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Francisco Toledo, artista plástico y beisbolero de corazón

Foto(s): Cortesía
Agencia Reforma

CIUDAD DE MÉXICO.- No es ninguna coincidencia que lo primero que recibe en el Estadio Alfredo Harp Helú a los aficionados del beisbol sea una obra de arte de Francisco Toledo. Amigo entrañable y paisano del empresario que da nombre al recinto, el gran maestro oaxaqueño recibió carta abierta para hacer cualquier cosa que se le antojara en ese nuevo coloso deportivo, inaugurado en la Alcaldía Iztacalco en marzo de 2019, y destinado a convertirse en la casa propia largamente esperada por los Diablos Rojos del México.

Toledo no alcanzó a ver su trabajo terminado, delicado ya de salud al momento de su develación, pero no hay un solo visitante al lugar, sea cual sea el equipo de sus amores, que no haya atravesado su obra de camino al "Diamante de Fuego".

Se trata de una reja perimetral que bordea a todo el estadio, con dos patrones distintos de bates en diferentes posiciones y pelotas en movimientos frenéticos que, para quien esté familiarizado con el arte de Toledo, resultan absolutamente reconocibles. Al momento del primer lanzamiento, en el juego inaugural entre los locales y los Padres de San Diego, la barda diseñada por el artista lucía un color metálico e industrial destinado, desde su concepción inicial, a teñirse de un tono más apropiado para dar la bienvenida al infierno.

A tres años de la apertura del estadio, la barda de Toledo, sometida a la intemperie, ha ido adquiriendo un color rojizo, a óxido, que se irá intensificando con el tiempo, en un homenaje perpetuo y progresivo al equipo de casa.

"Son más de 200 metros lineales que son el primer cinturón que tenemos al infierno de los Diablos Rojos", comenta, en entrevista, Francisco Ramos, director general del estadio.

"La intención de esta reja es que sangre, que llore, que se tiña de rojo, que siga escurriendo incluso para dar constancia del paso del tiempo y del sufrimiento que hay, de la pasión que hay, de los esfuerzos que hay, en donde el concepto de arte, cultura y deporte se juntan de una manera que se sigue moviendo durante la historia y la existencia que tenga este inmueble", abunda.

Vista desde ciertos ángulos, las manchas de óxido parecieran, precisamente, desangrarse sobre los cimientos de concreto, como un guiño a las raíces profundas de los Diablos Rojos, el equipo más ganador de la Liga Mexicana de Beisbol, con 16 títulos, y una historia de 82 años.

Este nuevo recinto, apodado por su dueño como el "Paraíso de los Diablos", es el primer campo que el equipo ya no debe compartir, habiendo cimentado su leyenda capitalina en el Parque Delta, el Parque del Seguro Social, el Foro Sol y el Estadio Fray Nano.

Diseñado por los arquitectos Alfonso de Garay y Francisco González Pulido, el Estadio Alfredo Harp Helú es el único de esa magnitud para un equipo profesional que se ha construido en la Ciudad de México en los últimos 50 años.

Sostenido por mil 200 pilotes que descienden hasta 60 metros bajo tierra -como un buen infierno- y con una techumbre de 5 mil toneladas en forma de tridente, o de "M" estilizada, el estadio tiene también un corazón artístico.

"La propuesta en la que se integra el arte y el deporte en un espacio de convivencia tiene su origen desde los primeros plumazos del proyecto", explica el director del estadio. Desde su acta constitutiva, el diseño del estadio ya delineaba que en sus 66 mil metros cuadrados de construcción existirían numerosos espacios para manifestaciones culturales y un lugar importante para un museo que combinara arte y beisbol.

"El arte que está embebido en el estadio, incrustado en las paredes, o con esculturas que llegaron para quedarse le dan a la gente ese sentimiento de propiedad, ese sentimiento de venir a estar en su casa. No vienen solamente a ver un juego, vienen a estar en el espacio que les pertenece", asegura Ramos.

Entre esculturas y murales, el estadio cuenta con 11 obras artísticas, dispuestas a simple vista para el disfrute de la afición, de creadores como Demián Flores, Sergio Hernández y Amador Montes. Asimismo, desde el pasado abril, el Museo Diablos.

Una historia incomparable destina 14 salas de exposición permanente a la historia del equipo colorado y dos salas temporales para la intersección, tan natural como cálida, entre las artes y el Rey de los Deportes.

"Es un motivo de orgullo que todo se hizo en casa, el diseño se hizo en casa, la proyección la hicimos en casa, la historia la tenemos en casa y fue un trabajo muy bonito, muy arduo", festeja Agustín Castillo, director del nuevo recinto y cronista del equipo desde hace 20 años.

