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Koldo Larrañaga, el hostelero "amable" y asesino en serie

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Juan Luis “Koldo” Larrañaga nació en Azkoitia en el año 1961, de quien apenas ha trascendido información sobre sus primeros años de vida. Lo que sí se sabe es que Koldo tuvo desde siempre vocación de profesor. De ahí que con 17 años se trasladase de su localidad natal hasta la ciudad de Vitoria para estudiar la carrera de Magisterio. Sin embargo, pese a su coeficiente intelectual superior a la media (138), nunca consiguió licenciarse.

Aquello no le impidió dar clases de euskera en una academia vitoriana, aunque su falta de constancia y disciplina, tal y como revelan algunos de sus conocidos, le llevó de patitas a la calle y a la búsqueda de otros empleos. Koldo trabajó como vigilante de seguridad y vendedor de productos de limpieza y hasta fue delegado comercial de una empresa de informática. Todo cambió cuando, a principios de los noventa, comenzó a destacar como empresario del sector de la hostelería.

En aquella época, Koldo también se casó con Dorleta, su novia “de toda la vida”, con quien tuvo un hijo. Una relación que terminaría años más tarde por los problemas económicos y las deudas que él contrae constantemente, además de por una infidelidad que le llevó a dejar a su familia y mudarse a Madrid.

Reguero de crímenes

La descripción de sus vecinos y conocidos coincidía: Koldo era una persona “amable, de mirada inteligente y expresión fría”, además de un padre ejemplar, preocupado por su hijo, al que acompañaba a todas partes, a clase, cursos o actividades extraescolares.

Sin embargo, a finales de los años noventa, las deudas se acumulaban, su relación matrimonial hacía aguas, había conocido a otra mujer y decidió poner tierra de por medio y marcharse a Madrid. Eso sí, regresaba a Vitoria para ver a su hijo y para cometer sus crímenes.

El 8 de mayo de 1998, unos empleados del servicio de limpieza de Vitoria encontraron varias bolsas de basura con los restos de una mujer, Esther Areitio. La víctima, profesora de inglés de 55 años, fue degollada en su propia casa y descuartizada en seis trozos (cabeza, tronco y extremidades). Según los primeros indicios, la puerta del domicilio no había sido forzada por lo que Esther, que vivía sola, tuvo que dejar entrar a su asesino, al que presumiblemente conocía. Este a su vez, ataviado con unos guantes de látex, mató con gran ferocidad a la maestra, y tras desmembrarla, limpió el piso y se llevó 170.000 pesetas (poco más de 1.000 euros), unas joyas y las tarjetas de crédito, que fueron utilizadas por un joven el mismo día del asesinato.

Un mes después, el 8 de junio, un segundo crimen volvió a hacer saltar las alarmas. El cordelero Acacio Pereira, de 77 años, fue hallado en su domicilio muerto y maniatado a una silla con una decena de cuchilladas en su cuerpo. Al igual que la primera víctima, Acacio también vivía solo y había dejado entrar a su asesino. Los agentes al cargo tampoco encontraron pistas que les revelase la identidad del autor. No dejó ni una sola huella.

El 13 de agosto de ese mismo año, un tercer crimen conmocionó a la capital alavesa. El empresario de máquinas tragaperras Agustín Ruiz, de 72 años, había sido apuñalado con un destornillador.

En esta ocasión, la imagen de Koldo Larrañaga, recién llegado de Madrid para acudir a la cita con su víctima, fue registrada por las cámaras de un cajero automático próximas al lugar de los hechos tanto antes como después de perpetrar el homicidio.

Una discusión entre ambos socios por las deudas contraídas por el asesino derivó en una violenta pelea que terminó con el apuñalamiento de Agustín a manos de Koldo.

 

Tras matar al empresario, el homicida ocultó el cuerpo en el interior del local, le robó la cartera, el Rolex y un manojo de llaves, además de 60.000 pesetas (360 euros) que escondía en una caja de cartón.

Luego entró en un bar cercano, pidió un café y entró al baño a limpiar su ropa manchada de sangre. Minutos más tarde, “regresé en autobús a mi casa (en Azkoitia)”, declaró Koldo una vez detenido, “me cambié de ropa, preparé la bolsa de viaje y me fui a la estación de autobuses para dirigirme a Madrid.

En el trayecto me deshice del destornillador y de la cartera de Agustín tras sacar las 20.000 pesetas (120 euros) que contenía y arrojé ambos objetos a un contenedor. Ya en mi casa quité la ropa y la metí en la lavadora”.

Esta declaración de culpabilidad no llegó hasta casi un año después, por lo que la Ertzaintza se enfrentaba a tres crímenes macabros en un periodo de tres meses, todos caracterizados por unos aspectos muy concretos: el inusitado ensañamiento en su ejecución, que habían sido perpetrados con un arma blanca, dos de ellos con un cuchillo de monte, y con un trasfondo económico dado el robo a sus víctimas. Sin embargo, seguían sin llegar pistas fiables que llevasen a las autoridades a resolver estos casos y proceder a alguna detención.

