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Macabrón: Stephen Griffiths, el criminólogo asesino

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Foto(s): Cortesía
Agencia Reforma

Stephen Shaun Griffiths nació el 24 de diciembre de 1969 en la localidad de Dewsbury, en el condado inglés de Yorkshire, aunque pasó gran parte de su infancia junto a sus hermanos en un piso de protección oficial de Wakefield. Según sus vecinos, Stephen siempre fue un niño diferente a los demás: era “muy callado y bastante insignificante en realidad”.

Si bien detrás de aquella apariencia de normalidad, escondía un lado más perverso y cruel. A Stephen le gustaba maltratar y diseccionar animales, especialmente pájaros. También coleccionaba libros de juegos de rol con dragones y criaturas míticas, y era aficionado a las artes marciales y a las armas.

De hecho, en plena adolescencia, el muchacho solía llevar dagas y estrellas ninja a clase para contrarrestar su delgadez y baja estatura, muy inferior a la media, y presumir ante sus compañeros de la prestigiosa escuela privada Queen Elizabeth Grammar School. “Nadie espera ir al colegio con un asesino en serie”, recordaba uno de sus excompañeros.

A los dieciséis, Stephen abandonó los estudios y allí comenzaron sus problemas con la justicia: fue condenado a tres años de prisión por acuchillar a un empleado de supermercado y, durante el tiempo que estuvo bajo custodia, el joven aseguró que fantaseaba con convertirse en un asesino en serie. Cumplida la pena y pese a sus palabras, las evaluaciones psiquiátricas resultaron favorables y salió en libertad: no representaba ningún riesgo para la sociedad.

Los siguientes años, Stephen se dedicó a terminar el bachiller, lo que le permitió licenciarse posteriormente en Psicología por la Universidad de Leeds y comenzar un doctorado en Criminología por la Bradford College. Pero, mientras investigaba sobre los patrones de delincuencia en la ciudad durante el siglo XIX, el universitario fue arrestado nuevamente por atacar con un cuchillo a una niña. Lo sentenciaron a dos años de prisión y le diagnosticaron una psicopatía esquizoide en una nueva evaluación psiquiátrica.

Una vez libre, se mudó a un bloque de apartamentos en Holmfield Court, un antiguo edificio industrial reformado cerca del barrio rojo de Bradford, y continuó con sus estudios de criminología. Varios de sus compañeros todavía le recuerdan en la biblioteca con una pila de libros sobre famosos casos de asesinato.

Incluso creó su propio blog bajo el seudónimo de Ven Pariah, en la que publicaba todo tipo de escritos, fotografías y opiniones sobre asesinos. “La humanidad no es meramente una condición biológica, es también un estado de la mente. Sobre esa base, soy un seudo-humano en el mejor de los casos. En el peor, soy un demonio”, publicó.

Trazando un plan

El joven, al ser estudiante de criminología, tenía todas las herramientas a su alcance para realizar un estudio de estas características: conocía el área a la perfección, con sus puntos ciegos sin cámaras donde captar a sus futuras víctimas; además, contaba con la confianza de las chicas, la mayoría drogodependientes, a las que engatusaba con dinero y estupefacientes para que le acompañasen a su domicilio. El criminólogo se forjó tal imagen de credibilidad, que nadie llegó a sospechar nunca de lo que realmente era capaz.

Ballesta en ristre

Stephen ideó su propio modus operandi para atraer a las mujeres hasta su domicilio: se hacía pasar por un fotógrafo dispuesto a pagar por fotografiar mujeres desnudas sobre su cama. Sin embargo, una vez allí las golpeaba fuertemente en la cabeza, las arrancaba la ropa y, tras agredirlas sexualmente, las asesinaba con una ballesta.

Luego, procedía a descuartizar sus cuerpos en la bañera y guardaba algunas partes para ingerirlas posteriormente, o bien crudas o bien cocidas. El resto de los cadáveres los empaquetaba en bolsas de plástico y los arrojaba al río Aire, en Shipley.

El 22 de junio de 2009 Susan Rushworth, de 43 años y madre de tres hijos y abuela de tres nietos, desapareció sin dejar rastro. La meretriz, que sufría de epilepsia y era adicta a la heroína, trabajaba en el barrio rojo de Bradford donde Stephen la captó para que acudiese a su apartamento. Una vez muerta y antes de arrojar sus restos en el río, la desmembró. Horas más tarde, los hijos de Susan denunciaron su desaparición y publicaron un mensaje en el periódico local: “¿Alguien sabe lo que le ha pasado a nuestra mamá? Nosotros la extrañamos mucho”.

La siguiente en la lista fue Shelley Armitage, de 31 años y con dos hijos, desaparecida el 26 de abril de 2010. La joven aspirante a modelo estaba enganchada a la heroína y ejercía eventualmente la prostitución antes de ser brutalmente asesinada.

