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COLECTIVO CUENTEROS| Nadie tiene por qué enterarse

Foto(s): Cortesía
Redacción

El tráiler tenía una cabina giratoria moteada de negro y azul. El remolque, de medio metro de largo, portaba seis diminutos autos cromados. Era eléctrico. Daniel había mostrado obsesión por el juguete, desde que lo viera en el aparador del centro comercial, pero sus padres se negaban a comprárselo.


—Francamente, está muy caro —le dijo su padre una noche durante la cena.


—Y en poco tiempo tendrás más interés por las muchachitas que por los juguetes—agregó su madre.


—Yo no quiero saber de eso. —Sacudió la cabeza—. Cómprenme el tráiler.


—No es que quieras. Te llega y ya.


—Deja de chillar —le dijo su padre y lanzó la finta de un golpe. Daniel devolvió la finta.


—Prepáralo para los golpes de la vida. Esos sí que duelen —dijo su madre poniéndose de pie y levantando los platos.


La familia de Daniel había llegado a vivir al fraccionamiento dos años antes. Desde entonces, Daniel había forjado una amistad sólida con el Papas, el Sanchito y, en especial, con Gonzalo, que era el menos aplicado en la escuela, pero quien más sobresalía en los deportes.


Una tarde, Daniel y Gonzalo fueron al cine. Antes de volver a casa, decidieron entrar a curiosear en las tiendas del centro comercial.


—Mira, ése es el tráiler —dijo Daniel y se detuvo frente a la juguetería.


—Sí, está padre —respondió Gonzalo con las manos en las rodillas. Luego, se enderezó y volvió a caminar, aunque se detenía a cada rato a observarse en cualquier cristal y acomodarse la ropa o el cabello. Daniel observaba el reflejo.


—¿Te gusta Wendy? —preguntó Gonzalo al entrar a Sears.


—No.


—Dice el Sanchito que el otro día preguntó por ti.


—Todavía no quiero pensar en novias —dijo Daniel.


—Bien, porque la quiero para mí.


Hicieron parada en el departamento de discos. En los altavoces, sonaba una cantante de música pop. Daniel tomó la caja del disco y revisó la contraportada.


—No me laten mucho las canciones cantadas por mujeres —dijo Gonzalo—. Conocí hace poco a un cuate que vive cerca de la parada de autobuses. Su papá tiene música en inglés de poca madre. Le voy a pedir que me queme algunos discos.


Los padres de Daniel cedieron y le compraron el tráiler. Esa misma tarde, Daniel llegó a casa de Gonzalo con el juguete bajo el brazo. Lo encontró afuera conversando con otro chico.


—¡Se te hizo! —dijo Gonzalo arrebatándole el tráiler—. Él es Kevin. —Señaló al desconocido.


Mientras observaba los pequeños autos, Gonzalo le dijo que Kevin era el chico del que le había hablado en los últimos días. Daniel lo saludó con un movimiento de cabeza.


—¡Aguas! —le dijo Daniel a Gonzalo, sentándose a su lado—. Porque los autos tienen un seguro chafa y si lo jalas, se rompe.


—Mmta, tan caro y tan delicado —le dijo Gonzalo.


—Ya estás grande para tener juguetes, ¿no? —opinó Kevin.


Gonzalo rió. Kevin sacó una cajetilla de cigarros y les ofreció.


—No, aquí no —dijo Gonzalo—. Mi madre podría asomarse.


Daniel tampoco quiso. Kevin se puso de pie y preguntó:


—¿Jugamos fut?


Llamaron a silbidos al Papas y al Sanchito. Daniel le pidió a Gonzalo que le guardara el tráiler y entraron a la casa. En la sala había una niña jugando con varias muñecas. Gonzalo puso el tráiler sobre el sofá.


—Mételo a tu cuarto —le dijo Daniel.


—No le va a pasar nada —respondió y salió aprisa, echando a andar con Kevin por delante de los demás.


En las canchas invitaron a otros. Contaron doce en total.


—Seis y seis —gritó Kevin, señalando a Daniel con el índice y a sí mismo con el pulgar—. ¿Vienes a mi equipo, Gonzalo?


—Sí —respondió y avanzó hacia él. Daniel lo miró alejarse.


Durante el partido, Kevin y Gonzalo se pedían el balón entre ellos y festejaban sus goles estampando en lo alto las manos. Daniel lanzó tiros torpes y empujones que provocaron que lo penalizaran.


—¿Qué te pasa, wey? —le preguntó el Papas.


—Nada —respondió con un gesto de fastidio.


De vuelta a casa de Gonzalo, éste y Kevin comentaban lo que habían hecho para ganar.


—Hablan como si sólo ellos dos hubieran formado su equipo —le murmuró Daniel al Papas.


La madre de Gonzalo los invitó a entrar. Les dijo que tenía agua de limón. En la sala, la hermana de Gonzalo hacía rodar el tráiler de Daniel. Había despegado dos autos del remolque. Daniel endureció el rostro, pero se limitó a mirar a la niña; luego, levantó los autos y se los metió en los bolsillos. La niña abrazó el tráiler.


En la cocina, Daniel se mantuvo callado. Gonzalo y Kevin seguían presumiendo su victoria. De reojo, Daniel miró a la niña levantar el tráiler por la cabina. Se dirigió a la sala justo a tiempo para ver que lo azotara contra el piso. Kevin se echó a reír y dijo:


—Ya le dieron en la madre al supertrailer.


