que la vida de un niño es mucho más protegida que la de un adulto, aunque no menos compleja. De entrada, el niño no tiene que preocuparse por el futuro, ni por las necesidades o deseos de los demás. Su mundo gira en torno de sí mismo, de su satisfacción inmediata y de su fantasía. En el narcisismo propio de esta edad, el niño siente ser, si no el centro, sí el parámetro del universo y cree que todo lo que desea se le debe conceder. El niño no tiene que pensar en las limitaciones o dificultades de la realidad; tampoco prioriza las normas o valores sociales. Su pensamiento, de carácter omnipotente y omnipresente, espera que los adultos que le cuidan le provean de todo cuanto necesita, sin que piense en dar por ello una retribución.

La complejidad de la vida adulta

Los adultos, a diferencia de los niños, deben lidiar con una serie de responsabilidades que van desde el trabajo y las relaciones interpersonales hasta la actividad financiera y la resolución  de dilemas éticos y morales, decisiones importantes que afectan su vida y la de los demás. Cada una de estas decisiones conlleva una responsabilidad, ya que los adultos deben asumir las consecuencias de estas. Tal complejidad puede ser abrumadora y en muchas ocasiones dan pie a varios padecimientos de carácter emocional.

Tanto niños como adultos experimentan una amplia gama de emociones, desde la alegría, hasta la tristeza y la ansiedad; pero mientras los niños son proclives a “gestionar” dichas emociones a través de la fantasía, se espera que un adulto las gestione de cara a la realidad; pero, ¿sucede así en todos los casos?

Resabios de la infancia

Los investigadores de la vida anímica saben que las experiencias infantiles son capaces de imprimir profundas huellas mnémicas en la psique humana y que, dado su carácter intemporal, algunos de sus rasgos permanecen durante toda la vida adulta, en algunos casos dificultando la adaptabilidad de los individuos a las exigencias de la vida cotidiana. No es raro encontrar personas adultas que tienen serias dificultades para asumir responsabilidades, obrar con prudencia y tolerancia, y anteponer las necesidades de los demás a sus emociones personales. Podríamos concluir que no están dispuestos a asumir una actitud amorosa con el mundo.

De esto también habríamos que tomar nota: la sociedad contemporánea parece empeñada en validar en sus miembros actitudes de carácter infantil, o dicho de otro modo se potencian las actitudes narcisistas. No es de extrañar que nos enfrentemos a un futuro donde una gran masa de personas adultas se muestren intolerantes, privilegien su placer y sean presas de sus estados de ánimo para desarrollar o no sus proyectos de vida, mientras intentan adjudicar  a otros la responsabilidad por sus actos. Todos estos, como los berrinches, son rasgos más propios de un niño que de un adulto.

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