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Tortillas de azúcar

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Petra

Para preparar las aguas frescas, a los hijos nos tocaba ir a los ranchos vecinos, que eran pequeños, a traer la fruta que mi papá compraba. Nos gustaba bajarla de los árboles, era un juego para nosotros. Además, podíamos comer toda la que nos cupiera en el estómago. Nos tocaba también, quitar la cáscara al tamarindo. Como eran vainas nuevas, no estaban pegadas a la pulpa y era muy fácil pelarlas. El dueño nos dejaba tomar agua de los cocos que crecían en las palmeras que rodeaban la casa grande, pero de esos no hacíamos aguas, porque la cosecha completa era vendida a unas personas que llegaban de Acapulco a comprarla. Eso pasaba también en otros ranchos. Don Salvador nos dijo que todo el coco lo llevaban para preparar bebidas en los restaurantes y centros nocturnos de aquel puerto que era muy grande y bonito.

Aunque las aguas que mis papás preparaban eran muy ricas, otras personas empezaron a hacer lo mismo. Ellos eran oriundos del lugar y tenían sus propios árboles frutales, las daban a menor precio, pronto había tantos vendedores de aguas frescas que mi papá tuvo que dejar ese trabajo, porque ya no le resultaba.

 

Como ya no teníamos que ir a recoger la fruta ni a limpiar el tamarindo, pasábamos más tiempo en la casa de la tía. Comer las tortillas de azúcar cada tarde de visita, se volvió una costumbre.

Una noche escuché a mi papá decirle a mi mamá que mejor nos regresáramos a la ciudad de Oaxaca. Entonces yo tenía 12 años; recuerdo que me angustié mucho ante esa posibilidad. En todas las vacaciones de fin de año escolar veníamos a la ciudad a visitar a nuestra abuelita, la mamá de mi mamá. Ese año ya no regresamos a Pochutla. Mi mamá le dijo a mi abuelita que mi papá se reuniría con nosotros después de que vendiera el triciclo. Recuerdo que lloré. Vender el triciclo significaba que ya no íbamos a regresar. No pude despedirme de mis compañeros y amigos de la escuela, los de la doctrina a la que asistíamos todos los sábados, ni de mis primos, ni de mi tía que me quiso mucho. Siempre le pedía a mis papás que me dieran con ella porque no tenía una hija, sólo tres varones.

 

Pochutla ha cambiado mucho. Construyeron un distribuidor vial, que permite enlazarte con la carretera que comunica a Huatulco con Puerto Escondido sin pasar por la ciudad, que ha crecido sin planeación. Esto, hace caótico el tránsito por la calle que la atraviesa de lado a lado. Ahora están pavimentadas casi todas las calles aledañas a la principal. Hay sucursales bancarias y tiendas de autoservicio de las cadenas más conocidas del país. A la salida, en dirección a Puerto Ángel, han construido una amplio boulevard.

Aunque sea más tardado, a mí me gusta pasar por el centro de la ciudad para ver y recordar aquellos lugares en que mi papá vendía las aguas frescas de frutas. No sé porqué disfruto retrasar la llegada a la casa de mi tía. Ella, siempre con mucho cariño, cada vez que voy a visitarla me prepara aquellas tortillas dulces y me dice divertida:

"¡Ay, mija! Cómo te siguen gustando estas tortillas de pobre! Pero eso sí, yo siempre te las preparo con mucho amor".

 

"Una noche escuché a mi papá decirle a mi mamá que mejor nos regresáramos a la ciudad de Oaxaca".

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