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Macabrona: Envenena a su marido y lo cubre con pétalos de rosas

Kristin Rossum3
Foto(s): Cortesía
Infobae

El lunes 6 de noviembre de 2000, cuando el reloj marcaba las 21:22, Kristin Rossum marcó el 911. Le dijo al operador: “Mi marido no está respirando...”. Quien la asistía telefónicamente le pidió que bajara el cuerpo de la cama y lo dispusiera en el piso para poder hacerle resucitación cardiopulmonar.

Cuando los paramédicos llegaron, encontraron a Gregory de Villers, que hubiera cumplido 27 años al día siguiente, inconsciente, sobre el suelo de la habitación del elegante departamento en el barrio de La Jolla, en las afueras de San Diego, Estados Unidos. Esparcidos, a su alrededor, había pétalos de rosas rojas.

Siete veces la dosis letal

Gregory fue declarado muerto en el hospital a las 22:19. Su bella mujer, la experta toxicóloga Kristin Rossum, dijo que él estaba deprimido, y sugirió un suicidio con drogas. Sin embargo, la familia de Villers opinaba lo contrario. Su hermano menor, Jerome, insistió en que el hecho debía investigarse, porque su hermano no era depresivo y odiaba los estupefacientes.

Al principio los investigadores se mostraron reacios a abrir una investigación. La insistencia de los hermanos de la víctima los movilizó, y los condujo a otra conclusión. Descubrieron que la glamorosa Kristin tenía un amante. Y que, además, ese amante era su jefe en la oficina de toxicología forense del condado de San Diego. Por esto, cuando decidieron realizar la autopsia, tomaron una importante medida para evitar los obvios conflictos de intereses: subcontrataron a un laboratorio externo, en la ciudad de Los Ángeles.

El resultado fue contundente. En el cadáver de Gregory había siete veces la dosis letal de fentanilo.

El fentanilo es un narcótico sintético opioide que se usa en medicina por su poder analgésico y anestésico. Al aumentar los niveles de dopamina en el sistema nervioso central, lleva al alivio inmediato del dolor, relaja y da sensación de euforia y bienestar, pero su consumo es extremadamente peligroso y potencialmente mortal. Resulta cincuenta veces más poderoso que la heroína y cien veces más que la morfina. Tocar o inhalar una pequeña cantidad puede ser fatal, porque dispara el ritmo cardíaco, provoca confusión, depresión respiratoria, y puede conducir a la muerte.

De niña rica a joven adicta

Kristin Margrethe Rossum nació en Memphis, Tennessee, el 25 de octubre de 1976. Era la mayor de tres hermanos (los dos menores, varones). Ralph Rossum, su padre, era profesor en el Colegio Claremont McKenna (llegó a ser asesor del presidente norteamericano Ronald Reagan). Constance, su madre, trabajaba en la Universidad Azusa Pacific.

Vivían en un barrio acomodado, Kristin practicaba ballet y, por su gracia y belleza, solían llamarla para desfilar en las pasarelas del centro comercial de la zona.

En el año 1991, Ralph aceptó la presidencia del Hampden–Sydney College, y la familia debió mudarse al estado de Virginia. Allí, Kristin concurrió al colegio de mujeres St. Catherine’s, en Richmond. Por esos años del secundario fue cuando comenzó a descarrilarse, bebiendo cerveza en exceso y fumando. Probó la marihuana, pero como no le hacía mucho efecto, eligió virar hacia algo más fuerte: las metanfetaminas.

En pocas semanas, la adolescente de 16 años se convirtió en fervorosa consumidora. Sus notas bajaron, perdió peso, y empezó a alejarse de su familia y de los amigos que no consumían drogas. Aprendió a mentir, a manipular a su entorno, y a robar para conseguir narcóticos.

La conducta de la adolescente se volvió errática. Un día, su padre pretendió revisar su mochila, pero ella no lo dejó. Pelearon y tironearon del bolso tanto que Ralph dejó unos moretones en el brazo de su hija. Kristin, histérica, tomó un cuchillo de la cocina e intentó cortarse las muñecas. Como no pudo, subió corriendo al baño y se encerró. Siguió tratando de lastimarse con una hoja de afeitar mientras lloraba y les gritaba a sus padres que estarían mucho mejor sin ella. Las heridas fueron superficiales y se las curaron en casa. Evitaron el bochorno de ir al médico, que podía preguntar demasiado.

Después de esa tormenta, vino una época más tranquila. Los Rossum usaron su influencia como renombrados profesores para conseguir que Kristin ingresara en la Universidad de Redlands, en Los Ángeles. Como parecía estar bien la enviaron a vivir en el campus universitario. Tremendo error.

