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"Pozolero", el albañil se deshizo de más de 300 cuerpos en México

detenido
Foto(s): Cortesía
Redacción

Agencias

Conocido por haber disuelto al menos 300 cuerpos humanos en sosa cáustica y agua, motivo por el cual estuvo en el listado de 20 más buscados por el FBI, Santiago Meza López, conocido con el alias “El Cago” o "El Pozolero”, fue albañil e integrante del cartel de Tijuana.

Hoy en día se encuentra recluido sin sentencia en el Centro Federal de Readaptación Social número 1 ubicado en el Estado de México.

Biografía

Hijo de Rita López Montoya y Salvador Meza, trabajó desde niño en Guamúchil en la fabricación de ladrillos para la construcción, empresa que daba el sustento a la familia conformada por 9 hijos. Viajó a mediados de los años 90 a Tijuana en busca de mejores condiciones de vida.

Según él, empezó su vida criminal cuando se enteró que su hermana había sido violada por miembros de una organización criminal de la zona, por lo que se unió por medio de Teodoro García Simental alias "El Teo", al Cártel de Tijuana, organización criminal liderada por los hermanos Arellano Félix, con el objetivo de asesinar a los violadores. Terminó trabajando para el cártel, siendo el encargado de disolver con ácido o sosa cáustica a sus enemigos, labor que realizó en diferentes predios (La Gallera, Maclovio Rojas, Ojo de Agua, y Loma Bonita entre otros lugares), a las afueras de Tijuana durante, el 2000 al 2009, año de su captura.

Santiago Meza López hacía desaparecer sus cadáveres en ácido. Casi todas sus víctimas eran deudores o enemigos del narcotraficante Teodoro Eduardo García Simental, alias El Teo, miembro del cártel de los hermanos Arellano Félix.

En una comparecencia ante la prensa, Meza mostró al personal militar y a los periodistas el sitio donde durante varios años se ha encargado de desintegrar los cadáveres, ubicado en un barrio de Tijuana.

Lo hacía solo, después de muertas las víctimas, y por ese trabajo recibía un pago de 600 dólares por semana. "Las echaba en un tambo [barril] y ahí se desintegraban", confesó el sicario, y añadió que los restos que quedaban los enterraba en una fosa.

Meza, de 45 años, fue detenido en un complejo turístico de Ensenada, a unos ochenta kilómetros de la frontera con Estados Unidos, junto a otros dos sicarios: Héctor Manuel Valenzuela, de 45 años, que ha dicho ser "cocinero personal" del primero, y Fernando López Alarcón, de 49 años, asistente de cocina, además de una menor que no ha sido identificada ni presentada públicamente.

En la operación fueron intervenidos cuatro vehículos y cuatro armas largas, tres chalecos antibalas, cargadores y cartuchos de diversos calibres y dos granadas de fragmentación. Antes de que comenzara el despliegue, un grupo de personas logró escapar en coches de lujo.

‘Yo no los maté, ya estaban muertos’

El protagonista de ‘El Pozolero’ es Gerardo, un campesino de Sinaloa a quien las circunstancias de la vida ponen a sueldo de un cártel. Para vengar la violación de su hermana, se convierte en un asesino que acaba con los culpables a balazos. Y hace desaparecer los cadáveres en sosa cáustica, como hacía en el rancho con el ganado enfermo.

De ahí, huye a comenzar una nueva vida, pero se ve envuelto con el crimen organizado, al servicio del cual aplicará su talento recién aprendido.

"Yo no los maté, ya estaban muertos", se justifica, "después de los doscientos, como que perdí la cuenta, la guerra entre los cárteles es feroz y hay muchos enemigos que estorbaban a mi patrón".

La primera escena remite poderosamente al que fuera casi el día a día del verdadero ‘Pozolero’: un barril, lleno de un burbujeante líquido rojizo de donde sobresale una mano.

"Esto es una historia que ocurrió en Tijuana, la frontera más importante del país", reza el comentario de quien subió el film, dirigido por Alfonso O. Lara.

