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Yo tengo patria, antes que partido: Miguel Negrete

pintura
Foto(s): Cortesía
Aleyda Ríos

Leonardo Pino

En la madrugada del 5 de mayo de 1862, siete mil soldados del imperio francés, con armas poderosas en alcance y capacidad, se aprestan a tomar Puebla, para avanzar hacia la ciudad de México. Toda la oficialidad es francesa y entre la tropa hay egipcios, antillanos y argelinos, los famosos zuavos que conformaban una unidad de élite. Llegaron a nuestro país, victoriosos de sus últimas batallas en Crimea y Sebastopol, en el antiguo imperio ruso; y de Magenta y Solferino, en Italia. Eran profesionales de la guerra, y hasta esa mañana, invencibles.

Así lo reconoció el jefe mexicano, general Ignacio Zaragoza, al arengar a los patriotas bajo su mando: “Nuestros enemigos son los primeros soldados del mundo; pero vosotros sois los primeros hijos de México”. Además, nuestros soldados combatían con ventaja, porque, como se lo recordó el joven comandante:Hoy vais a pelear por un objeto sagrado: vais a pelear por la Patria.”

En frente, y deseosos de expulsar a los que habían osado mancillar con sus plantas el suelo patrio, estaban los nacionales, liderados por un general de 33 años. Era el ejército nacido de la Revolución de Ayutla y de la Guerra de Reforma, de origen popular y con la mitad de la tropa recién reclutada.  Carecía de armamento (muchos soldados combatieron con lanzas y machetes; otros con viejos fusiles de chispa y percusión) y suministros adecuados. La ciudad que defendieron les regateó solidaridad y apoyo económico; hubo muy pocos voluntarios poblanos a las órdenes de Ignacio Zaragoza.

Las armas de la patria se cubrieron de gloria

Antes de la batalla, los fuertes de Loreto y Guadalupe fueron artillados; los ocuparon 1,200 soldados al mando del general conservador Miguel Negrete, quien abandonó las filas reaccionarias para sumarse a la causa nacional. Al ser consultado respecto a su valiente decisión de sumarse a la cusa juarista, Negrete dijo con seguridad: “Yo tengo patria, antes que partido”.

En el parte de guerra, elevado al ministro de la Guerra, el general Zaragoza detalla: “Al Batallón Reforma lo mandé a auxiliar los cerros; al Batallón de Zapadores a un barrio a la falda del cerro, impidiendo el ascenso francés en la lucha casi personal. Tres cargas hicieron los franceses y fueron rechazadas”.

Más adelante, en el mismo parte, Zaragoza menciona al general oaxaqueño Porfirio Díaz, comandante de la Tercera División, integrada por Primer y Segundo Batallón de Oaxaca; Batallón Morelos de Oaxaca, Batallón Guerrero de Oaxaca y Batallón Independencia de Oaxaca: "El ciudadano general Porfirio Díaz, con dos cuerpos de su Brigada (…) contuvieron y rechazaron a la columna enemiga; (…) yo no podía atacarlos, porque derrotados como estaban, tenían más fuerza numérica que la mía; por tanto mandé hacer alto al ciudadano general Díaz, que con su empeño y bizarría las siguió, y me limité a conservar una posición amenazante”.

(…) Por demás me parece recomendar a usted el comportamiento de mis valientes compañeros; el hecho glorioso que acaba de tener lugar patentiza su brío y por sí solo los recomienda”.

 Y con austero laconismo, con palabras tan dignas como ciertas, el joven general remata el sobrio parte militar:

“Las armas nacionales se han cubierto de gloria, y por ello felicito al primer magistrado de la República, por el digno conducto de usted, en el concepto de que puedo afirmar con orgullo, que ni un solo momento volvió la espalda al enemigo el Ejército Mexicano durante la larga lucha que sostuvo”.

El general Lorencez, jefe del ejército imperial invasor, horas antes de la batalla, dijo a su tropa que cuando triunfaran y entraran a la ciudad, las poblanas los iban a recibir con ramos de flores. Fueron recibidos con flores de plomo y patriotismo, escribe Pedro Ángel Palou.

Ygnacio Zaragoza, una esperanza radiante

En la novela histórica, "El sol de mayo, memorias de la intervención", su autor, Juan Antonio Mateos, narra sobre Ygnacio (así escribía su nombre el general Zaragoza): “Saludaba siempre al pueblo con emoción. Su fisonomía constantemente serena, infundía respeto y veneración. (…) Trataba con seriedad, pero con exquisita distinción, a sus subordinados y consideraba a la tropa. Era poco comunicativo, y jamás se ostentaba sino en los momentos supremos. Su presencia en el ejército era una esperanza radiante, que infundía valor y decisión al soldado”.

 Cuando algunos fifís cuestionaron que el presupuesto del Ministerio de Guerra fuera más del 50 % de todo el presupuesto del gobierno federal, cansado pero firme, el general respondió con espíritu austero y juarista de honrada medianía: “Yo ni robo a la nación ni hago favores a nadie como ministro de la Guerra. En el presupuesto se han suprimido los Estados Mayores de las armas especiales y el cuerpo especial de Estado Mayor, porque son innecesarios en nuestra República”.

En "La gloria y el ensueño que forjó una Patria", Paco Ignacio Taibo II, recuerda: “Cae de nuevo enfermo el día 1° de septiembre; el 3, los médicos ofrecen un diagnóstico grave, tiene tifus. Agonizando, quiere hacer un regalo a los que lo acompañan, pero no tiene dinero; a falta de otra cosa ,entrega su espada al general Berriozábal. (…)  Ignacio Zaragoza murió a los 33 años, el 8 de septiembre de 1862. (Cuatro meses después, en la misma ciudad, sede de la heroica batalla que dirigió. N. del E.) Dejó una hija muy joven. (…) Tres días después del deceso, Juárez firmaba un decreto en el que se cambiaba el nombre de Puebla, dándole el de “Puebla de Zaragoza.”

EX LIBRIS

5 de mayo de 1862

Este libro del reconocido intelectual poblano, Pedro Ángel Palou, es un clásico bibliográfico sobre la gesta del ejército comandado por el general Ignacio Zaragoza que batiera al –entonces- mejor ejército del mundo. En su obra, Palou destaca el análisis que hiciera en su momento don Justo Sierra, en relación con Estados Unidos: “El 5 de mayo hizo perder un año a los designios de Napoleón (…) respecto de Estados Unidos; precisamente en los momentos en que Zaragoza defendía a Puebla, aparecía en primer término en la guerra separatista, Edmundo Lee, el soldado genial que había de dar un carácter científicamente grandioso a la guerra; el emperador, dueño de México (…) había tenido un punto de apoyo admirable para aliarse con los sudistas y, con la ayuda segura en aquellos días de Inglaterra, reconquistar puestos y limpiar de estorbos marítimos la comunicación entre los estados rebeldes y el océano. Esto era, quizás, la secesión definitiva. El 5 de mayo defendió Zaragoza a Puebla, la integridad de la Patria y de la Federación Norteamericana. Servicio involuntario, pero estimable, que otros servicios de parte de Estados Unidos pudieron compensar, pero nunca superar”.

(Pedro Ángel Palou; 5 de mayo de 1862, Gobierno de Puebla, Editorial Las Ánimas; Xalapa, Veracruz, 2011).

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