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Andador de Letras: Fórmula invertida | Última de dos partes

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Mónica Ortiz Sampablo 

Platicaron a la luz de una vela. Ernesto tenía muchas de diferentes aromas y tamaños en un estante. Además, en su sala se erguía un gran librero con literatura variada, muchos libros de poesía de diferentes épocas; algunos tenían a manera de separadores, papelitos de colores en ciertas páginas. También había una cava y un ambiente propicio para el amor. Mientras ella calentaba el cuerpo con un sorbo de vino, él tomó un libro y justo abrió la página en el separador de color rojo.

El amor viene lento como la tierra negra/ como luz de doncella como el aire del trigo/ se parece a la lluvia lavando viejos árboles, /resucitando pájaros. 

−Qué belleza, nunca lo había escuchado– dijo, conmovida.

No leyó más. Así pasaron varios días.

Ernesto no contó la segunda parte de la historia, los muchachos se dieron por bien servidos y cada quien tomó su rumbo.

La historia vio su fin cuando ella se dio cuenta de que quien la salvó aquella tarde de tormenta, era el mismo hombre que la había bajado del auto sin más. Se trataba del mismo hombre, con otro rostro, con otro olor, sólo que éste era un poco más cruel, pues ya nunca olvidaría aquel poema que resonaba en su cabeza, ni tampoco el olor a sándalo que se le quedó impregnado en la piel de por vida. Se fue y jamás volvieron a encontrarse.

Ernesto pensó que leer precisamente ese poema de Huerta había sido un error, sentía su casa vacía y no soportaba en ella la ausencia de una mujer.

Ana bailaba en medio de la fiesta, era alta y huesuda, y con una consigna en la mirada, quizá fue eso lo que llamó su atención y con el vaso de cerveza derramándose, se abrió paso entre la muchedumbre. Llegó hasta ella moviendo el cuerpo de una manera muy extraña; al final no importaba, pues el ritmo tribal se prestaba para los estertores.

Luego de un rato se apartaron y comenzaron a platicar. A ella le fascinaban la fiesta, el dance, la chela y los encuentros casuales. Este no era el primero.  Ernesto comenzó con su discurso repetido, ella se carcajeaba cada vez que él intentaba seducirla.

—Tienes los ojos tristes.

—Lo sé, el mundo entero lo dice, pero mira, mi cuerpo está feliz.

—Vamos a mi casa.

—Mejor vamos a la mía y allá seguimos la fiesta.

—No, cómo crees, yo te invité primero —dijo Ernesto, preocupado, pensando que algo malo pasaría si la fórmula se invertía. ¿Cómo iba a ser él quien fuera a la casa de una de sus Magdalenas? Ese no era el chiste. Tenía que ser él quien las cobijara, quien las secara de la lluvia y escuchara sus penas de amores pasados; la propuesta de ella simplemente no procedía.

—Anda, si vas, podrías ayudarme a poner un poco de alegría en mis ojos.

Esto último picó el ego de Ernesto, que accedió sin chistar. El lugar dejó de importarle, y en medio de risas y bailes salieron entre el gentío.

Ya en el departamento, él intentaba recuperar su poder, pero no lograba sentirse cómodo, menos aún cuando lo primero que vio fue un librero empotrado en la pared en el que sobresalían infinidad de papelitos de colores; eso lo hizo dar un paso atrás y tragar saliva.

Pronto, el ambiente comenzó a llenarse de un humo perfumado, sus manos sudaban. Supo entonces que no se había equivocado cuando ella comenzó a leer con voz seductora:

“Pero el amor es lento, pero el amor es muerte/ resignada y sombría: el amor es misterio,/ es una luna parda, larga noche sin crímenes,/ río de suicidas fríos y pensativos, fea/ y perfecta maldad hija de una Poesía/ que todavía rezuma lágrimas y bostezos,/ oraciones y agua, bendiciones y penas”.

Efectivamente, al terminar de leer, los ojos de Ana brillaban y en ellos se podía ver perfectamente como una constelación, la imagen de la eternidad, al mismo tiempo que besaba la mano inerte de Ernesto.

Semblanza

Mónica Ortiz Sampablo. Profesora y promotora de lectura oaxaqueña. Ha sido publicada en la antología Malicia Literaria (2018). Actualmente coordina los trabajos de la iniciativa Doctor Lector de la Conapeme, fomentando la lectura entre los profesionales de la pediatría y  sus pacientes. 

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