Pasar al contenido principal
x

David y Louise Turpin, confinaron y torturaron a sus 13 hijos

pareja
Foto(s): Cortesía
Redacción

“Acabo de escapar de mi casa porque vivo con una familia de trece hermanos y nuestros padres abusan de nosotros… Dos de mis hermanos están encadenados… a la cama”. Era la llamada de auxilio de Jordan, una de las hijas de David y Louise Turpin, que había conseguido escapar de la casa familiar por la ventana.

Al otro lado del teléfono, la operadora de emergencias, que, atónita, escuchaba cómo la adolescente aseguraba que de no llegar a tiempo acabarían todos muertos.

Minutos más tarde, una patrulla de la policía se personó en el domicilio y descubre el horror entre sus paredes: niños encadenados a las camas, desnutridos y sin un ápice de higiene, conviviendo entre basura y siendo víctimas de torturas y abusos físicos y sexuales por parte de sus progenitores.

 

El caso de Los Turpin es una de las historias de maltrato infantil y cautiverio más sobrecogedoras de los Estados Unidos.

Bendecidos por Dios

David Allen Turpin y Louise Anna Robinette nacieron en 1961 y 1968 respectivamente, en el estado de Virginia, y, hasta su boda en 1985, nada más se sabe acerca de ellos. A partir de ahí, conocemos que contraen matrimonio en la localidad de Pearisburg, cuando él tenía 23 años y ella, la edad de 16 años, después de fugarse al no contar con el apoyo familiar.

A partir de ese momento, la pareja comenzó una nueva vida fundamentada en el fervor religioso, concretamente en el pentecostalismo y el movimiento Quiverfull, cuyas creencias se basan en la procreación como modus vivendi, al ser las familias numerosas la mayor bendición de Dios. Según ellos, Dios les pidió tener trece hijos.

Durante las siguientes tres décadas, la familia fijó su residencia, primero en Virginia Occidental, después en Texas y, por último, en California. En este último estado optaron por la pequeña ciudad de Perris.

En cuanto al sustento económico, David era el único que generaba ingresos con su trabajo como ingeniero informático de distintas empresas, e incluso, como director de un centro educativo privado, mientras Louise cuidaba de los pequeños.

Aparente normalidad

Aparentemente, los Turpin eran una familia normal: publicaban fotografías en las redes sociales desde Disney World (Orlando), viajaban a Las Vegas para celebrar la boda de los padres al más puro estilo Elvis Presley, vestían con prendas escocesas… Eso sí, todos siempre lucían la misma vestimenta.

Sin embargo, tras aquellas imágenes se escondía un auténtico infierno que ningún allegado o vecino supo ver a tiempo.

Las torturas y castigos físicos eran continuos, además de los abusos sexuales; no podían salir de casa bajo ningún concepto, tampoco socializar ni ir a clase; y casi siempre permanecían encadenados a las camas, incluso los llegaron a meter en jaulas de animales. El motivo que alegaban los padres para tal confinamiento: temían que tomaran mucho azúcar o cafeína.

En cuanto a la alimentación, David y Louise utilizaban tétricos juegos psicológicos para amedrentar la voluntad de los menores: colocaban pasteles delante de ellos, que luego se llevaban, para en su lugar, darles bocadillos de mortadela o de mantequilla de maní. Los pequeños estaban tan muertos de hambre que comían hielo o sobres de kétchup, pero si los pillaban robando algo de la cocina, los castigaban duramente con palizas y estrangulamientos.

Otro de sus sufrimientos tenía que ver con la ausencia de higiene, ya que solo les permitían bañarse una vez al año. Por tanto, siempre estaban sucios, débiles, tenían falta de desarrollo físico y psicológico acorde con su edad, y, además, vivían rodeados de basura. La inmundicia campaba a sus anchas en aquella casa del horror.

Sus días transcurrían de la siguiente forma: por el día eran obligados a dormir para, durante la noche, mantenerse en vigilia para memorizar pasajes de la Biblia, que después tenían que recitar.

A veces, los dejaban escuchar música, y así fue cómo Jordan, una de las adolescentes de 16 años, se dio cuenta de que había “un mundo diferente” más allá de aquellas cuatro paredes.

La llamada

A partir de ese momento y durante los siguientes dos años, la niña se dedicó a planear su huida para pedir ayuda, pero el miedo paralizaba su capacidad de acción.

Hasta que, el 13 de enero de 2018, escuchó decir a sus padres que se mudarían nuevamente, esta vez a Oklahoma. Lo que significaba, explicó Jordan en una entrevista para la ABC News, que había “una gran posibilidad” de que algunos de ellos muriesen.

“Esa era mi única oportunidad. Creo que estuvimos tantas veces tan cerca de la muerte, que era ahora o nunca. Si me pasaba algo, al menos moriría en el intento”, relató ante las cámaras.

