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"¡Hay tamales!": Así vive La Costeñita, una madre oaxaqueña

Foto(s): Cortesía
Carina Pérez García

Texto y fotos: Carina Pérez García

María Guadalupe Añorve Zavaleta, mejor conocida como La Costeñita, se abre paso en la Central de Abasto ofreciendo tamales. El trayecto de su casa a este mercado dura más de una hora y a diario busca el sustento para sacar adelante a sus cuatro hijos. Al grito de "¡Hay tamales!", sus clientes la identifican para comprarle algunos de tichinda, camarón, chileajo, mole negro, salsa verde y cuando es temporada, de chicatana.

Sus decisiones la pusieron en el camino de ser una mujer que custodia los saberes de las cocina costeña. Originaria de Huajintepec, Guerrero, pero tacubayense, como se presenta y, ya oaxaqueña por convicción, Lupita Añorve Zavaleta es madre de cuatro niños: Brisa, de 13 años; Gerardo, de 11; Danilo, de 8 y Emiliano de 6. 

A sus 32 años ha transitado diversos caminos para sostener a sus hijos. Fue madre por primera vez a los 18 años y truncó sus estudios, pero no su vida y ante tal regalo de la vida, como ella lo considera, lo que quiso hacer fue sacarla adelante.

“Yo estaba terminando mi sexto semestre de bachillerato cuando tuve a mi hija. Tuve que dejar mis estudios y ponerme a chambear. Como no tenía con quién dejar a mi nena, hacía pulseritas de chaquira y me iba a vender al mercado de Pinotepa, Cuajinicuilapa, Llano grande o San Juan Bautista Lo de Soto. Había días en los que se me dificultaba mucho, pero cuando hay amor todo se puede”.

Entre los puestos, Lupita no suelta la mano de su hijo más pequeño. Hoy la han acompañado a la venta. Ella recuerda que hace 13 años recibió en sus manos a su bebé. “Wow, ser madre por primera vez es lo máximo; recibir a tu hijo entre tus manos es lo más bonito que puede dar Dios”, comparte.  

Entre puestos de flores, frutas, verduras y aguas frescas, sigue ofreciendo tamales. Platica que ahora que tiene cuatro hijos es más difícil, pero lo que viene a su cabeza es echarle más ganas. “Me es difícil, pero no creo que los hijos sean errores. En estos años la he hecho de gelatinera, he vendido bolis, tamales, aretes, pulseras, chicharrines, paletas y ropa; no ha habido trabajo que me dé miedo. Por mis hijos soy capaz de todo”, asegura.

Para lograr tener los tamales listos a buena hora, ella tiene que dedicar parte de la noche a la preparación, cuando sus hijos ya están dormidos. Entonces sucede la magia en la cocina, para al día siguiente tener lista su venta en el sitio donde le toque ir. 

Sonriente y de buen humor camina entre la gente, continúa su anuncio: "¡Hay tamales!"; y confirma que los mejores regalos que ella recibe cada día son los mensajes de motivación de sus hijos, porque sí hay días en los que la vence el cansancio, otros el ánimo decae y ahí ellos son su soporte. 

“El mejor regalo que recibo de mis hijos es su calor, su cariño, besos, abrazos, que me digan: 'Mamá, te amo'; o esas palabras de aliento cuando me siento triste. Ellos me dicen: 'Má, tú puedes, échale ganas. Te ayudo a vender tamales'. A veces llegan con alguna flor, una hoja o algún dibujito y esos, para mí, son los mejores regalos”.

Cierta de que está haciendo lo correcto para poder estar con sus hijos, ella cada día se alienta a ser la mejor versión de sí misma para compartir con ellos su niñez. Sonrientes y orgullosos de su mamá, Brisa, Gerardo, Danilo y Emiliano rodean a Lupita para, detrás del cubrebocas, dibujar su mejor sonrisa. 

 

“He andado descalza, sin un taco y sin un peso; pero la gente siempre ha estado ahí para mí y yo he estado ahí por ellos, por cada uno de ellos”. Lupita Añorve Zavaleta

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