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Andador de Letras: Vochito

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Raúl Mena

Nací José, en el solsticio de verano. Un día de los dos más largos del año que, a la larga, valga la redundancia, se convertiría en mi sonata de burla. 

—¡Qué gordo! ¡Qué sano! —dijo mi abuela Cecilia al verme recién nacido, mientras comía una tortilla de horno con manteca. 

A mí nunca me cargaron, a mí me rodaron. Siempre rodé. Mi madre, orgullosa, se levantaba la blusa y agarrando sus chichis decía: 

—¡De aquí está mamando este guapo! ¡Qué bello eres, mi gordito!

La comida en casa siempre fue vasta. Me licuaban todo; aún no tenía dientes. Tardaron casi cuatro años en salirme. 

—Es retardado dental —decía mi padre a todos, quienes reían mientras él me empujaba con su pie. 

—Compadre, ¡hágale una caricia al niño!—. Y yo, pues rodaba y rodaba y saboreaba mi tortilla de horno con manteca.

Recuerdo lo que sentí al ponerme de pie, acostumbrado a arrastrarme en el suelo sin meter mis manos, ocupadas por sostener galletas. Cuando me levanté, fue más dolor que alegría. 

—¡Julia! El niño se va a caer. ¡Siéntalo! ¡Agárralo!— Y así aprendí a dar mis primeros pasos. Yo me carcajeaba al verlas correr cuando intentaba levantarme; y chasqueaba al masticar mis galletas de chocolate. Pinche Julia, la culera, perdón por lo de “la”, me pellizcaba cuando no avanzaba a su ritmo.

Crecí, entre pasos y rodadas. Nunca hubo uniformes de mi talla, ni zapatos. Don Lucas y mi tío Efraín hacían mi indumentaria. Medían y decían: 

—¡Chamaco! Vas a reventar algún día. ¡Cuida tu boca, cabrón! —pero yo comiendo era feliz, viendo a los otros saltar... y ellos a mí, rodar.

Y así, rodando me coloqué de repartidor en una empresa de gas. Trabajé algunos años hasta que no cupe en el camión. Un día entré y ya no salí. 

Trajeron cizallas y sierras para deshacer la cabina y sacarme. Con tristeza para mí, pero eso sí, saboreando mi tlayuda y mi coca, me eché a rodar. Y comí y comí y comí. Pero, eso sí, jamás vomité.

Rodé y rodé y nunca me cansé. Comí garnachas, chile relleno, guisado, tamales de elote, crema y queso, chicharrón; tomé caguamas, mistela, chingorolo, chanchomón… me dediqué a comer y a tomar. Total, que conseguí un trabajo de checador de camiones, y pues estaba sentado todo el día viendo la vida pasar, comiendo y bebiendo. ¡Siempre tuve hambre! Y a cualquier hora. Ahora que lo recuerdo, me duele la frase “Viendo la vida pasar”.

Hace unos días salí tarde del trabajo. Me acosté en el patio de la casa, me tapé con una sábana blanca, pues estaba refrescando. Tocaron la puerta, intenté levantarme y no pude, pero escuché:

—¡Mira, cabrón! Pinche José. Ya compró Volkswagen.

Y lloré y lloré. Digo… rodé y rodé.

Semblanza

Raúl Alejandro Mena Gallegos (Ciudad Ixtepec, Oaxaca, 1975). Arquitecto restaurador adscrito al Centro INAH Oaxaca. Participa en proyectos de investigación, protección, conservación y difusión del patrimonio cultural y natural. Es coautor del libro: “San Jerónimo Taniqueza”. Ha participado en diversos cursos de cuento, novela histórica y poesía. Publicó su primer cuento en la antología Cantos a la Madre Selva, de Ediciones El Cuajilote.

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