La prisa y la sensación de que no hay tiempo y de que se llega tarde a todas partes, hacen que la calidad de vida disminuya considerablemente, afirmó el obispo de la Prelatura Mixe de María Auxiliadora, Salvador Murguía Villalobos.
“Uno pierde la conciencia sobre todo lo que le sucede. Se es incapaz de saborear ningún momento, ya que la sensación es la misma que se experimenta cuando uno come y la comida no le sabe a nada o cuando uno bebe sin sed por prescripción médica”, anotó.
En una exhortación, el mitrado sostuvo que muchas cosas bombardean de la mañana a la noche y de esta manera, la prisa impide quedarse con algo.
“El cansancio físico y psicológico al final de la jornada es tal, que ni siquiera se puede recordar nada ni hablar de nada, ni contar nada, menos compartir alguna experiencia. Uno sólo quiere descansar y dormir”, añadió.
Expuso que este agobio del tiempo acaba traduciéndose también en un ahogo espiritual, porque la persona se va desconectando de sí mismo, de quién es, de lo que le gusta y de lo que necesita.
“Las personas nos convertimos, con este estilo de vida en auténticos supervivientes, incapaces de disfrutar de ningún don recibido. Suelen desaparecer los momentos de convivencia, cuanto más la conversación profunda con los hijos o con la pareja y a veces hasta con las amistades. O, simplemente, un espacio para el silencio activo, para leer o para hacer lo que oxigena el espíritu, meditar, agradecer y rezar”, agregó.
De esta manera, subrayó que lo mejor es frenar este ritmo, revisando la vida, reorganizando horarios e intentando ver qué se puede cambiar.
“Pero es importante empezar el día sin correr y con una actitud serena”, remarcó.
Destacó que después de esto, hay muchas formas recomendables de vivir la vida sin prisas, especialmente el sentirse feliz de vivir la vida, disfrutarla en todo lo que se hace y enriquecerse de la convivencia con los demás y no se diga siendo respetuosos de los ritmos personales físicos de la vida como son las comidas, el sueño y el descanso.
“Es decir, darle su importancia a cada persona y a cada momento de nuestra vida”, terminó.
“El cansancio físico y psicológico al final de la jornada es tal, que ni siquiera se puede recordar nada ni hablar de nada, ni contar nada, menos compartir alguna experiencia. Uno sólo quiere descansar y dormir”.
Salvador Murguía Villalobos, Obispo de la Prelatura Mixe de María Auxiliadora