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Andador de Letras: Cerdo y Brandy | Primera de dos partes

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Óscar Tanat 

“Cerdo, pinche cerdo” así le decían en el pueblo. De vez en cuando una patada; otro día, los piedrazos repentinos de los niños; a veces, el encierro.  

—Mira carnal, ya tengo la costumbre, a ti por lo menos te alimentan; a mí no me dan ni los huesos— le recordaba Perro para consolarlo.

—Es que hueso no come hueso— respondía Cerdo. Se carcajeaban.

Perro y Cerdo, sin nombre alguno, sólo eso: un perro y un cerdo, eran compas desde niños. Allí, en esa vieja casucha habían crecido y habían sido testigos de los más atroces actos. La madre de Cerdo, por ejemplo, fue desollada, justo en sus cerdas narices, con su cerda cara. La imagen vendría a Cerdo cada noche; un relámpago en la cabeza, una risa humana en la casucha, y luego un estar pensando en eso.  La imagen era nítida: llegaron los cabrones, cuchillo en mano, ¡zaz!, un medio corte a la yugular de la cerda, que quedó abierta, exhibiendo quién sabe qué órgano blanquecino… hasta desangrarse. Media hora duró la agonía, los gritos, media hora los azotes para que se callara.

Cerda ya le había dicho. 

—Vendrán por nosotros, vendrán para asesinarnos, por eso nos alimentan, por eso.

—¿Y no podemos irnos?, ¿huir? —preguntaba Cerdo.

—Imposible, alguien más nos agarraría allá afuera. Todo cerdo está condenado por el hecho de serlo.

Cerda le contó que esa onda de comérselos a ellos venía desde viejos remotos tiempos. Que era una práctica que se había transmitido de generación en generación y que ella lo sabía porque cada generación de cerdos lo cuenta a la siguiente. Que habían nacido para eso, que en su carne estaba escrito su destino.

Y la imagen seguía ahí fresca,  tan dura como un hueso, tan lagrimeante como el deseo de venganza. Su madre agonizante no sería un acto impune, decía, buscaría el modo, buscaría cómo hacer que esa muerte se pagara. Buscaría.

Perro lo tenía claro; Cerdo sería asesinado de la misma forma que la vieja Cerda, quizá de peor manera. Ya había visto morir a los pollos, ya había visto también a los toros desangrarse lentamente. Perro, sin más amigos que ese Cerdo regordete, pensó en darle un aliciente, al menos podría regalarle unos buenos años. Quizá le valdría divertirse antes de llegar a esa oscuridad eterna. Lo arrastró a los paseos nocturnos, le mostró la vida de los perros, las peleas callejeras, las apuestas por un hueso. 

Ahí, en ese ambiente fue donde Cerdo conoció a Brandy, un perro que había llegado al pueblo de la mano de un forastero que murió asesinado; “problemas de drogas”, decía. Pinche Brandy, era negro y tosco, pero inteligente, una combinación que, según Perro, no era fácil de encontrar. Se había quedado solo después de la muerte de su dueño y por lo consiguiente, en la calle. Comenzó a liderar una banda de perros, sin hogar y “libres”, decía él. Asaltaban hombres a medio camino, en la oscuridad de los montes, y les robaban, principalmente comida.

Estaban organizados: uno de la banda, el más pequeño, hacía guardia en el camino y con tres ladridos, cuatro a veces, avisaba. La emboscada no se hacía esperar: de frente, ante los ojos de la víctima, aparecían los de dientes más grandes —aunque flacos—, a los costados los de ladrido imponente para apabullar el oído —aunque no tuvieran dientes—, y atrás Brandy, callado, mirando fijamente, olfateando el miedo de la presa.

La banda ya tenía ubicados a los hombres del pueblo; sabían cuándo era día de mercado, y a qué hora regresarían. Los espiaban en rondines tranquilos mientras hacían sus compras; se paseaban de un lado a otro entre los puestos de frutas, de carne, entre la basura, sin que nadie se inmutara por ello; allí no ladraban, no hacían escándalo, a veces incluso eran amigables; así sabían si valdría la pena o no un asalto “a hocico armado”. Las justificaciones de Brandy no eran descabelladas, había que hacer eso o morir de hambre; había que demostrarles a los hombres que el mundo no es sólo de ellos.  

Anteriormente, Brandy se había ganado el pan con el olfato, contaba que había sido entrenado para reconocer los químicos; pronto supo para qué servían y cómo se utilizaban. Conocía bien a los hombres.

 —Mi amo producía droga, por eso lo mataron, me enseñó a reconocer aromas.

-¿Y eso para qué sirve?— preguntó Perro.

—Para hacerte rico— se limitaba a responder Brandy, no sin soltar un gruñido a manera de carcajada.

(Continuará el sábado)

Semblanza

Óscar Tanat. Escritor, editor, productor musical y vocalista de la banda oaxaqueña de darkwave "La bande-son imaginaire". ¿No la has escuchado?, ¿qué esperas?

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