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Macabrón: Patrick Mackay, el discípulo del diablo que m4t@b4 con hacha

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Foto(s): Cortesía
Agencia Reforma

Patrick David Mackay nació el 25 de septiembre de 1952 en Dartford, en el condado inglés de Kent, en el seno de una familia disfuncional con un padre alcohólico y violento, que abusaba física y psicológicamente de todos sus miembros. Harold había servido en la guerra de África y, tras regresar, había entrado en una espiral agresiva que pagaba con su mujer y sus hijos. En una ocasión, el hombre pateó a su esposa en la barriga estando precisamente embarazada de Patrick.

La muerte del progenitor cuando el niño tenía diez años supuso un descanso para todos. Sin embargo, aquellas vivencias ya habían hecho mella en su personalidad y se había convertido en un rebelde mentiroso y cruel, especialmente con los animales. Se pasaba los días torturando gatos y conejos en el jardín de su casa o acariciando pájaros muertos. Un buen día incluso decidió hacer una hoguera para asar viva a su pequeña tortuga.

Con aquel comportamiento Patrick estaba forjando una implacable falta de empatía, propia de asesinos y psicópatas, y, a partir de aquí inició una escalada de violencia. Del maltrato animal pasó a clavar alfileres en los ojos de sus muñecos, a prender fuego a una iglesia, a cometer todo tipo de hurtos, asaltos y robos con violencia, a agredir a su madre y hermanos, y a destrozar los muebles de su casa en pleno ataque de rabia.

Ante esta situación, Patrick fue internado en un psiquiátrico con trece años, pero su internamiento no le ayudó en nada. Una vez fuera, el adolescente se convirtió en un auténtico matón: atacaba a sus compañeros de clase.

A dos de ellos llegó a aplastarles la cabeza contra el suelo y a punto estuvo de matar a otro. Su madre se convirtió nuevamente en su objetivo al tratar de estrangularla sin éxito. Tras aquellos violentos ataques, Patrick fue ingresado nuevamente en el hospital y le diagnosticaron psicopatía. El doctor Leonard Carr pronosticó que se estaban enfrentando a un “asesino psicopático frío”. Y, pese a las recomendaciones de los expertos, el muchacho fue dado de alta y enviado a vivir con dos de sus tías.

La situación empeoró al caer en las redes del alcohol y de las drogas, lo que acrecentó sus estados agresivos y los ataques de ira contra quienes le rodeaban. Al igual que hizo con su madre, Patrick volvió a intentar estrangular a una de sus tías. La mujer logró sobrevivir y el joven fue expulsado de la casa.

A esta vorágine de barbarie, se sumó la fascinación por el nazismo que Patrick había ido desarrollando en los últimos años. El joven coleccionaba todo tipo de recuerdos y emblemas del Tercer Reich, decoraba su habitación con fotografías de la Segunda Guerra Mundial, había arreglado un uniforme de las SA (las tropas de asalto) y se hacía llamar “Franklin Bollvolt el Primero”. Patrick se veía a sí mismo como un dictador similar a Adolf Hitler.

En los últimos diez años, el historial criminal de Patrick ya incluía una docena de delitos y cinco condenas. A estos se sumó el asalto cometido en la casa de un buen amigo suyo, el padre Anthony Crean, de 63 años, en junio de 1973.

 

Los crímenes

A principios de 1974, el barrio de Kesington estaba experimentando una serie de robos que tenía atemorizados a sus vecinos. La policía investigaba los hechos sin mucho éxito, cuando se produjo el primero de los crímenes de una cruenta matanza. Era el mes de febrero e Isabella Griffith, una viuda adinerada de 87 años, abrió la puerta a un educado desconocido que le pidió un vaso de agua.

El joven entró hasta la cocina y, en cuanto la anciana se dio la vuelta, se abalanzó sobre su espalda y empezó a estrangularla. Tras dejarla inconsciente, le asestó varias puñaladas en el estómago. Acto seguido, se sentó y puso la radio. “Ella no era un alma mala, pero siento que nunca sabré por qué la maté”, escribió Patrick una vez detenido, “cerré sus ojos sin vida, la tapé como en un saco de dormir y la dejé allí”.

El siguiente asalto se produjo el 10 de marzo y, en esta ocasión, se trasladó hasta Knightsbridge para acabar con la vida de otra anciana viuda. Se llamaba Adele Price, tenía 89 años, y había muerto del mismo modo que Isabella: estrangulada y apuñalada. Tras la matanza, Patrick permaneció un tiempo en la casa, e incluso, se quedó dormido en el sillón. Once días después, continuaría con la cacería.