Gonzalo se apresuró a quitarle el juguete y con gesto de aflicción lo entregó a Daniel. La cabina colgaba del remolque. La madre de Gonzalo preguntó por qué lloraba la niña y él le dijo que por nada.


—¿Qué tal una película en mi casa? —sugirió Kevin.


A diferencia de otras ocasiones, Gonzalo aceptó sin consultarlo con Daniel. El Sanchito y el Papas hacían lo que Gonzalo o Daniel decidieran.


En el andador que desembocaba en la calle principal, Daniel se rezagó y los siguió a paso lento. Todos, excepto Daniel, caminaban rozando con los dedos la malla de alambre que cercaba el drenaje pluvial a cielo abierto. En la calle, Kevin tomó la delantera, pero Gonzalo lo alcanzó. El sol les pegaba de frente.


En la parada de autobuses, había un puesto de revistas. Kevin se detuvo a comprar una revista de comics y comenzó a hojearla mientras el vendedor contaba el cambio. Gonzalo apoyó el antebrazo sobre el hombro de Kevin y también miró pasar las páginas. Daniel los observó unos segundos y volvió a poner su atención en el tráiler. Cuando levantó la cabeza, ellos ya habían avanzado varios pasos. Los alcanzó, agarró el juguete de los extremos y lo azotó en la cabeza de Gonzalo.


—¡Es tu culpa! —le gritó—. ¡Te pedí que lo guardaras en tu cuarto!


Gonzalo volteó con una mano en la cabeza.


—¡Qué madres…!


Daniel le estampó un puñetazo en el rostro. El Papas, el Sanchito y Kevin retrocedieron. Daniel esquivó dos golpes, pero no la zancadilla. Logró atrapar a Gonzalo de la playera y cayeron al pavimento.


—¡Dale, Gonzalo, dale! —gritó Kevin.


Daniel miró a Kevin un instante, descuido que le provocó recibir un puñetazo en la cara, el único. Arremetió con más violencia, sujetando a Gonzalo de las manos, montándolo a horcajadas y dándole un cabezazo en el rostro. Gonzalo comenzó a sangrar de la nariz.


—¡Separen a esos niños! —gritó una mujer.


El vendedor de revistas sujetó a Daniel de los brazos y lo apartó. Los demás ayudaron a Gonzalo a levantarse. Daniel forcejeó hasta liberarse del hombre y miró fijamente a Gonzalo.


—¡Pinche loco! —Gonzalo se pasó el dorso de la mano entre el labio superior y la nariz.


Mientras los demás se alejaban, Daniel siguió ahí con la respiración agitada, los brazos caídos y los puños cerrados. Se enjugó con dos manotazos las lágrimas que brotaron y escupió. Recogió los pedazos del tráiler y echó a correr de regreso. El andador estaba desierto. Lanzó al drenaje pluvial la cabina, el remolque y los autos que llevaba en los bolsillos. Levantó los brazos y se sujetó de la malla. Miró hacia las casas al otro lado. Abrió los labios como si fuese a decir algo, pero sólo tosió. Negó con la cabeza mientras las lágrimas volvían a brotar.


Días después, la madre de Daniel insistió en saber dónde estaba el tráiler.


—Dime la verdad. ¿Lo perdiste? —dijo mientras metía la ropa a la lavadora—. Ay, hijo. ¿Ves cómo yo tenía razón?


—Sí —le dijo—, aunque…


—¿Aunque qué?


Daniel la miró a los ojos.


—Mamá, ¿y si estuvieras equivocada en algo, pero no fuera tu culpa ni mía?


—¿De qué culpa hablas? Lo perdiste, ¿verdad?


—No. —Agachó la cabeza—. Sólo no me acuerdo dónde lo dejé.


Daniel fue a buscar al Sanchito y le pidió que lo acompañara a rescatar el juguete.


—¿No quieres que tomemos otro camino? Gonzalo puede estar afuera —dijo el Sanchito al bajar por una escalinata.


—No importa.


—Dice que nunca va a volver a hablarte.


Daniel volteó a mirarlo a los ojos y guardó silencio. Apuraron los pasos al pasar frente a la casa de Gonzalo. El Sanchito le contó que Kevin les había enseñado a fumar y le mostró una cajetilla de Marlboro que habían comprado entre todos. Le ofreció un cigarro.


—No me los cuentan —le dijo.


Daniel negó con la cabeza y levantó la malla. Se deslizaron por debajo y descendieron a la zanja.


—Tienes suerte de que no haya llovido —dijo el Sanchito, encendiendo un cigarro.


Daniel levantó los pedazos del tráiler y los autos.


—¿Qué les vas a decir a tus papás?


—Lo voy a pegar. Nadie tiene por qué enterarse si lo subo donde sólo puedan verlo de lejos. —Hizo una pausa y agregó—: ¿Wendy ha vuelto a preguntar por mí?


El Sanchito negó con la cabeza y expulsó el humo.


—Dile que yo pregunté por ella.


—Sí, el lunes.


Daniel le pidió el cigarro. Aspiró, y se tragó el humo. Tosió.


—La primera vez siempre te saca de onda —dijo el Sanchito.


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