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La desaparición forzada de Aurora Mancebo

Foto(s): Cortesía
Aleyda Ríos

Aurora Mancebo, joven mujer aficionada al esoterismo, salió de su casa en Tarragona, España, la noche del 27 de febrero de 2004. Tenía 24 años. Nunca regresó. No se llevó bolso, ni dinero, ni teléfono móvil, ni tarjeta de crédito, ni carnet de identidad. Nada. Sólo una Biblia.

Un vecino que paseaba a su perro encontró su ropa doce días más tarde, en un bosque solitario. Había manchas de sangre en el cuello y una manga del abrigo, y el interior de los botines. La Biblia estaba junto a las prendas. Es el último rastro que quedó de Aurora.

Trauma juvenil

Aurora llevaba una vida muy tranquila. Residía con sus padres en un fraccionamiento de chalets en las afueras de Tarragona. Salía poco. Se estaba recuperando del estrés postraumático que padecía desde hacía años.

A los 16 años tuvo un novio, el chulo del instituto, que la maltrataba. Cuando la relación terminó, la nueva novia del chico se encontró con Aurora en la calle y le dio una paliza. Él se quedó mirando. La agresora y el novio fueron condenados, pero no ingresaron en prisión.

Este episodio cambió para siempre la vida de Aurora. Necesitó tratamiento psiquiátrico -por el que engordó casi 50 kilos- y psicológico. Se encerró en sí misma, dejó los estudios. Tenía miedo.

La aparición de los "ángeles"

Todo empezó a mejorar un par de años antes de su desaparición. Había adelgazado, comenzaba a salir de nuevo, dejó de fumar, buscaba un trabajo.

A mediados de febrero le dijo a su psicóloga que su vida «había cambiado mucho». Estaba muy ilusionada. Aurora solía escribir textos en su ordenador. En el último hablaba de unos «ángeles» que había conocido y que la estaban ayudando. Parece que Aurora pensaba que sus años de martirio habían terminado y que, en el fondo, lo que había padecido la había hecho más fuerte y mejor.

Las investigaciones policiales se han centrado en sus últimos días: quién la vio, dónde y haciendo qué. ¿Quiénes eran esos «ángeles»? Esa semana, la joven salió mucho, lo que no era habitual. Desapareció un viernes.

El lunes anterior, su amigo Fidel la recogió a la una de la madrugada y la llevó a una cervecería céntrica. Pero ella quería ir a la zona de antros del puerto deportivo. Insistió mucho. Le dijo que, si no la llevaba, iría por su cuenta. Fidel, mayor que ella y amigo de toda la vida, acabó acompañándola.

En el puerto deportivo, frente a los muelles, varios disco-pubs con música alta y estruendosa dan servicio hasta el amanecer. Aurora llevó a Fidel a La Gioconda.

Relación sentimental con el sospechoso

Cuando llegaron a La Gioconda, Aurora se separó de Fidel. Se puso a hablar con un joven alto, moreno y delgado a quien parecía conocer. Casi a las tres de la mañana, le dijo a Fidel que podía irse, que su amigo iba a llevarla a casa. Él, preocupado, se marchó. El joven con el que la vio lo niega todo. Dice que no la conocía de nada y que habló con ella tan sólo cinco minutos aquella noche. Se llama Edgar y estuvo cuatro años imputado por el homicidio de Aurora.

Edgar tenía 18 años entonces. Era un chaval que había recibido tratamiento psicológico por "un trastorno mental no especificado, provocado por drogas y abuso de cannabis". Vivía en casa de su abuela materna en el pueblo de El Morell, a 11 kilómetros de la capital.

Trabajaba por las tardes en Leman, una cafetería del centro. Era un habitual de la vida nocturna del puerto deportivo. Ese lunes llegó allí con cinco compañeros de trabajo. Dice que Aurora sólo se le acercó para pedirle que la llevara en coche a casa, pero que él tenía que acompañar a su novia.

