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Russell Williams, el coronel fetichista, violador y asesino

Foto(s): Cortesía
Redacción

Nacido el 7 de marzo de 1963 en Bromsgrove (Inglaterra), David Russell Williams pronto emigró junto a su familia a Canadá, más concretamente a Chalk River (Ontario). Allí, su padre trabajó como metalúrgico en el Chalk River Laboratories, el principal laboratorio de investigación nuclear del país.

Tras casarse con Mary en junio de 1991, el matrimonio llevó una vida de lo más normal. En su tiempo libre compartían su afición por el golf y Russell disfrutaba del hobby de la fotografía. Una afición que se convertiría en una fuente inagotable de placer.

Su carrera delictiva comenzó en septiembre de 2007, cuando el coronel allanó las casas de sus vecinas en Tweed, una pequeña localidad entre Montreal y Toronto, para probarse su ropa interior y masturbarse sobre la cama. Se hizo una foto “desnudo, tumbado en la cama, masturbándose con unas medias rojas que se cree que pertenecían a la hija de doce años de sus vecinos. En catorce de las fotos que se hizo aquella noche, Williams aparece ‘con el pene sobresaliendo de la ropa interior [robada]’”, explicó el fiscal Robert Morrison. Con los años, aquel comportamiento se convirtió en un patrón: Russell entraba en casas, robaba piezas de lencería -a veces incluso de niñas- para después vestirse con ellas y darse placer.

Fetichista de la lencería

Su fetichismo le llevó a robar más de 500 prendas de ropa interior de todos los colores (sujetadores, bragas, tangas, bodys…) en 82 allanamientos de morada de los que tan solo se denunciaron 21. Aquella obsesión lo llevó a asaltar nueve veces la casa de una misma mujer. 

El coronel se fotografió rodeado de peluches, con braguitas de niña o camisones y con una expresión “severa” en su rostro, “como si estuviera pasando revista”. Otras veces, miraba a cámara como si de un modelo se tratase. Pero nadie relacionó al mayor responsable de la base aérea de Canadá con estos delitos.

 

Lo que empezó como un juego fetichista, en pocos meses se tornó en impulsos homicidas. Williams necesitaba más riesgo, más estímulos, nada lo saciaba. Así que, en septiembre de 2009, irrumpió en la vivienda de una joven de 21 años mientras dormía. Vestido completamente de negro y con la cara camuflada, golpeó a la muchacha, la maniató, le cubrió el rostro y la golpeó. Después, manoseó sus pechos y la fotografió desnuda. Como recuerdo le robó varias prendas de ropa interior.

A finales de mes, volvió a actuar: se abalanzó sobre una mujer de 46 años que dormía en el sofá, la golpeó, inmovilizó y vendó los ojos y, durante tres horas y media, la sometió. No la violó pero sí abusó sexualmente de ella. Le toqueteó los pechos, le rasgó la ropa con un cuchillo y la tuvo amenazada de muerte. Tras hacerle varias fotos, el coronel se marchó a su casa. Vivía al otro lado de la calle.

El 16 de noviembre de 2009, acechó a su siguiente víctima: la cabo Marie-France Comeau, auxiliar de vuelo militar de 38 años, que servía bajo sus órdenes en la base aérea de Trenton. Entró en el domicilio, comprobó que vivía sola, se hizo varias fotos con su ropa interior y se marchó. Pero ocho días después, regresó. Se ocultó en su sótano y, cuando llegó, la golpeó con una linterna dejándola inconsciente. La maniató y amordazó, la llevó a rastras a su dormitorio y la desnudó. Después de tomarle varias fotografías, encendió una cámara de vídeo y comenzó a grabar lo que sucedería después. La violó durante horas mientras la joven oponía resistencia. Marie le rogaba que la dejase marchar. Le suplicaba: “He sido realmente buena. Quiero vivir”. Pero nada de lo que le decía ablandó su corazón.

Después de torturarla y agredirla sexualmente, Russell la asfixió hasta la muerte, limpió todo y se marchó, como si nada, a una reunión . El asesinato quedó registrado en la cinta de su videocámara y, días más tarde, el coronel envió una carta de condolencias al padre de su subordinada.

Transcurridos dos meses, el coronel volvió a matar. Era el 27 de enero de 2010 cuando Williams se fijó en una joven que estaba haciendo ejercicio en su casa. Era Jessica Lloyd, de 27 años. Le pareció una chica “mona”, así que decidió asaltarla al día siguiente. Esperó a que se quedase dormida y repitió el mismo modus operandi que con Marie: la golpeó, ató y vendó los ojos con cinta adhesiva, la desnudó y fotografió para, después, violarla durante varias horas mientras lo registraba todo con su cámara de vídeo.

