Juan Eduardo Lingow Rodríguez / Tercera de seis partes
El taxista la observó, volteó para todos lados buscando una respuesta, como tratando de encontrar en el tablero de su carro algo que lo librara de aquel problema. A regañadientes, meneando la cabeza, quitó el seguro de la puerta de atrás. Le hizo una seña.
—Súbase— dijo de mala gana.
—Gracias— dijo la China entrando, junto con dos litros de lluvia, a un ambiente que apestaba a humedad y a humo de tabaco.
— ¿A dónde, señora? ¿Y su cubrebocas?— preguntó el taxista secamente.
—Pos, a Gine— contestó la China como diciendo: No sea bruto. ¿Qué no le parece lógico?
—Nomás que Gine está del otro lado del río— comentó el chofer sin poder creer en lo que se había metido—. Me urgía llegar a la casa—dijo enojado. Se me van a mojar los muebles— Vociferó el conductor.
Después de una larga pausa, agregó:
—¡No sé por qué tengo que hacer esto!
—¿Y si nos vamos a “La Cuatro”?— preguntó la China tratando de moderar su carácter.
—La Cuatro es hospital Covid señora— dijo el taxista con tono de “¿A poco no sabe?” —además, ya no hay camas. Ni loco me acercaría a ese lugar. Nadie quiere pasar por ahí. Todos están muriendo. Sería mejor alguna clínica pequeña, o un médico particular.
El taxi había seguido circulando por las calles convertidas en arroyos, hasta llegar a la Avenida Eloy Cavazos. Pocos carros intentaban circular haciendo fila sobre el carril del “transmetro”, pues era la parte más elevada y segura de aquella inundación. Nuestro taxi se unió a esa peregrinación. Varios intrépidos automóviles yacían en otros carriles, inmóviles, ahogados, con el agua hasta las ventanillas.
— ¡Ya viene! ¡Ya viene! —exclamó –se me rompió la fuente— dijo mientras una cascada de agua bajaba a sus pies.
—Cambié la tapicería hace tres meses— refunfuñó el taxista, golpeando el volante.
—Apúrese ya. ¡Rápido! ¿No puede rebasar a todos esos?— gritó.
—¿No ve cómo están todos esos?— tranquilícese ya, señora.
-¡Se me está saliendo! ¡Haga algo!
