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Luis Herrera, un músico sin remedio

Foto(s): Cortesía
Agencia Reforma

CIUDAD DE MÉXICO.- Tanto como la música, las letras, el pensamiento y las artes plásticas tiraban de Luis Herrera de la Fuente (1916-2014), el decano de los directores de orquesta en México.


Confesaba en La música no viaja sola (FCE) que en la adolescencia admiró al individuo que sabe lo que quiere y, a pesar de su inclinación hacia la música y de haber crecido en un entorno rico en música, él siempre estuvo en duda.


"Pero soy músico sin remedio", escribió en sus memorias.


Junto a la puerta de su estudio en San Jerónimo, se apila una modesta cantidad de LP's, grabaciones de Rossini, Mahler y Berlioz... Preside, a mitad del salón, su piano de cola. La confirmación de que ahí habitó un músico. Pero lo que gobierna, son los libros. De historia, literatura, pintura, arqueología...


"Algo que pienso que está en la médula de todo esto es la capacidad de asombro", cuenta Luis Javier Herrera, ex diplomático y químico. Recuerda de niño haber visto a su padre absorto ante una pintura, sordo a sus preguntas.


En su juventud, Herrera de la Fuente asistió a un club de filosofía, iba los lunes por la noche a un estudio de pintores, en Bucareli, pero su madre sentenció: "Hijito, Dios no te llamó por este camino". Lo "ocupaba con furia" la arquitectura. "Siempre fue una pasión. Decía que debió ser arquitecto. No lo creo porque nunca fue buen dibujante".


En la Roma de la posguerra, cancelada la beca que le había ofrecido el Gobierno mexicano, fue guía de turistas clandestino para reunir el dinero para comprar las partituras de las nueve Sinfonías de Beethoven que estudiaría con el director alemán Hermann Scherchen.


"Quizá exagero porque era mi padre, nunca conocí a nadie que conociera más la historia de Roma", cuenta Luis Javier, maestro en Literatura por Berkeley, con quien compartió muchas lecturas.


En los libreros, abunda la literatura latinoamericana. Herrera de la Fuente tomaba café con Juan Rulfo, Augusto Monterroso y Juan José Arreola. "En las últimas horas antes de su concierto, se salía de todo lo que había estudiado, se abstraía y se ponía a leer".


Su afición por la novela policiaca data de su juventud, leyó todo Arthur Conan Doyle, Agatha Christie. Y en sus años finales, siguió la adaptación televisiva de la saga del inspector Wallander de Henning Mankell.


En Perú, a donde fue llamado a dirigir la Orquesta Sinfónica, dio rienda suelta a su interés por la arqueología.


"Nos sembró semillas, transmitió la curiosidad por todo lo que nos rodea, las preguntas fundamentales: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos?", cuenta. Intereses que contagió a sus hijos.


Tenía memoria fotográfica. Una cualidad que significó una ventaja en el podio, al que subió por última vez con 95 años. La suya fue una carrera larga, solo equiparable a Pau Casals y Mieczyslaw Horszowski, que también rozaron los 100 años de edad.


"Dirigía casi de memoria, aprendía muchísimas obras". En el teatro, escribía Herrera de la Fuente, más que ver la partitura, observaba cómo marchaba la música en relación con el gesto. Una lección aprendida de Celibidache, quien una noche después de dirigir en Bellas Artes le aseguró: "Usted es director".


Vivía, evoca su hijo, concentrado en el presente sin pensar en el futuro o el pasado.


"Eso es la música: solo el momento presente".


Y sí, en la casa familiar se escuchó mucha música. La música de Mahler inauguró el primer tocadiscos, pero también el rock. "Y nunca me dijo, bájale a tu música".

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