 

Cuando la ola de asesinatos parecía llegar a su fin, el 24 de mayo de 1999 se produjo un cuarto homicidio, el de la abogada Begoña Rubio, de 28 años, en su despacho de la calle Siervas de Jesús. El padre de la víctima fue quien encontró el cadáver degollado de su hija.

El nombre y los guantes

Horas antes, el autor de esta atrocidad, Koldo Larrañaga, llegaba a Vitoria desde Madrid para buscar un abogado que lo defendiera por un delito de estafa. En la maleta metió algo de ropa, una bolsa de aseo personal, unos guantes de látex y un cuchillo de monte, que se llevó consigo por “prevención y seguridad”.

Sin aparentemente ningún criterio, Koldo eligió el despacho de Begoña Rubio para consultarle su caso y conocer la minuta que le cobraría. Hacia las cuatro de la tarde, el asesino esperó su turno, se entrevistó con la letrada que le especificó sus honorarios por representarlo y le convidó a que volviese a final de la tarde para concretar todos los detalles. En cuanto Koldo se marchó, Begoña dejó anotada en su agenda el nombre real del empresario y la hora a la que lo había citado. Aquello no le salvaría la vida, pero sí ayudaría a detener a su asesino.

Koldo regresó al bufete de Begoña a la hora acordada, pero cuando la tuvo de espaldas, la agarró por el cuello… “No sé por qué”, declaró en sede judicial, “empezó a chillar... y me puse nervioso. Con la mano izquierda le tapé la boca y con la derecha saqué el cuchillo que tenía en el bolsillo y se lo clavé en el pecho con la intención de matarla. Caímos los dos al suelo, de costado, y la seguí apuñalando.

No recuerdo dónde ni cuántas cuchilladas le asesté... Después le abrí la blusa, le desabroché el sostén y le bajé los pantis”, no obstante, Koldo dejó claro que no la violó.

Durante el registro del despacho, los agentes encontraron la agenda de Begoña y el nombre de Koldo Larrañaga apuntado, además de un trozo de guante de látex con sangre en el cuello de la mujer.

Cinco días más tarde, una unidad de la Ertzaintza, en operación conjunta con la Policía Nacional, detuvo al asesino en su domicilio del barrio madrileño de La Latina por cuatro delitos de asesinato en primer grado.

 

En esas horas previas al arresto del empresario, los investigadores lograron vincular el crimen de la letrada con los tres anteriores.

Uno de los detalles que unía a Koldo con sus víctimas era que las conocía a todas: Esther Areitio había sido su vecina de enfrente durante tres años y solían coincidir en el Bar Androide; Acacio Pereira también regentaba el restaurante Ochandiano donde acudía Larrañaga, que a su vez se encontraba cerca de la estación de autobuses de Vitoria y próximo a la armería donde compró el cuchillo de monte con el cometió los asesinatos; con Agustín Ruiz tenía una relación comercial y las cámaras de la Caja Vital lo grabaron antes y después del asesinato; y, por último, a Begoña Ruiz la conoció horas antes y su nombre aparecía en la agenda de la letrada.

A esto se sumaba que el trozo de látex en el cuello de la mujer lo delataba: Koldo tenía una herida reciente en uno de sus dedos.

Durante los registros realizados en su domicilio, los agentes encontraron la ropa con restos de sangre, las llaves de Agustín Ruiz y anotaciones sobre el empresario y sus hijos, pedazos rotos de la tarjeta de visita de Begoña Rubio, otros trozos con los teléfonos de Agustín y del local de la víctima, además del contacto del bar frecuentado por Esther Areitio, un cuaderno con anillas con las citas con sus socios y varios cuchillos de monte.

Sin embargo, cuando llegó el interrogatorio del sospechoso, este confesó dos de los cuatro crímenes.

El juicio

Larrañaga fue juzgado y condenado en el año 2000 a 50 años de cárcel por los asesinatos de Begoña Rubio y Agustín Ruiz, pero no por los de Esther Areitio y Acacio Pereira.

En 2017, la Junta Penitenciaria le concedió varios permisos, pero sufrió un infarto y decidió tramitar su libertad acogiéndose al artículo 104, que permite conceder el tercer grado a internos con enfermedades incurables.

En ese mismo año, le concedieron la excarcelación por una dolencia cardíaca incurable, regresó a su ciudad natal, se instaló con su madre e hizo una vida aparentemente normal a la espera de un trasplante de corazón.

El 27 de enero de 2021, Koldo Larrañaga fallece a causa de esos problemas de salud y, aunque solo se encontraron indicios sobre su posible participación en las muertes de Areitio y Pereira, todavía algunos investigadores de estos casos insisten en su autoría. 

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