Esta vez, el asesino eligió a un viejo conocido, el padre Crean, a quien anteriormente había robado en su casa. Sin embargo, aquel 21 de marzo, Patrick decidió matarlo: sus amigos se mofaban de su “amistad” con el sacerdote e insinuaban que mantenía una relación íntima con él. Aquello le enfadó sobremanera, así que acudió al domicilio del reverendo con un cuchillo y un hacha en la mano.

Según su testimonio, Patrick vio la puerta abierta y entró, pero el cura trató escapar en cuanto lo vio con el arma. El joven logró alcanzarlo, hubo un violento forcejeo, y este se saldó con la muerte del padre Crean. El delincuente le asestó varias puñaladas y lo remató a hachazos, algunos de los cuales le cercenaron el cráneo.

Una hora más tarde y, tras dejar el cadáver mutilado del sacerdote en la bañera, Patrick se fue a un fotomatón. La secuencia fotográfica que quedó plasmada sigue poniendo el vello de punta: el conocido también como la ‘Bestia de Belgravia’ aparecía mordiendo y engullendo con fiereza un trozo de pollo y también mirando a la cámara con los ojos desorbitados.

El hallazgo del cuerpo del pastor puso inmediatamente en el disparadero a Patrick: investigaban si Crean tenía algún enemigo que buscase venganza. Uno de los policías recordó el asalto que sufrió la víctima el año anterior a manos de Patrick Mackay y comprobaron su larga lista de antecedentes policiales. Dos días después fue detenido.

¿Ocho víctimas más?

Durante el interrogatorio, el joven no sólo confesó el asesinato del sacerdote y el de las dos viudas, también contó pormenorizadamente los crímenes perpetrados contra ocho víctimas más.

Según Patrick, él había cometido una auténtica masacre: el asesinato de Heidi Mnilk, de 18 años, a la que apuñaló en el cuello y arrojó desde un tren en marcha, en julio de 1973; días después, el crimen de Mary Hynes, de 79 años, golpeada hasta la muerte en su casa de Kentish Town; en enero de 1974, cometió los asesinatos de Stephanie Britton y su nieto Christopher Martin, de 4 años; luego, el de un sintecho en Hungerford Bridge; y, el 4 de febrero de 1975, el crimen de Ivy Davies, dueña del café Westcliff-on-Sea, a la que asestó varios hachazos.

Sin embargo, algunos de estos relatos no cuadraban o eran inconexos. Porque, mientras que en los de Isabella, Adela y Anthony se pudo verificar que Patrick era el único responsable de dichos asesinatos, respecto a las otras ocho víctimas había muchos datos que no encajaban. Por ejemplo, el día que supuestamente mató a Mary Hynes, MacKay se encontraba en prisión provisional por tenencia ilícita de armas.

Por tanto, ¿hasta qué punto el joven pudo escapar y volver a entrar en la cárcel sin ser visto? Además, él mismo se retractó posteriormente de algunas de estas confesiones al sentirse “agotado y aburrido”. Así fue cómo Patrick llegó a juicio acusado de cinco cargos de asesinato.

A medida que el juicio avanzaba, el acusado se daba cuenta del destino que le esperaba (la cárcel) y reflexionaba sobre ello escribiendo sus memorias: “Mi vida fue en vano. Ahora me doy cuenta de que ahora es un desperdicio pudrirse para siempre. Algo terrible tuvo que pasar para revelar el desastre en decadencia que ha sido mi vida desde 1962”.

Nueva identidad

Finalmente, el tribunal declaró culpable de tres homicidios involuntarios al ‘discípulo del diablo’ alegando el atenuante de responsabilidad disminuida. Es decir, absolvía al acusado de parte de la responsabilidad al sufrir una enfermedad mental que “menoscaba sustancialmente” dicha responsabilidad, pero no por completo. Según recoge esta doctrina legal, Patrick era incapaz de premeditar un delito, pero sí tenía la capacidad de apreciar la “ilicitud de su conducta o de ajustar su conducta a los requisitos de la ley”. En el veredicto de culpabilidad, el juez impuso a Mackay la cadena perpetua.

Aunque el resto de casos de asesinato que Patrick confesó todavía siguen sin resolverse, Scotland Yard asegura que dichas investigaciones están abiertas y “sujetas a revisión”.

Los primeros 27 años de su condena, Mackay permaneció en una prisión de categoría A de máxima seguridad y después fue trasladado a una prisión abierta. En 2017 decidió cambiarse el nombre por el de David Groves y, desde entonces, está luchando por obtener el tercer grado y salir de nuevo a la calle. Aunque, por el momento, esto no va a suceder.

El pasado mes de mayo de 2021, la Junta de Libertad Condicional rechazó su solicitud porque “no era apto” para ser liberado, pero agregó que, a sus 68 años, podía pasar el resto de su vida en régimen abierto. Esto es, que Patrick permanecería la mayor parte del día fuera de la prisión para trabajar o estudiar, pero tendría que regresar a dormir. 

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