"No queda otra cosa que malandrinear"

A lo largo de la película se manejan los consabidos tópicos del género y de la nota roja, tocando también la actualidad: la crisis económica, la desigualdad social y la guerra entre los cárteles y el Gobierno que ha dejado más de 15.000 muertos en tres años, y que ha hecho a algunos plantearse la conveniencia de negociar con el crimen organizado.

"Con eso que no hay empleo, no queda otra cosa que malandrinear", le dice un policía gordo y corrupto a otro igual.

"Estoy de acuerdo, por eso mismo deberían de arreglarse con la autoridad, para que no haya problema y todos salimos ganando", le responde éste.

"Ojalá pensaran todos como tú, así no habría tantas ejecuciones", replica el primero.

En otro momento, cuando el capo le da ‘trabajo’ al protagonista, le suelta: "Mira, en este país, con esta pinche crisis que estamos viviendo, nada más los chingones vamos a sobrevivir".

Un ofrecimiento que no queda lejos de lo que atrae a muchos jóvenes a convertirse en sicarios o colaboradores del crimen organizado: una semana de ‘trabajo’ les va a dejar mucho más dinero que un año, o cinco, en una ocupación legal.

"¿Sabe cuánto gana un campesino? ¿Y lo que gana un diputado», le espeta "El Pozolero" a un sacerdote mientras se confiesa.

"Pues sí, pero así son las cosas", le responde el cura.

"Y por eso sigue creciendo la delincuencia, a todo nos acostumbramos", responde el protagonista.

Por momentos recuerda a la visión satírica de México que llevó al cine ‘La ley de Herodes’ en 1999, el relato de un Don Nadie que llega a lo más alto y que triunfó por su descarnada visión de la corrupción en todos los estamentos de la vida mexicana.

"El Pozolero" tiene otro marco, pero desbroza, en clave narco, el drama de violencia, inseguridad y poder del crimen organizado que atraviesa ahora el país. Uno que no se puede disolver en un barril.

La detención

El 22 de enero de 2009, elementos del ejército adscritos a la II Zona Militar recibieron una denuncia ciudadana: en una casa de la colonia Baja Season’s, hombres armados llevaban días enteros de fiesta. Había música norteña, vehículos sin placas y sexoservidoras que entraban y salían.

Un convoy militar cayó sobre el lugar. Cinco minutos antes, corriendo por la playa, habían escapado Teodoro García Simental y 30 de sus allegados. "Cuando el ejército solicitó el apoyo del Ministerio Público, alguien de la PGR les dio el pitazo", cuenta la directora del semanario Zeta, Adela Navarro.

Meza López estaba tan intoxicado que no se dio cuenta de lo que ocurría. Cuando los militares lo tendieron con las manos en la nuca sobre la arena de la playa, les dijo:

-No saben con quién se meten. Yo soy El Pozolero de El Teo.

Antes de regresar a la tierra había entregado nombres, domicilios, el patrón sorprendente de sus actividades. Fue presentado como uno de los 20 criminales más buscados por el FBI. El ejército lo exhibió ante la prensa como un trofeo. Recuerda el reportero Luis Alonso Pérez:

-Nos llevaron en tres camiones militares hasta el rancho del ejido Ojo de Agua. El Pozolero iba en una Hummer, tapado con una cobija. Toda la colonia salió a mirar el desfile. Los militares lo bajaron de la camioneta, lo llevaron al centro de la finca y le ordenaron que hiciera la reconstrucción de los hechos.

-¿A quiénes deshacías aquí?

-No sé quiénes eran. A mí sólo me los daban.

-¿Los despedazabas?

-No, los echaba enteros en los tambos.

-¿Cuánto tardaban en deshacerse?

-Catorce o quince horas.

-¿Qué hacías con lo que quedaba?

-Lo enterraba.

-En dónde?

-Aquí (mientras apuntaba con los ojos al suelo, bajo sus pies).

Agrega Luis Alonso Pérez:

-Los reporteros de Tijuana nos hemos acostumbrado a ver de todo. Pero esto nos dejó congelados. De algunos cuerpos sólo quedaban los dientes. Lo peor es que, de algún modo, él se sentía inocente. Era como un carnicero diciendo: "Yo no mato a las reses, nomás las destazo".

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