Para este crimen, Stephen decidió grabar con su teléfono móvil cómo la descuartizaba a modo de recuerdo: en las imágenes se ve cómo la ata en el baño y le pinta en la espalda las palabras “mi esclava sexual”. Justo antes de utilizar cuchillos y sierras eléctricas para despedazarla, el asesino dice a cámara: “Soy Ven Pariah, soy el artista del baño de sangre. Aquí hay una modelo que me está ayudando”.

Desde un primer momento, la familia denunció a la policía que algo raro le había pasado a Shelley al no regresar a casa. Ella era incapaz de abandonar a sus hijos (el menor tenía diez años) y a su adorado cachorro.

Tres semanas después, Suzanne Blamires, de 36 años y drogodependiente, fue la última víctima en caer en las artimañas del destripador. Las cámaras del circuito cerrado de televisión del edificio donde residía Stephen grabaron el asesinato en la madrugada del 22 de mayo. Las imágenes son aterradoras.

A las 2:30 horas, la pareja entró en el edificio, pero cinco minutos después Suzanne huyó corriendo por el pasillo perseguida por Stephen, que la atrapó con rapidez y la noqueó dejándola inconsciente. Entonces, el asesino regresó al apartamento, cogió una ballesta y, al percatarse de la cámara en el techo, hizo una peineta y disparó a la mujer en la cabeza. A continuación, arrastró el cuerpo sin vida de Suzanne hacia su piso y procedió a descuartizarla. Terminado el macabro ritual, guardó algunos restos en bolsas de plástico y, antes de tirarlos al río Aire, salió a por una nueva víctima.

A las 3:35 horas, el caníbal regresó a la puerta de su bloque acompañado de otra meretriz, Rosalyn Edmondson, de 28 años, a la que trató de convencer para que subiera. Pero finalmente la mujer rechazó la invitación y se marchó sin saber que acababa de salvar su vida.

Mientras tanto, una tercera denuncia por la desaparición de una prostituta en el barrio rojo hizo saltar las alarmas en el departamento de homicidios de la policía de West Yorkshire. “Sabía que teníamos un asesino en serie en nuestras manos”, dijo Max McLean, uno de los detectives a cargo de la investigación. Sin embargo, fue Peter Gee, el vigilante de seguridad de Holmfield Court, quien les dio el nombre del sospechoso.

¡Cazado!

El hombre revisaba las imágenes del CCTV cuando vio a una mujer huyendo del número 33 y siendo alcanzada y asesinada por uno de los vecinos. Gee identificó al individuo como Stephen Griffiths y llamó a emergencias. Una patrulla de policía acudió rápidamente al lugar, visionó los hechos denunciados, e identificó a la víctima como la prostituta desaparecida días atrás.

Stephen Griffiths fue arrestado rápidamente y conducido a comisaría, donde confesó el asesinato de cinco mujeres, tres de ellas desaparecidas en el último año. Al mismo tiempo, otro equipo de investigadores se personó en el apartamento del sospechoso para proceder al registro pertinente.

Entre los objetos incautados, había: ballestas, espadas de samurái, cuchillos, sierras eléctricas, un centenar de libros sobre asesinos en serie, algunos de ellos dedicados a Jack el Destripador y Peter Sutcliffe, vídeos de las víctimas justo antes de morir guardados en el ordenador, además de restos de sangre que, posteriormente, se identificaron como los de Susan Rushworth.

El análisis del comportamiento del criminólogo tras su detención concluyó que estaba obsesionado con la fama y que buscaba pasar a la historia como un peligroso serial killer, al igual que otras celebrities homicidas. Un ejemplo de ello sucedió durante su comparecencia ante el tribunal para fijar la fecha del juicio.

El juez le pidió que se identificara y Stephen, en vez de decir su nombre completo, juntó las manos como si estuviera rezando, y respondió: “soy el caníbal de la ballesta". Aquella afirmación provocó la estupefacción de los presentes en la sala.

El juicio contra Stephen Griffiths comenzó el 16 de noviembre de 2010 y, hasta esa fecha, la policía tan solo pudo recuperar los hombros, las vértebras y el tejido conectivo de Shelley, y 81 fragmentos del cadáver de Suzanne. El cuerpo de Susan sigue sin encontrarse.

El ‘nuevo destripador’, como también bautizó la prensa al criminólogo, se declaró “culpable” de los tres asesinatos y fue condenado un mes después a cadena perpetua. Tras la sentencia sin posibilidad de libertad condicional, Stephen intentó suicidarse en varias ocasiones, hizo huelga de hambre y jamás quiso confesar el paradero del cuerpo de su primera víctima.

De hecho, cuando la prensa pregunta a Christine Thompson, madre de Susan, su parecer sobre una pena de muerte para el asesino de su hija, la mujer responde sin dudar: “No creo en eso porque Griffiths todavía tiene secretos. Él sabe dónde está mi Susan y si estuviera muerto entonces no habría posibilidad de que diera esa información”. La subsistencia del ‘caníbal de la ballesta’ supone para ella no perder del todo la esperanza de encontrarla.

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