La joven le imploró por su vida: “Si muero, ¿se asegurará de que mi madre sepa que la quiero?”. Pero Williams no sintió clemencia alguna, la golpeó fuertemente en la cabeza y la estranguló con una cuerda; envolvió su cadáver en una manta y lo dejó en el garaje. No tenía tiempo de deshacerse del cuerpo.

Tras el crimen, Russell acudió a la base aérea donde tenía programados varios vuelos, los realizó sin mayor problema y, al terminar, se dirigió a su casa. Pasó todo el fin de semana con su mujer y, la madrugada del martes 2 de febrero, el coronel abandonó los restos de Jessica en un bosque cercano a Tweed. Esa misma tarde, la familia alertó de su desaparición.

La policía de Ontario inició las investigaciones y, al peinar tanto la casa de la chica como sus proximidades, encontraron marcas de neumático y huellas de calzado. Inmediatamente, se procedió al bloqueo de todos los accesos a la autopista y pararon a todo el vehículo que quisiese acceder.

La confesión

Durante la búsqueda, retuvieron a Russell Williams que, si bien no conducía su coche habitual -un BMW-, sí llevaba un Nissan Pathfinder con unas marcas muy similares a las encontradas en el domicilio de Lloyd. Aquella aparente coincidencia hizo que los agentes le convocaran a un interrogatorio.

Llegó el domingo 7 de febrero y el coronel de las Fuerzas Aéreas se personó en una pequeña sala de la comisaría de Ottawa. Su actitud era tranquila, desprendía seguridad y mascaba chicle de forma despreocupada. Pese a ofrecerle la posibilidad de llamar a un abogado, Williams rehusó creyendo que aquello no se le iría de las manos.

Lo que pasó durante las siguientes diez horas impactó sobremanera al sargento Jim Smyth que, poco a poco, fue desarmando al sospechoso. “El problema, Russell, es que cada vez que salgo de esta sala aparece un nuevo problema. Y no son problemas que te desvinculen, sino que más bien te señalan. Y quiero que veas a lo que me refiero”, le dijo el detective.

Aquí fue cuando le explicó claramente que las huellas de los neumáticos de su vehículo coincidían con las halladas en la parte trasera de la casa de la víctima. A esto se sumaba que un testigo vio el todoterreno aparcado y la descripción dada concordaba con la de su Pathfinder. Por no mencionar que le hizo que creer que las huellas de calzado eran como las dactilares, únicas, y que las suyas eran idénticas.

Russell no tenía salida. Solo miraba las fotografías, escuchaba las explicaciones y asentía con la cabeza. Todo ello en el más absoluto de los silencios. Hasta que murmuró: “No sé qué decir”. Aquello fue la señal para que Smyth hiciese el siguiente movimiento: le aseguró que estaban registrando sus casas, que solo quedaba por comprobar el ADN hallado en el cuerpo de Comeau y que “tu mujer ya sabe lo que está pasando”. Esto último fue lo que terminó de romper al coronel, no quería que nada de aquello afectase a su esposa. Así que terminó confesando.

En las siguientes horas, el militar relató, de forma monótona e inexpresiva, cómo entró en la casa de sus víctimas, detalló las torturas y vejaciones que les realizó antes de morir, y señaló el lugar exacto donde encontrarían el cadáver de Jessica. Su discurso era carente de cualquier tipo de emoción.

Sin empatía

Aquel día, se procedió a su detención acusado de dos cargos de asesinato en primer grado. A estos delitos se sumaron los de allanamiento de morada, secuestro forzado y asalto sexual. Para el fiscal del caso, Lee Burgess, no solo era un depredador sexual sino “uno de los peores criminales de la historia de Canadá”.

El magistrado sentenció a Williams a dos cadenas perpetuas consecutivas sin posibilidad de libertad condicional durante 25 años por los asesinatos de Marie-France Comeau y de Jessica Lloyd. Durante la lectura del veredicto, Scott calificó al acusado de “asesino en serie sadosexual”, y dijo que, “afortunadamente para todos, la naturaleza de estos crímenes son muy raros en nuestra sociedad”. 

Además de las dos cadenas perpetuas, el coronel de las Fuerzas Aéreas fue sentenciado a veinte años de prisión por otros dos asaltos sexuales y a un año de cárcel por cada uno de los 82 robos cometidos. Todas estas penas las está cumpliendo de forma simultánea en el centro penitenciario de Port-Cartier (Québec).

El coronel dejó de serlo tras la sentencia: las Fuerzas Aéreas de Canadá lo despojaron de su rango, medallas, uniformes y estatus militar, además de relevarlo con deshonor de sus obligaciones militares.

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