Despiertas, el impulso del día a día te levanta de la cama. Palpas en la penumbra en busca de la ropa y los zapatos. Te vistes. El reloj que avanza sin descanso te dice que es hora de salir. Tomas el bastón con el que te abres paso en una ciudad de movimiento veloz, agitado, colérico a las horas y minutos.
Al nacer, tus ojos ya eran cavidades por donde las figuras pasaban borrosas, una bruma eterna que sólo permite distinguir siluetas, contrastes de sombras y luz.
Años más tarde, después de los estudios realizados, el médico indicó a tu madre que la debilidad visual severa tuya y de tu hermano, el mayor, fueron herencia de tu padre, fallecido cuando tenías sólo un año y medio de edad.
Perdiendo el miedo
El paso hacia tu vida diaria es pausado y cauteloso. Aprendiste a perder el miedo o quizá a hacerlo tu amigo para caminar sin tumbos o sobresalto al corazón, cada dos minutos.
Los primeros despliegues del sol y sonido seco de tus pies sobre el asfalto te dicen que a esa hora no encontrarás a nadie a quien pedirle que lea por ti el letrero del autobús hacia el estadio de Beisbol. Pero el tiempo no se detiene. Tú piensas: el mundo no es del que tiene más, sino de quien se adapta. Avanzas unas cuadras más con la seguridad de que el autobús que pasa por esa esquina, sólo tiene una ruta.
Abordas y te envuelves de los sonidos cotidianos que te dibujan la escena: el pie del chofer en el freno con el bufar del autobús; la niña que va a la primaria en una voz infantil; un señor que busca asiento como un equilibrista entre el trajín del camión, por los pasos arrastrados de un lado a otro. Le colocas rostro a cada pasajero. Su voz te dicta en el imaginario cada facción y hasta el color de su piel.
Ver el mundo desde la debilidad visual.
El "paso de la muerte"
Sabes que llegaste a tu destino, por lo iracundo de los motores que se despliegan entre el sonido de un silbato que intenta llamarlos al orden. Desciendes con el temor pisando tus talones. Al crucero lo bautizaste "el paso de la muerte".
A tu alrededor, amurallado por lo que fue una sucursal automotriz y lo que es la casa deportiva del equipo de beisbol Guerreros de Oaxaca, el mundo se mueve sincrónico al desorden de bocinas exigiendo el paso, a las pisadas que avanzan de prisa ante de que el semáforo cambie, a la circulación de los urbanos compitiendo por el pasaje y los camiones que pasan a centímetros de los peatones. No lo puedes ver, pero sabes que ahí está y que un paso en falso podría ser fatal.
Ensimismada, la gente a tu alrededor no repara en verte o te evita. Decides esperar y dejarte guiar por el oído. Una calma efímera te indica que es posible avanzar hacia el primer camellón y después esperar a que nuevamente se abra paso la quietud.
Cruzar la calle te ha llevado varios minutos, pero estás puntual para tu primera actividad en el CRAD. Hace poco que dejaste la natación a pesar de las preseas ganadas. No hubo oportunidades para seguir, pero eso no te rinde. Un día te dijiste para animarte: Kevin Luján, vas para adelante, y ahora concentras tu energía en tus pies ligeros sobre la pista de tartán.
Seres "inexistentes"
Es hora de ir al trabajo. Te alistas nuevamente para sortear el crucero de la muerte. Esta vez alguien te ha ofrecido ayuda y la aceptas con gusto porque algunas veces has pensado en que no saldrías vivo de esa. Este crucero, como muchos otros puntos de la ciudad, tienen por inexistentes a las personas con discapacidad, a pesar de que en la entidad representan el 6.5 por ciento de la población total, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).
Este valor está por encima incluso del promedio nacional, al igual que el de otras entidades como son: Michoacán (6.9%), Baja California Sur (6.8%), Veracruz (6.7%), Chihuahua y San Luis Potosí (6.6%), Oaxaca, Sinaloa y Yucatán (6.5%), Estado de México (6.2%) y Guerrero (6.1 por ciento).
De camino hacia el mercado Sánchez Pascuas en donde recientemente emprendiste un negocio con venta de mochilas, delantales y servilletas bordadas, escuchas las voces empalmadas con las que jugueteas a colocarle historia y rostro. El autobús avanza y en la mente llevas la noción de los tres topes que habrás de recorrer sobre Tinoco y Palacios antes de llegar a tu destino.
Mientras avanzas, recuerdas la ocasión en la que viajaste sin guía a Japón con una amiga también débil visual. Habías acudido a una competencia internacional de natación, pase ganado a diversos certámenes y que ahora ya no puedes hacer porque el deporte paralímpico no encontró cabida en esta administración de gobierno.
Placas en braille son los pocos aditamentos para la movilidad de las personas con discapacidad.
Un mundo desigual
Aquella vez sentiste el miedo en su máxima expresión al enfrentarte en penumbras a una lengua y un trazo de país desconocido para ti. Meneas la cabeza de un lado a otro mientras se despliega una sonrisa enarcada en los rizos negros de tu barba. Hoy, ese episodio está colocado en el anecdotario de tu vida.
El bastón nuevamente toca piso, se hunde sobre una banqueta desdentada por el peso de los vehiculos y del abandono. Esquivas y avanzas. Te sumerges en el olor a fruta fesca, al dulce sudor del mango y de la sandía recién cortada. Al vapor de la tortilla calientita sobre el comal, al aroma del perejil, del apio y de la lechuga.
Delatados por la voz, saludas a todos por su nombre. Y así, con aquella sonrisa en el rostro, inicias la vendimia diaria. Una mujer se acerca a tu puesto, te pregunta precios y señala hacia la mercancía que desea ver. No ha notado que eres débil visual. Algunas veces has pensado que en este mundo desigual, la gente no logra ver más allá de sus propias necesidades.
Importante
227 mil 262 oaxaqueños sufren alguna discapacidad
6 % de la población presenta algún tipo de discapacidad
52.5 % mujeres
47.5 % hombres
23.9 % de las personas con discapacidad se ubican en Valles Centrales
4.7 % en Sierra Norte