Las declaraciones de los testigos contradicen su versión. El encargado de Leman ha declarado que Edgar le dijo que la chica con la que había estado hablando, Aurora, era «la novia o ex novia de un amigo suyo». Además, un trabajador de La Gioconda y otro del Vogue recuerdan haberlos visto juntos -y solos-, esa noche, en el auto Seat Ibiza rojo de Edgar.

Al día siguiente, Aurora mandó unos SMS a sus dos mejores amigos, Fidel y Juanjo. A Fidel le escribió: «¿Estás enfadado? Me fui sola, pero me lo pasé tan bien. He conocido la ternura en esos ángeles, y me han devuelto la vida». A Juanjo le puso: «Conocí a tus amigos. Había cuatro gays que de gays no tenían nada». Ante la Policía, Juanjo ha asegurado que no sabe a quiénes se refiere y que él no conoce a Edgar.

El jueves volvió a salir, por la mañana. Volvió a mediodía con un ramo de flores silvestres para su madre. No dijo dónde había estado.

El día de la desaparición

El viernes pasó todo el día en casa. Anuló una cita con su médico, se dio un baño de dos horas y estrenó un conjunto de ropa interior que le había regalado su familia meses antes. Por la noche comió algo, y se marchó sobre las 21:30. La Policía sostiene que estuvo esa última noche con Edgar. Él libaba los viernes. Tres testigos los vieron juntos en el puerto deportivo. Uno de ellos dice que estaban «acaramelados» y que parecían una pareja. Edgar asegura que ese día no salió de su casa. Pero hay llamadas desde el teléfono fijo de su casa a su teléfono móvil a las 20:36, a las 6:28 y otras dos a las 7:45.

Los padres de Aurora empezaron a buscarla esa misma noche. El sábado acudieron a la Policía, que creía que la chica se había marchado sin más. El 10 de marzo, 12 días después, aparecieron sus ropas en un descampado de difícil acceso, a unos cuatro kilómetros de la casa de los Mancebo. 

Durante un año la investigación avanzó poco. En abril de 2005, la Policía volvió a llamar a declarar a los compañeros de Edgar en la cafetería Leman, donde éste ya no trabajaba. En esos días llamó insistentemente a Juan José, uno de los camareros. Hacía nueve meses que no se veían ni hablaban. Una tarde le llamó 43 veces por teléfono. Al final, logró localizarlo y quedaron de reunirse.

La Policía -que tenía intervenidos los teléfonos- interrogó después a Juan José, que acabó incriminando a Edgar. Dijo que su amigo le contó que había estado con Aurora la noche en la que desapareció, que ella había muerto de repente mientras mantenían relaciones sexuales en su coche, que él se había asustado y que la había enterrado en El Morell. El cadáver, sin embargo, no apareció. 

El juez llamó a declarar como imputados a Edgar y a Juan José. El primero fue a la cárcel. Pasó dos meses y medio en prisión preventiva y salió en libertad bajo fianza.

Violencia y sadomasoquismo

En junio de 2006 apareció un nuevo e importante testigo. Un chico que chateaba habitualmente con Edgar en el portal gay chueca.com y que se había citado con él un par de veces en el puerto. Fue a declarar porque reconoció a Aurora en las fotos de la prensa. La había visto con Edgar en noviembre de 2003. El testigo contó, además, que Edgar tenía un especial interés por el «esoterismo y la magia negra» y que le hablaba «del diablo, de puertas oscuras, de una estrella de cinco puntas, de sacrificios». Le gustaban la violencia y el sadomasoquismo.

Los últimos informes policiales hablan de indiscutibles indicios de violencia y de «claras evidencias» de que Aurora fue «víctima de una desaparición forzada».

El caso no está cerrado, pero no hay cuerpo del delito. El sospechoso principal estuvo en prisión preventiva hasta el 2 de julio de 2005.

 

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