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Harold Shipman, el Doctor Muerte, un afable médico adicto al crimen

El doctor muerte
Foto(s): Cortesía
Luis Ángel Márquez

Agencias

 

Nacido el 14 de enero de 1946 en el condado de Bestwood en Notthingham (Inglaterra), Harold Frederik Shipman se crió en una familia metodista, devota y humilde junto a otros tres hermanos. Su padre, conductor de camiones, se pasaba el día en la carretera mientras su madre cuidaba de los pequeños, así que su vínculo con la matriarca siempre fue mucho más especial. Cuando la mujer enfermó de cáncer de pulmón fue el adolescente quien la atendió. A sus diecisiete años no estaba dispuesto a perder a una de las personas más importantes de su vida.

Sin embargo, el tumor tenía otros planes y, al final, la madre murió tras una dolorosa agonía. Tenía 43 años. En cuanto a Harold, le quedó un recuerdo grabado a fuego en su memoria: el médico administrándole morfina. Aquello fue el inicio de su trayectoria criminal y del modus operandi en sus asesinatos.

Los siguientes dos años, Harold trató de sobrellevar la pérdida de su madre con el deporte –fue capitán del equipo de atletismo de su instituto-, pero también con drogas. Estas siempre fueron un grave problema para el joven. Su comportamiento era inestable y cambiante. Mientras que algunos compañeros lo veían como un chico afable, atento y buen estudiante, otros lo describían como un ser agresivo y violento. El cóctel diario de fármacos y sustancias estupefacientes no beneficiaban en nada a su depresión.

En 1965 decidió estudiar en la Universidad de Medicina de Leeds y allí conoció a la que sería su mujer, Primrose Oxtoby. Durante el primer año de carrera, ella se quedó embarazada y decidieron casarse. El matrimonio tuvo cuatro hijos y Harold terminó su licenciatura en 1970.

Durante su residencia en el Pontefract General Infirmary consiguió el beneplácito tanto de colegas de profesión como de pacientes, todo lo contrario a cómo se mostraba en el hogar familiar. Allí desarrollaba un carácter agrio e iracundo. Pero cuando traspasaba el umbral del hospital, Harold era otra persona, tal y como le ocurrió durante su época de estudiante.

Siempre disponible, competente y muy trabajador, el doctor Shipman era muy querido por sus enfermos que llegaban a verlo incluso como un amigo por su trato cordial y cercano. Las mujeres de mediana edad y las ancianas eran su público fiel y lo describían cariñosamente como el médico de la tímida sonrisa. Nadie sospechaba que tras su semblante bonachón se escondía un asesino en serie en potencia

Durante el tiempo que formó parte de los servicios de Medicina Interna, Pediatría, Ginecología y Obstetricia del Pontefract General, Harold tuvo acceso libre a la morfina (este medicamento se administraba a las parturientas para aliviarles el dolor durante el alumbramiento) y su adicción fue in crecendo.

En 1974 compaginaba el trabajo en Pontefract con el de médico de familia asociado en Todmorde (Lancashire). Fue por esta época cuando tuvo su primer conflicto judicial. Lo pillaron extendiendo recetas falsas de morfina a nombre de pacientes para después utilizarla para consumo propio. Le impusieron una multa de 600 libras esterlinas (unos 680 euros).

Los detestados

Un año más tarde, fue arrestado por falsificar documentos para obtener meperidina, un narcótico analgésico que se utiliza para aliviar dolores de intensidad media o alta. El tribunal lo condenó a rehabilitarse en un centro especializado y, tras recuperarse, comenzó a trabajar en varios hospitales. Uno de ellos, el Centro Médico de Hyde, cerca de Manchester.

A partir de 1975, Harold comenzó a matar. Su primera víctima demostrada fue Eva Lyons y, desde ese instante, los asesinatos se fueron sucediendo de forma paulatina, no quería levantar sospechas. Siempre seguía el mismo modus operandi: elegía a enfermos que le caían mal (normalmente mujeres mayores de 75 años) sin importarle el grado de dolencia (leve, crónica o terminal), para después, acudir a sus domicilios y administrarles una potente dosis de morfina. Las visitas se producían cuando el paciente estaba solo en casa, así no dejaba testigos.

Una vez que les inyectaba la dosis letal, se marchaba y cuando lo avisaban de la muerte del enfermo, extendía un certificado de defunción alegando causas naturales. En el caso de que la familia optase por la incineración (la mayoría así lo decidía), un segundo médico examinaba el cadáver para ratificar la veracidad de las causas.

Sin embargo, la mayoría de veces el facultativo en cuestión se limitaba a confirmar el certificado de Shipman sin realizar ningún proceso de estudio. Una negligencia que permitió al denominado ‘Doctor Muerte’ campar a sus anchas durante cerca de veinticinco años.

 

Los asesinatos sistemáticos comenzaron cuando Harold abrió su propio consultorio en 1992. Durante cinco años atendió a más de 3.000 pacientes y más de un diez por ciento murió en extrañas circunstancias. Tanto es así que en una misma manzana llegó a asesinar a siete víctimas distintas.