A los pocos días, un amigo la hizo probar metanfetamina cristal. Kristin pensó que la usaría solo para rendir los exámenes importantes, pero, para volver a sentir lo que había experimentado, cada vez necesitaba más. Empezó a fumar metanfetaminas cada día de su vida. Sus padres estaban desbordados. No sabían qué hacer, y la llevaron a su casa. Kristin empezó a escaparse con frecuencia.

El mejor candidato

En una de esas fugas yendo a buscar drogas, en la frontera con México, conoció a Gregory de Villers. Fue un encuentro casual. Mientras Kristin cruzaba el puente peatonal que une Chula Vista, en California, con Tijuana, en México, se le cayó al piso la campera. Gregory la recogió antes de que ella pudiera agacharse. Hubo conexión inmediata. Brillante, buen mozo, hijo de un prominente cirujano estético, el joven era un gran candidato. Charlaron en francés, y esa misma noche Kristin volvió con él al lado norteamericano. Fueron directo al departamento que Gregory compartía con sus dos hermanos (Bertrand y Jerome) y un amigo llamado Christopher Wren. Enseguida los hermanos notaron que ella consumía drogas. Además, les empezaron a faltar cosas. Tomaron coraje y le pidieron a Gregory que se alejara de esta joven problemática. Él se negó, la refinada rubia de ojos verdes, hija de dos respetados profesores de universidad, ya le había robado el corazón.

Gregory de Villers, había nacido en Illinois, era el mayor de tres varones. Marie e Yves Tremolet de Villers, sus padres, eran franceses. Yves era un conocido cirujano plástico.

Después de cinco años de relación, el 5 de junio de 1999, Kristin (con 22 años) y Gregory (con 25) se casaron. En el video de la ceremonia el novio dejó grabado: “Kristin es la persona más maravillosa que jamás encontré (...) No puedo esperar a pasar el resto de mi vida con ella”.

En eso no se equivocó. Después de ella no habría otra vida.

Un año más tarde, Kristin comenzaba un fogoso romance con su jefe en el departamento de toxicología, el atractivo doctor australiano Michael Robertson, quien también estaba casado.

La versión de Kristin

Hacia fines del año 2000, poco antes de morir, Gregory se enteró de que su mujer había vuelto a drogarse y de que tenía un affaire con su jefe.

“Él era mi ángel, porque me había salvado”, sostuvo ella sobre su marido en una entrevista con el noticiero 48 horas, de la cadena CBS, pero a pesar de eso explicó: “... al año de estar casados, Greg se volvió demasiado pegajoso conmigo. Yo estaba tratando de alejarme y de tener cierto grado de independencia”.

Según la versión de Kristin, el domingo 5 de noviembre del año 2000, el día antes de la muerte de Gregory, ella se lo dijo. Fue luego de que él notara un sobre que sobresalía de su bolsillo y lo tomara por la fuerza. Se rompió el papel, pero él juntó los pedazos. Era una carta de amor de Robertson.

Según la viuda, Gregory la amenazó con denunciar en la oficina forense el romance y su adicción. Michael Robertson, que conocía la adicción de su amante, supo de las amenazas de Gregory. Si él hablaba, la estabilidad de todos estaría en peligro.

El lunes 6 por la mañana, mientras Kristin se preparaba para ir a trabajar, Gregory se quedó en la cama.

“Estaba realmente lento y arrastraba las palabras. Parecía que había tomado demasiado la noche anterior”, recordó Kristin. Ella llamó al trabajo de Gregory y les dijo que su marido no iría ese día.

Luego subió al auto y condujo hasta su oficina. Volvió al mediodía para almorzar. Entonces, siempre según su versión, Gregory le dijo que había tomado oxicodona y clonazepam. Kristin retornó al trabajo y regresó a las 17:30. Lo encontró en la cama durmiendo y roncando fuerte. Se fue de compras y estuvo de vuelta cerca de las 20. Su marido seguía tirado en la cama, aún respiraba. Ella se metió en la ducha, se afeitó las piernas y, alrededor de las 21, decidió irse a acostar. Recién entonces dijo haberse dado cuenta de que él no estaba respirando. Llamó al 911. 

Cuando llegaron los paramédicos trataron de revivirlo, pero fue inútil. En la escena, sobre la cama, quedó la foto del casamiento. Cerca, la carta arrugada y rota del amante de Kristin. Más allá, el diario personal donde ella contaba que su matrimonio había sido una gran equivocación. Todo conducía a la equívoca idea de un suicidio por desamor.

El 25 de junio de 2001, a siete meses del crimen, Kristin fue arrestada por el asesinato de su marido. Los fiscales la acusaron de haber robado el fentanilo de su oficina, donde trabajaba como toxicóloga, y de haber usado un cóctel letal para terminar con la vida de Gregory. ¿El móvil? Evitar que él revelara su aventura y su adicción a las metanfetaminas que robaba de su lugar de trabajo.

“Era el veneno perfecto”, aseveró el fiscal de distrito David Hendron.

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