Y así fue cómo al día siguiente llamó “aterrorizada” a emergencias desde un teléfono móvil antiguo tras fugarse de la casa.

Cuando llegó la primera patrulla de policía se encontraron con una escena dantesca: trece jóvenes, de entre 2 y 29 años, siete de ellos con más de 18 años, encerrados en la casa, algunos encadenados a unos camastros, y con evidentes signos de maltrato e inanición. “Parecían vampiros pálidos y muy flacos”, describió una vecina de los Turpin al verlos salir.

“Hubo muchas cosas extrañas, pero no tanto como para llamar a la policía”, agregó esta misma vecina, que no dio importancia alguna a que jamás recibían la visita de amigos o familiares, o que los niños no salían a jugar al exterior.

Durante la inspección policial, Jordan explicó la situación en la que llevaban viviendo desde su nacimiento y, cuando trasladaron a los trece niños al hospital, se confirmó que llevaban años sin atención médica ni sanitaria, además de ser víctimas de todo tipo de abusos y vejaciones.

Por fin habían puesto fin a su calvario

“Tener 17 años y parecer que tienes 10, estar encadenado a una cama, estar desnutrido y tener lesiones como consecuencia de ello, a eso lo llamaría tortura”, explicó el jefe de policía de Perris, Greg Fellows, en la rueda de prensa posterior al hallazgo.

Mientras los trece hermanos permanecían en el hospital y, posteriormente, eran reubicados en centros de acogida para ser tratados de sus limitaciones físicas, psicológicas y lingüísticas, sus padres eran arrestados acusados de tortura, secuestro, abusos y maltrato infantil.

Ni David ni Louise supieron explicar el motivo del cautiverio de sus hijos ni tampoco las torturas.

“Nunca tuve la intención de que mis hijos sufrieran ningún daño. Espero lo mejor para mis hijos en su futuro”, llegó a decir David Turpin. Unas palabras que conmocionaron aún más a la sociedad, especialmente a sus propios padres, con quienes apenas tenía relación.

En junio de ese mismo año, se celebró el juicio contra los Turpin donde dos de los hijos relataron ante la corte los suplicios sufridos en ese tiempo. “Mis padres me quitaron la vida entera, pero ahora la estoy recuperando”, expresó una de las hijas mayores, al tiempo que David y Louise lloraban desconsoladamente.

Para sorpresa de los presentes, otro de los hijos también tuvo palabras de amor, esperanza y agradecimiento hacia sus progenitores. “Amo a mis padres y les he perdonado muchas de las cosas que nos hicieron. Aunque ellos no nos criaron de la mejor manera me alegra que lo hayan hecho porque me hizo la persona que soy ahora. Les agradezco por enseñarme sobre Dios y la fe”, dijo.

Un tercer hermano no se subió al estrado, pero sí quiso hacer constar su testimonio mediante una carta, que se leyó en voz alta: “Quiero que la corte sepa que nuestros padres se amaron y amaron a cada uno de sus hijos. (…) Ellos creían que Dios los bendijo con todos sus hijos”. Sin embargo, el fiscal del caso tumbó aquellas palabras con una descripción de los hechos: “Hay casos que te atormentan. Algunos son depravación humana, y eso es lo que estamos viendo aquí”.

De nada les valió a los acusados apuntar a sus “buenas intenciones” para librarse de la condena. “Lamento todo lo que les he hecho a mis hijos. Amo tanto a mis hijos, tengo la suerte de ser la madre de cada uno de ellos. Los amo más de lo que jamás podrían imaginar”, fue la última palabra de Louise.

El tribunal condenó al matrimonio a cadena perpetua con posibilidad de libertad condicional a los 25 años por todos los cargos imputados.

El magistrado Bernard Schwartz calificó de “egoísta, cruel e inhumano” el trato impartido por David y Louise hacia sus hijos y explicó que “la única razón por la que el castigo es menor que el tiempo máximo es porque aceptaron la responsabilidad en una etapa temprana del procedimiento. Eso les ahorró a sus hijos tener que revivir la humillación y el daño que sufrieron en esa casa del horror”.

Tras la sentencia, los 13 hermanos pudieron rehacer sus vidas, algunos son independientes, otros continúan en casas de acogida, hay quienes estudian, otros que ya trabajan. Pero todos intentan mirar hacia el futuro para superar el trauma, aunque en ocasiones la falta de dinero supone un grave problema.

Dos de las víctimas, Jennifer y Jordan, relataron a la periodista Diane Sawyer en noviembre del pasado año 2021 cómo estuvieron “cerca de morir muchas veces” hasta el punto de seguir teniendo “pesadillas” en la actualidad.

Es más, ninguna quiere mantener contacto alguno con David y Louise, solo desean seguir con su vida y cuidar de sus hermanos. Jordan lo tiene claro: “Soy muy protectora con cada uno de ellos. Ellos saben que siempre me tendrán”. No así sus padres.

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.