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Consultorio del alma: cuenta conmigo | Agresión y supremacía del Yo; Segunda de tres partes

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Alejandro José Ortiz Sampablo

"¡Una molotov, una molotov!", continuó gritando el pasajero.

Aún sin saber a bien qué nos había ocurrido, dirigimos la mirada al piso donde se encontraba una botella de vidrio balanceándose, con un mechón de tela oscurecido por el fuego ahogado. No sé si fue la sugestión, pero inmediatamente comenzamos a percibir el olor a gasolina. Un hombre la levantó y se hizo un silencio por unos instantes; supongo que ninguno daba crédito de que alguien se hubiese animado a lanzarnos ese artefacto.

Ojo por ojo

Concluimos que el chofer —aunque sus buenos motivos debió tener— no quiso detenerse ante las indicaciones de quienes bloqueaban y les aventó el camión. Pudimos reclamarle el riesgo al que nos expuso su acción, pero en aquellos instantes estábamos más agradecidos de que el hecho no hubiera terminado en tragedia, y de alguna manera, creo, lo entendíamos. 

Por otro lado, quienes bloquearon esa noche lo hacían para hacer escuchar sus demandas, mismas que, seguramente, los encargados de hacerlo no habían atendido. Hoy, los bloqueos y manifestaciones son sancionadas severamente por quienes se ven perjudicados por ellas. La empatía para quien sufre agravio a sus derechos no es lo de hoy, pues la entidad psíquica llamada Yo, sólo se preocupa por sus derechos y su propio bienestar. De esto último se desprende una explicación del por qué no es cosa difícil enfrentar a los ciudadanos entre sí.

El impacto, de no creer

Esa noche llegamos a casa sin decir nada de lo sucedido, pues temíamos que nuestra madre no volviera a darnos permiso de salir, además de que ella no era fácil de convencer y menos aún cuando se trataba de llegar tarde. De repente, mi hermana y yo evocábamos la anécdota

—¿Te acuerdas de “¡Una molotov, una molotov!”?— nos decíamos en ocasiones. 

Los siguientes días no sacaba de mi cabeza las interrogantes que se me imponían; intentaba imaginar a la persona que nos había lanzado la bomba, si era alguien joven o un adulto; aun cuando había hombres y mujeres, suponía que el autor de dicho acto había sido un varón.

También imaginaba a los manifestantes después de lo sucedido, al igual que nosotros, excitados por la adrenalina desatada por la furia de que el autobús se les hubiese escapado. Me preguntaba si se habían percatado de que íbamos en él; en ese entonces me costaba trabajo pensar que no les importó el daño que nos hubieran podido ocasionar; así mismo, en ese tumulto me preguntaba, cuál era el comportamiento de quien había lanzado la molotov; ¿presumiría su acto a sus compañeros?, ¿se sentiría orgulloso o una vez pasada la excitación dimensionaría lo que estuvo por ocasionar y lo ocultaría?

Continuará el próximo sábado…

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