Bordeado por la reja sangrante que funge como antesala del infierno, este nuevo recinto museístico expone, en su primera muestra temporal, una faceta todavía desconocida, pero sentida, de Francisco Toledo.

Toledo: Beisbolero juchiteco

Atisbarlos al final de la sala del museo produce una sonrisa instantánea: colgando del techo, en un vuelo suspendido, los icónicos papalotes de Francisco Toledo, en verdes, ocres y azules, pintan de dicha la habitación. Si el visitante se acerca, no obstante, verá algo poco común en la producción del pintor, grabador y escultor, como una afición que solamente le sabían sus más cercanos.

Con sus acostumbrados trazos de humor y la línea fina que lo caracterizan, algunos de estos juguetes voladores llevan pintada, a vista de pájaro, desde arriba, la escena de un picher en el centro del diamante (el contorno mismo del papalote) a punto de lanzar una curva a un bateador expectante.

Otros exhiben los patrones de bates y bolas que también decoran a la barda perimetral del Estadio Alfredo Harp Helú, sede de la muestra Francisco Toledo.

Sobre beisbol

Como primera exposición temporal en el Museo Diablos. Una historia incomparable, ésta reúne alrededor de 70 piezas del artista oaxaqueño dedicadas en su totalidad al beisbol.

Grabados, óleos, dibujos a una sola tinta, gouaches, acuarelas y esculturas testimonian el afecto del creador de Juchitán por su deporte favorito. "Francisco Toledo vivió su niñez en una zona beisbolera por excelencia, el Istmo de Tehuantepec, tanto del lado de Oaxaca, de donde era oriundo, como de Veracruz", según explica, en el texto de sala, María Isabel Grañén Porrúa, historiadora del arte y presidenta de la Fundación Alfredo Harp Helú.

Esta cuna beisbolera llevó a Toledo (1940-2019) a presenciar la llamada "Época Dorada" del deporte, dotada de figuras míticas nacidas en México y otras que venían de Estados Unidos a causa de la segregación en las ligas de ese país, o de naciones caribeñas con gran tradición en el juego.

Numerosas obras de la exposición fungen como homenaje a las raíces afromexicanas, afrocaribeñas y afroestadounidenses de esta época mítica con escenas del juego protagonizadas por jugadores con rasgos de estas etnicidades. Otras, más de corte humorístico, muy al estilo Toledo, ponen al bat a calaveras y fichan como lanzadores a algunos de sus animales favoritos, con trazos que capturan el dinamismo del juego.

Entre las piezas de mayor formato, como los óleos, también figuran algunos dibujos arrancados de hojas de sus diversos cuadernos, como regalos para los dueños del estadio.

"Toda la obra pertenece a la familia Harp Grañén, pero la tenían distribuidas en oficinas, en casas, en distintos lugares, pero con motivo de la inauguración del museo, y porque se presume que estará aquí un año esta exposición, decidieron juntarla", destaca el director del espacio.

La exposición también muestra las maquetas y bocetos de Toledo para la barda perimetral, así como el diseño para un reloj -con bates a manera de manecillas- cuya construcción posterior no se descarta.

"Con mucho orgullo podemos decir que tenemos aquí su último trabajo, que lamentablemente ya no lo vio, que es la reja perimetral y que, la verdad, siempre da una presencia desde que el aficionado llega, de que está viendo algo diferente", declara Castillo.

La inconfundible figura de Toledo se muestra también en una serie de 14 retratos que Graciela Iturbide le hiciera con arreos de cácher y cariñosamente jugando con un grupo de emúes en el campo.

También en uno de sus autorretratos más singulares: su rostro barbado y enjuto, de alocado cabello largo, pintado en una pelota de beisbol y apoyada sobre un bate de madera.

Por primera vez a través de una exposición, el corazón de Francisco Toledo, el juchiteco universal, muestra sus colores beisboleros. Murales heroicos Una vez cruzada la reja de Francisco Toledo, la siguiente visita obligada al Estadio Alfredo Harp Helú es pasar a tocar al "muñeco" para desearle suerte a los Diablos.

Es así como, en jerga beisbolera, se conoce a la escultura que, a manera de talismán, custodia las puertas de un estadio, como una de las figuras más queridas de cualquier afición. Aquí el muñeco es una escultura de bronce, de un diablo beisbolista con máscara, arreos y guante de cácher, con un rostro que mira hacia afuera y otro en dirección al Diamante de Fuego.

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