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Nadia Comaneci, la niña perfecta

Foto(s): Cortesía
Redacción

CIUDAD DE MÉXICO.- Aquél era el segundo día de competencias en los Juegos Olímpicos de Montreal 76. Una niña de 14 años de edad, 1.50 metros de estatura y apenas 40 kilos de peso se asomaba en el centro del Forum Arena. Un maillot blanco de la marca Adidas, unos cordones en el cabello y el escudo de Rumania. Tenía el número 73 en el dorso. Su nombre: Nadia Comaneci.


Aquella niña hacía su debut en el olimpismo bajo la mirada de su entrenador Béla Károlyi. El exgimnasta y su esposa Marta habían adoptado literalmente a la niña que no sonreía desde los siete años de edad. Eran tiempos de la dictadura de Nicolae Ceaucescu, tiempo en el que los deportistas de elite se convertían en instrumentos del régimen comunista. Lo sabía Nadia y las otras chiquillas que desde pequeñas habían sido separadas de sus familias. Vivir bajo el techo de sus entrenadores y buscar el podio en nombre de la Rumania dictatorial.


A Nadia le tocó iniciar en las barras asimétricas. La rivalidad la tendría frente a la rusa Olga Korbut, doble medallista en Múnich 72 y favorita para mantener la corona en territorio canadiense.


Un silencio invade la arena cuando la niña rumana inicia el balanceo en las asimétricas. Giros precisos, movimientos que se hacen eternos en el aire y un final con los brazos extendidos. Un ejercicio perfecto.



Sucedió lo que parecía imposible: los jueces se tardan más de lo acostumbrado para dar sus calificaciones. El público sigue pendiente y el tablero electrónico comienza a parpadear.


La niña que nunca sonríe abre los ojos como platos y voltea hacia el público. En esta ocasión, los espectadores hacer más ruido del normal. El tablero anuncia un extraño 1.00 como puntuación, mientras uno de los jueces se dirige a Daniel Baumat, director de Omega (fabricante de los paneles electrónicos), para señalarle que lo que ellos acababan de poner era un 10 perfecto y el tablero estaba equivocado. El encargado del tablero explicaría que sólo se tenían tres dígitos. Nunca alguna gimnasta había logrado un 10 y la rumana conseguía el primero de siete que la encumbrarían como la reina de Montreal 76.


Un día después, Nadia lograba el segundo 10. Ahora era en la viga de equilibrio. Sumaría siete.


Aquella noche mágica originó el Tema de Nadia, escrita por los músicos Barry de Vorzon y Perry Botkini, que alcanzó el octavo lugar en las listas de Billboard en diciembre del 76.


Un sueño con final de pesadila, con una adolescente convertida en novia de Nicu, hijo siniestro del dictador Ceasescu, quien recibía amenazas se tortura cada vez que no lograba el oro. La francesa Lola Lafon escribió La pequeña comunista que no sonreía nunca (Anagrama) en la que dibuja a una gimnasta aterrada, que al final huye entre los pantanos de Hungría hacia la libertad.


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