Harold actuaba con total impunidad contraviniendo continuamente las normas. Una de ellas consistía en informar al forense si un paciente moría 24 horas después de su ingreso hospitalario, pero el doctor hacía oídos sordos y jamás informaba. Según un informe oficial, Shipman asesinó a 37 enfermos en 1997 y, en 25 años, certificó la muerte de 521 personas.

Una de sus colegas, Linda Reynolds de la Brooke Surgery, fue de las primeras en sospechar del doctor ante el elevado índice de mortalidad que había. Incluso lo puso en manos de la Policía, pero la investigación no llegó a nada por falta de pruebas. Mientras tanto Shipman seguía asesinando y hasta lucrándose de dichas muertes con regalos que les pedía. Fue la avaricia lo que al final rompió el saco y lo que llevó a la detención del ‘Doctor Muerte’.

La herencia

Todo ocurrió el 24 de junio de 1998 cuando Kathleen Grundy, de 81 años y exalcaldesa de Hyde, murió en su domicilio después de la visita de Shipman. La hija de la víctima y heredera legítima, Angela Woodruff, acudió al notario para levantar el testamento y se encontró con la última voluntad de su madre. La anciana antes de morir no solo desheredó a su vástago sino que dejó todo su dinero, 386.000 libras (cerca de 440.000 euros), a su médico.

 

La joven denunció al doctor Shipman alegando que tenía motivos económicos para asesinar a su madre. El comisario Bernard Postles reabrió la investigación, se exhumó y se analizó el cadáver de Grundy y se hallaron rastros de morfina. A partir de aquí, se desenterraron doce cuerpos más que previamente habían pasado por Shipman y, al comparar los análisis, se confirmó que todos coincidían en las dosis de morfina.

La Policía le detuvo el 7 de septiembre de 1998 y en sus primeras declaraciones ante los agentes, Shipman aseguró que “yo puedo curar o puedo matar. Soy un médico y en mis manos está el poder de la vida y la muerte. No soy un instrumento de Dios; cuando estoy con un paciente, yo soy Dios. Soy un ser superior”.

Durante la investigación del caso, las autoridades descubrieron un patrón común hasta en quince casos: sobredosis de morfina. Con estos datos, comenzó el juicio contra Harold Shipman de la mano del juez Forbes. Era el 5 de octubre de 1999 y el procesado tenía que responder por las muertes de Marie West, Irene Turner, Lizzie Adams, Jean Lilley, Ivy Lomas, Jermaine Ankrah, Muriel Grimshaw, Marie Quinn, Kathleen Wagstaff, Bianka Pomfret, Naomi Nuttall, Pamela Hillier, Maureen Ward, Winifred Mellor, Joan Melia y Kathleen Grundy. Todas ellas acaecidas entre 1995 y 1997.

El 31 de enero de 2000, el jurado encontró culpable de asesinato a Harold Shipman y el juez lo condenó a quince cadenas perpetuas consecutivas y recomendó que nunca fuese liberado. “Usted ha cometido horrendos crímenes. Asesinó a cada una de sus pacientes con una calculada y helada perversión de su capacidad médica. Usted era, antes que nada, el médico de estas personas”, dijo el juez Forbes. Durante la lectura del veredicto, el doctor se mantuvo sonriente y tranquilo, siempre negó las imputaciones. Entre el público se encontraban su esposa y sus cuatro hijos.

Ante la sospecha de que Shipman no hubiese matado a tan solo quince personas, se abrió otra investigación judicial conducida por la magistrada del Tribunal Supremo Janet Smith.

Investigando a un asesino en serie

La jueza valiéndose de informes policiales y médicos y de testimonios de familiares de las víctimas, examinó un total de 888 muertes de pacientes de Shipman. “Nadie que lea el informe de la investigación puede evitar quedar anonadado por la enormidad de los crímenes cometidos por Shipman y, como yo, por la simpatía hacia sus víctimas y los familiares. Es un completo y meticuloso recuento de la criminalidad de Shipman, cuyo grado no creo sea posible en otro hombre”, explicó Smith.

La investigación contra Shipman concluyó el 19 de julio de 2002 y señaló al ‘Doctor Muerte’ como uno de los mayores asesinos en serie de la historia al matar con morfina a al menos 215 pacientes desde 1975, aunque la cifra podría alcanzar los 260.

No pasó ni un año desde las últimas averiguaciones criminales sobre Shipman y el médico apareció muerto en su celda de la prisión de Wakefield. Se había quitado la vida ahorcándose con las sábanas de su cama. Era el 13 de enero de 2004 y tenía 57 años.

Aquella impunidad “horrible e inexplicable” que caracterizaba al ‘Doctor Muerte’ llevó a muchos, sobre todo a expertos como la magistrada Smith, a pensar que Shipman en realidad era “adicto a matar”. La morfina al igual que el acto de asesinar se habían convertido en su máxima adicción.

 

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